El Papa pide no ver a los emigrantes como competidores

A los emigrados les invita a respetar las leyes del Estado que les acoge

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CIUDAD DEL VATICANO, 17 de noviembre de 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha pedido ofrecer una cálida acogida a los inmigrantes, que no pueden ser considerados como competidores, e invita a los emigrados a respetar las leyes del país que les acoge.

El Papa lanzó su llamamiento este domingo al encontrarse a mediodía con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro del Vaticano, en el día en que la Iglesia católica en Italia celebraba la Jornada de las Migraciones, «importante y complejo fenómeno social», constató.

«Vivimos en una época de profundos cambios que afectan a personas, grupos étnicos y pueblos. También hoy se registran graves desigualdades, especialmente entre el norte y el sur del mundo», constató el Santo Padre.

«Esto hace que la tierra, convertida cada vez más en una «aldea global», sea por desgracia para unos un lugar de pobreza y de privaciones, mientras en las manos de otros se concentran grandes riquezas», añadió.

«En este contexto –insistió en una mañana de lluvia–, el «otro» corre el riesgo de ser considerado con frecuencia como un competidor, sobre todo si es «diverso» por idioma, nacionalidad y cultura».

«Por este motivo –afirmó–, es importante que se difunda el espíritu de acogida, que hay que traducir en comportamientos sociales de atención especialmente a quien está en la necesidad. Cada quien es llamado a contribuir para mejorar el mundo, comenzando por el propio ámbito de vida y de acción»

En particular, el Papa pidió a las «familias, asociaciones, comunidades eclesiales y civiles» que «se conviertan cada vez más en escuelas de hospitalidad, de convivencia civil, de diálogo fecundo».

«Por su parte –aclaró–, los inmigrantes deben saber respetar las leyes del Estado que los acoge y contribuir así a una mejor integración en el nuevo contexto social».

«En Cristo, al acoger a todo hombre, Dios se ha hecho «emigrante» por las sendas del tiempo para llevar a todos el Evangelio del amor y de la paz –aclaró el obispo de Roma–. Al contemplar este misterio, ¿cómo es posible no abrirse a la acogida y reconocer que todo ser humano es hijo del único Padre celestial y, por tanto, hermano nuestro?».

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ZENIT Staff

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