Palabras del Papa al visitar un comedor de la Cáritas en Roma

CIUDAD DEL VATICANO , martes, 16 enero 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la alocución que pronunció Benedicto XVI al visitar el 4 de enero un comedor de la Cáritas de Roma.

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Queridos amigos:
Con mucho gusto he venido a visitaros en medio del clima de las festividades navideñas y al inicio de un nuevo año, que deseo transcurra serenamente para todos. El ambiente navideño hace aún más familiar este encuentro, que se realiza en un lugar significativo de la ciudad de Roma: un lugar lleno de humanidad.

Os saludo a todos con afecto, comenzando por el cardenal Camillo Ruini y el obispo auxiliar del sector centro, mons. Ernesto Mandara; saludo al director de la Cáritas romana, mons. Guerino Di Tora, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido, y al vicedirector, mons. Angelo Bergamaschi, así como a los colaboradores y a los voluntarios.

Saludo al responsable, a los educadores y a los muchachos del centro juvenil «Il Centro», a los que agradezco los hermosos cantos con que nos han alegrado. Además, habéis cantado el «Te Deum» en alemán. Gracias por este gesto especial. Saludo al párroco de San Silvestre y San Martín en los Montes, a los sacerdotes y a las personas consagradas presentes. Expreso mi agradecimiento en especial a la señora jefe del servicio del comedor, al voluntario y al huésped que se han hecho portavoces e intérpretes de los sentimientos comunes.

Mi saludo más cordial se dirige a vosotros que diariamente gozáis del servicio de este comedor de la Cáritas, y con el pensamiento quisiera abrazar a todos vuestros amigos que, procedentes de casi todos los países del mundo, están presentes en esta ciudad.

En este comedor, que en cierto modo podría considerarse el símbolo de la Cáritas de Roma, en esta posada, como ha dicho vuestra portavoz, se puede palpar la presencia de Cristo en el hermano que tiene hambre y en el que le da de comer. Aquí se puede experimentar que, cuando amamos al prójimo, conocemos mejor a Dios, pues en la cueva de Belén él se manifestó a nosotros en la pobreza de un recién nacido necesitado de todo.

El mensaje de la Navidad es sencillo: Dios ha venido a nosotros porque nos ama y espera nuestro amor. Dios es amor: no un amor sentimental, sino un amor que se ha hecho entrega total hasta el sacrificio de la cruz, comenzando por el nacimiento en la cueva de Belén.

De este amor, realista y divino, nos habla el hermoso belén que habéis querido montar dentro de vuestro comedor, y que hace poco he podido admirar. En su sencillez, el belén nos dice que el amor y la pobreza van juntos, como enseña también un gran enamorado de Cristo, san Francisco de Asís. En la Navidad Dios se ha hecho hombre, porque se interesa por el hombre, por todo hombre.

San Gregorio Nacianceno dijo que se ha hecho hombre porque quería experimentar personalmente lo que es ser hombre, lo que significa vivir realmente la pobreza. El gran Dios quería experimentar personalmente la vida humana, todos los sufrimientos y todas las necesidades humanas. Recién nacido, fue recostado en el pesebre de Belén, palabra que, como sabéis, significa «la casa del pan».

En realidad, Jesús, «el pan bajado del cielo», «el pan de vida» (cf. Jn 6, 32-51), se hace visible cada día de algún modo en este comedor, donde no sólo se quiere dar de comer -ciertamente, comer es importante-, sino que también se quiere servir a la persona, sin distinción de raza, religión y cultura.

«El hombre que sufre nos pertenece», decía mi inolvidable predecesor Juan Pablo II, al cual precisamente hoy hemos dedicado este comedor. Desde la cueva de Belén, desde todo belén se difunde un anuncio destinado a todos: Jesús nos ama y nos enseña a amar, nos impulsa a amar.

Ojalá que los responsables, los voluntarios y todos los que frecuentan el comedor experimenten la belleza de este amor; ojalá que sientan la profundidad de la alegría que deriva de él, una alegría que ciertamente es diversa de la ilusoria que nos presenta la publicidad.

Dentro de poco concluiremos este encuentro elevando al Señor nuestra oración. Él conoce muy bien las necesidades materiales y espirituales de todos los presentes. Yo quisiera pedirle, en particular, que siga protegiendo a todos los que en la Cáritas romana realizan una valiosa obra de solidaridad, aquí y en otros lugares de la ciudad. Que el Espíritu Santo impulse el corazón de los responsables y de todos los colaboradores y voluntarios, para que desempeñen su servicio con una entrega cada vez más consciente, inspirándose en el auténtico estilo del amor cristiano, que los santos de la caridad resumieron en el lema: el bien hay que hacerlo bien.

Que sobre todos vele con amor solícito la Virgen María, Madre de la Iglesia, Madre de cada uno de nosotros.

De corazón os bendigo a todos.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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