CASTEL GANDOLFO, 27 julio 2003 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció Juan Pablo II a mediodía de este domingo al rezar la oración mariana del «Angelus» junto a los peregrinos congregados en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo.
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Queridos hermanos y hermanas:
1. La Iglesia ha recibido de Cristo resucitado el mandato de proclamar el Evangelio hasta los últimos confines de la tierra. En estos domingos he tenido la posibilidad de recordar en varias ocasiones que a esta tarea están llamadas, de manera singular, las comunidades eclesiales de Europa. Sí, en este continente, es necesario que todos los creyentes sepan volver a encontrar el entusiasmo evangélico del anuncio y el testimonio.
Si bien algunas regiones y algunos ambientes esperan todavía un primer anuncio del Evangelio, por doquier, sin embargo, se requiere que éste sea renovado. Con frecuencia, de hecho, el conocimiento del cristianismo se da por descontado mientras, en realidad, la Biblia es poco leída y estudiada, no siempre se profundiza en la catequesis, se participa poco en los Sacramentos. De este modo, en lugar de la auténtica fe se difunde un sentimiento religioso genérico y poco comprometedor, que puede convertirse en agnosticismo y ateísmo práctico.
2. La Europa de hoy exige la presencia de católicos adultos en la fe y de comunidades cristianas misioneras que testimonien el amor de Dios a todos los hombres (Cf. «Ecclesia in Europa», 50). Este renovado anuncio de Cristo tiene que ser acompañado por una profunda unidad y comunión dentro de la Iglesia, así como por un sincero compromiso en el campo ecuménico y en el diálogo con los seguidores de otras religiones. El Evangelio es luz que ilumina todo el amplio campo de la vida social: desde la familia, hasta la cultura, la escuela y la universidad, los jóvenes y los medios de comunicación, la economía, la política… Cristo sale al encuentro del hombre allí donde vive y obra y ofrece pleno sentido a su existencia.
3. «Iglesia en Europa, ¡entra en el nuevo milenio con el libro de los Evangelios!» (n. 65). Este es el llamamiento surgido de la Asamblea sinodal de 1999. Que la comunidad eclesial lo acoja con alegría, convirtiéndose en cada uno de sus componentes y en su conjunto, en signo creíble del mensaje de la salvación.
Que así nos lo alcance María Santísima, Madre de la Iglesia y Reina de los Apóstoles.
[Tras rezar el «Angelus», Juan Pablo II pronunció estas palabras]
El encuentro de hoy es también una ocasión propicia para manifestar nuestra solidaridad a los hermanos y a las hermanas de África, donde junto a los progresos e iniciativas positivas de paz, perduran focos de violencia letal. Me refiero de manera particular a las trágicas noticias que llegan desde Liberia. Frente a las pruebas que tienen que soportar esas queridas poblaciones, sólo podemos pedir a aquellos que tienen un arma en las manos que la depongan para volver a dar espacio al diálogo y a la acción concertada de la comunidad internacional.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Ante de despedirse, Juan Pablo II saludó en varios idiomas a los peregrinos. En castellano, dijo:]
Saludo a los peregrinos de lengua española, a los presentes y a los que siguen por radio o televisión esta oración del «Angelus». Os invito a que por la invocación frecuente a María os acerquéis cada vez más a su Hijo, Jesús. Feliz domingo.