Sínodo de África 2009, balance y objetivos

El padre Musoni explica el espíritu de la II Asamblea sinodal

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ROMA, jueves 25 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Cuatro meses después de la II Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, celebrada en Roma en octubre de 2009, Aimable Musoni -salesiano ruandés que participó en el encuentro en calidad de experto- traza para ZENIT un balance de las conquistas sociales logradas en el continente en los últimos quince años gracias al catolicismo.

Consultor de la Congregación para las Causas de los Santos y de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Musoni explica también los próximos pasos para concretar las conclusiones a las que llegaron los padres sinodales.

– Empecemos con el tema del II Sínodo, celebrado en Roma el pasado mes de octubre: “La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz”.

Musoni: Se trata de un tema muy actual que afecta a todos, desde los pastores hasta el último de los fieles.

En particular, los padres sinodales llamaron para esta causa a los miembros de la vida consagrada porque se espera mucho de su testimonio y de su función profética para no renunciar ni perder los valores cristianos en todas esas circunstancias de extrema presión que sacuden al continente, como las guerras, la pobreza, las enfermedades y el hambre.

La convicción es que sólo reconciliados con Dios podemos reconciliarnos entre nosotros y ser testigos-ministros de la reconciliación en la sociedad.

En consecuencia, se destacó la necesidad de un testimonio personal convencido y convincente por parte de todos los miembros de la Iglesia.

Desde ese punto de vista, el anuncio del Evangelio en África sólo puede caminar en paralelo al proceso de reconciliación.

Un aspecto, este último, sobre el que se quiso llamar por otra parte la atención también de los políticos católicos para que actúen en la sociedad, y por la sociedad, guiados por una coherencia tal con el dictado cristiano, que facilite también la buena convivencia.

– A pesar de algunos progresos logrados en el ámbito socio-político, económico y cultural, sigue siendo difícil saber cómo los resultados del Sínodo encuentran o han encontrado una aplicación real en África.

Musoni: Sí, es difícil calcular de un modo preciso los resultados. De todos modos, respecto al 1994, año del I Sínodo, se ha registrado un crecimiento notable del catolicismo en el continente, cuyos miembros han pasado de 102 millones (equivalentes al 14,6% de la población africana) a 164 millones (17,5%).

Igualmente han aumentado, por ejemplo, los consagrados, los misioneros laicos, los catequistas y los seminaristas, así como las estructuras eclesiásticas para la evangelización, los hospitales, las escuelas, los seminarios y las radios católicas (que han pasado -éstas últimas- de 15 a 163).

Se ha profundizado también en la reflexión teológica, aunque quedan problemas relacionados con la enculturación en la medida en que no en todas partes hay libros litúrgicos y catecismos en las diversas lenguas locales.

Por eso es necesario continuar el trabajo de traducción, así como incrementar el repertorio de cantos litúrgicos, siguiendo los cánones de la tradición consolidada en Europa, sí, pero alentando también la creatividad del genio africano.

– En el Instrumentum laboris se pide expresamente compensar la falta de un sistema de seguimiento, especialmente en los ámbitos relacionados con la familia, la dignidad de la mujer o la misión de la Iglesia.

Musoni: Para poner a punto un método sistemático de evaluación, el II Sínodo ha buscado consultar primero al Simposio de las Conferencias Episcopales de África y de Madagascar (SECAM) para que pueda servir como centro de coordinación de la solidaridad pastoral orgánica, sintetizando por tanto las diversas experiencias en el ámbito continental, regional, nacional, de las diócesis y de las mismas parroquias.

En otras palabras, se espera concebir, en todos los ámbitos, un mecanismo de evaluación continua propio, para ver si hay una recepción práctica y concreta de lo que se ha dicho en el Sínodo.

La aplicación afectará en primer lugar al SECAM, que fijará el calendario, una agenda precisa y un orden del día; por tanto, a las conferencias episcopales regionales y nacionales, y a las diócesis, invitadas -éstas últimas- a celebrar sínodos cuya finalidad no será hacer hablar sólo a los obispos entre ellos, o a los obispos con el clero. Más bien, todo el pueblo de Dios debe ser informado e implicado.

Son los sínodos diocesanos, por tanto, la mejor ocasión para hacer una programación oportuna.

Dado que, como ya expliqué, el tema es el de “reconciliación, justicia y paz”, también se ha pedido que, a todos los niveles, se instituyan las llamadas Comisiones Justicia y Paz.

