CIUDAD DEL VATICANO, martes, 5 julio 2005 (ZENIT.org).- La formación continua del sacerdote constituye un llamamiento a su continua conversión y santificación, considera el prefecto de la Congregación vaticana para el Clero.
El cardenal Darío Castrillón Hoyos inauguró con estas palabras el 1 de julio la videoconferencia internacional de teología que reunió gracias a las nuevas tecnologías a algunos de los teólogos más destacados de todos los continentes en torno al tema: «La formación permanente del clero» (Cf http://www.clerus.org).
«La razón teológica esencial de la formación permanente se fundamenta en el cotidiano diálogo divino y humano del «sígueme» de Cristo y de la respuesta en la fe de su ministro: «voy y sigo»».
La formación permanente «es un proceso de continua conversión, es amor a Dios y a todos los hombres que tienen el derecho a ver y a encontrar en el sacerdote al mismo Cristo», afirmó.
«La formación permanente es el diario redescubrimiento de la absoluta necesidad de la santidad personal del sacerdote, que se concreta en la búsqueda de «ser» y de «vivir» como otro Cristo, en todas las circunstancias de su vida», subrayó.
La formación permanente, reconoció, debe abarcar los «diferentes ámbitos de la existencia» del sacerdote, «la dimensión humana y espiritual, intelectual y pastoral de su vida».
La formación permanente de los sacerdotes, según indicó, es decisiva dado el momento de «rápidas transformaciones sociales» que vive la humanidad, en particular, en «la era de la globalización, entendida también como facilidad de comunicación y de información».
Rasgos del momento presente, como el «pluralismo religioso, una cultura –en especial la occidental– penetrada por el relativismo existencial en la que no se niega a Dios pero es cada vez menos conocido, un espiritualismo desencarnado que rechaza la verdad de la Encarnación del Verbo de Dios, interpelan continuamente y desafían a veces con modales agresivos a los ministros de la Iglesia, que no pueden, ni quiere callarse».
«Por este motivo –concluyó–, la formación permanente es esencial para la vida y el crecimiento del Pueblo de Dios: es un derecho y un deber de todo sacerdote e impartirla es un derecho-deber de la Iglesia universal, sancionado por la ley canónica», en el canon 279 del Código de Derecho Canónico.