Monseñor Munilla anima a retomar el espíritu y legado de san Ignacio de Loyola

Homilía en la fiesta del santo patrono de la diócesis de San Sebastián

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El obispo de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla ha presidido la celebración eucarística en honor a san Ignacio de Loyola, patrono de la diócesis de San Sebastiánque ha tenido lugar en la Basílica de Loyola a las 11:00 h. con presencia de las autoridades.

Durante la homilía ha hablado del beato José Anchieta S.I.,uno de los intercesores elegidos para la JMJ de Río, «lo que significa que ha sido propuesto como modelo de imitación para toda la juventud del mundo» ha recordado. El prelado ha explicado que este beato nació en Tenerife en 1534, hijo de un azpeitiarra, Juan de Anchieta, originario de uno de los caseríos del valle de Loiola.

«Con diecisiete años ingresa en la recién aprobada Compañía de Jesús. Entre sus hermanos jesuitas destacó en seguida por su fervor y por el vigor de su ascesis. Debido a su salud quebradiza, en 1553 fue enviado a Brasil por sus superiores —para cambiar de aires—, junto con otros seis hermanos de la orden. Con tan solo veinte años, Anchieta fundó junto al padre provincial, una aldea misional que ha llegado a ser en nuestros días la ciudad más grande de Sudamérica. Estamos hablando nada más y nada menos que de la fundación de la actual ciudad de Sâo Paulo (con más de veinte millones de habitantes en este momento). Anchieta enseñó allí gramática, tanto a los hijos de los portugueses como a los indios, y aprendió rápidamente y con toda perfección la lengua de aquella región, el tupí-guaraní, en la que escribió la primera gramática de la lengua tupí y un catecismo en este idioma, que fue el primer catecismo cristiano escrito en una lengua nativa del continente americano. También hizo el primer diccionario. El Beato José de Anchieta llegó a tener una gran actividad literaria en portugués, latín y tupí-guaraní: poesías, obras dramáticas, sermones…

Al poco tiempo, fue requerido por el Provincial de los jesuitas para ciertas tareas muy delicadas. Su primera misión importante fue la de embajador de paz entre los tamoyas, pueblo muy feroz y aguerrido, que constituía una amenaza permanente para la paz. Por espacio de cinco meses, corriendo su vida grave peligro, estuvo retenido como rehén de esa tribu. En ese tiempo predicó sin cesar el Evangelio a sus captores, y realizó entre ellos prodigios admirables. Ordenado sacerdote con treinta y tres años, acompaña de nuevo al provincial en la fundación de Río de Janeiro, la cual tomó el nombre de “San Sebastián de Río de Janeiro”. Durante diez años fue rector del Colegio de San Vicente, en Río, y en este tiempo fundó el Hospital de la Misericordia, y no solo predicó a los portugueses, obteniendo grandes frutos, sino que se encargó también de evangelizar a nuevas tribus indígenas, algunas muy violentas. Fue nombrado Provincial de todos los jesuitas de Brasil en 1577. Aprovechando sus conocimientos de la lengua, se ganó la confianza de los indios, y consiguió que algunos le encomendaran la educación de sus hijos. Estos jóvenes indios, una vez cristianizados, fueron luego misioneros de sus padres. Las penalidades que sufrió son difícilmente imaginables.  Y para hacernos una idea de ello, basta decir que a los tres años de la ordenación sacerdotal de Anchieta, cuarenta de sus compañeros jesuitas habían sido martirizados.

Apóstol delicadísimo de los enfermos, predicador incansable, hombre tan humilde y obediente, como valiente y emprendedor… desgasta sus últimas fuerzas de amor apostólico, con entusiasmo juvenil, en la evangelización de los indios. Iba a buscarles a la selva o adonde fuera, sacando fuerzas de flaqueza. No se cansaba de llamarles a la fe en Jesucristo, invitándoles a dejar la vida nómada y a agruparse en nuevas aldeas misionales. Falleció en olor de santidad en 1587, con 53 años de edad. Fue declarado beato en 1980 por Juan Pablo II».

«Al asomarnos a personajes como el beato Anchieta», ha invitado a preguntarse: «¿Qué hemos hecho del legado de san Ignacio de Loyola, nuestro gran Patrono, que ha sido fermento para regenerar la faz del mundo?» Y aunque reconoce que «son muchos —¡muchos más de los que algunos suponen!— quienes continúan encarnando ese mismo espíritu ignaciano de universalidad, magnanimidad, generosidad y fe. ¡No hay lugar para el pesimismo ni para las nostalgias! Pero tampoco podemos ser ingenuos ante la crisis de secularización que padecemos,  derivada del olvido —e incluso de la ruptura— de nuestras raíces cristianas»

Por eso, ha preguntado el prelado «¿Cuál es la dirección? ¿Hacia dónde vamos? El auténtico progreso solo puede estar enraizado en la Tradición».

Según monseñor Munilla «la pregunta clave, es la pregunta por la ‘dirección’… que es tanto como decir que es la pregunta por la ‘meta’ de la vida… En el fondo, es la misma pregunta que Ignacio de Loyola dirigió, cinco siglos atrás, a Francisco Javier: “¿De qué te sirve ganar el mundo entero, si pierdes tu vida?”.

Para finalizar ha afirmado el obispo de San Sebastián que » este mundo está experimentando cambios vertiginosos; pero LA PREGUNTA —con mayúscula— es la misma de siempre; y la respuesta, al igual que Ignacio, Francisco Javier y José de Anchieta, también la encontramos en el Evangelio. La respuesta tiene un nombre propio: ¡JESUCRISTO!»

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ZENIT Staff

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