Y ello partiendo de las parroquias, porque sólo partiendo de una conciencia real de la realidad comunitaria se pueden tomar decisiones maduras, en los sectores sociales y eclesiales, sobre la familia, la dignidad de la mujer, la misión de la Iglesia, la comunicación social y la autosuficiencia.
– Si los datos hablan de un crecimiento de los católicos, el diálogo ecuménico e interreligioso sigue siendo todavía un desafío delicado frente a la proliferación de las sectas, que siguen fascinando…

Musoni: El Evangelio no ha llegado a todos los lugares y donde no hay católicos, las consideradas “religiones tradicionales africanas”, con la modernidad y la presencia actual, muy a menudo, de los cristianos protestantes -para quienes, como se sabe, vale el principio del libre examen de las Sagradas Escrituras-, han dado lugar a comunidades eclesiales indígenas con una fisionomía de sectas. Ya no cristianos en sentido propio, pero tampoco paganos.

Experiencias sincretistas dan vida a las “Iglesias independientes africanas”, que verdaderamente no tienen una gran consistencia desde el punto de vista doctrinal y disciplinario, pero cuya existencia está impregnada de dos significados.

El primer lugar, evidencia cómo el africano es religioso de una manera incurable; el segundo destaca el por qué se alejan de las Iglesias oficiales, en las que se corre el riesgo del anonimato a causa de sus grandes dimensiones, que no favorecen el contacto personal.

Sin embargo, ya existen las primeras respuestas de los católicos, gracias al nacimiento de movimientos juveniles y comunidades eclesiales de base, las consideradas “pequeñas comunidades cristianas”, organizadas por pueblos o aldeas en las que se encuentran para rezar o para intercambiarse informaciones sobre la situación de la colectividad, así como para tomar iniciativas comunes para ayudar a los que pasan dificultades.

Parece, por tanto, que existe una inicial distancia entre la Iglesia y los africanos.

Musoni: Diría que es un problema que puede presentarse en cualquier lugar. Por otra parte, el Evangelio no nació en Europa, sino en la cultura semítica, y por tanto para llegar a Occidente ha debido pasar por un proceso de enculturación.De hecho, ahora que la cultura está cada vez más secularizada y ya no es sólo cristiana, hay que dialogar con la “modernidad”.

De todos modos, sí. Hacia África ha habido a veces esta falta de atención por parte de los misioneros, en su mayoría occidentales, que al principio tenían sospechas de bastante peso sobre la cultura africana, a veces afirmando que no existía de hecho una cultura.

Esto ha hecho posible hacer una especie de tabula rasa en el intento de “arrancar al diablo a estos pobres que crecieron en las tinieblas”, como decían los misioneros de los años 1500-1800.

De la evangelización y contemporánea colonización se ha llegado entonces a la teología de la adaptación, buscando las “piedras de unión”, o sea, los nexos con la cultura africana.

La enculturación fue el pas
o siguiente para ir al encuentro de la herencia cultural africana, para que ésta ofreciera un propio canal interpretativo del catolicismo y así, por ejemplo, se produjo la introducción de la danza en la liturgia.

Hoy, el africano puede expresar su ser en la Iglesia, también a través de la corporeidad. La inculturación, en ese sentido, ha ayudado a purificar los valores africanos para asumirlos como vehículo del cristianismo.

– En algunas culturas africanas, la castidad y la pobreza no son valores, mientras lo son la riqueza, signo de bendición de los dioses; la esterilidad -atribuida sólo a la mujer- legitima el divorcio, mientras que morir sin dejar descendencia es signo de maldición. ¿Qué consecuencias tiene para la sociedad hacer hincapié en este tipo de familia?

Musoni: Los cristianos y en particular los religiosos africanos viven una cierta tensión respecto a los valores y a las tradiciones culturales de su propio país.

Por ejemplo, nuestra concepción de la vida tiene un valor antropológico más amplio: desde los ancestros más remotos hasta los nietos actuales, la vida se entiende como “continuidad”.

Para el africano -como alguien ha escrito- no existe una vida que no sea concreta también en el hoy, por tanto la transmisión de la vida a través de los hijos significa también la continuación de la vida de quien ya no está.

Y no poder conseguirlo es como permanecer al margen de la sociedad. En Ruanda, por ejemplo, una de las peores maldiciones es la de augurar a alguien morir sin casarse o sin tener hijos, es decir, sin dejar descendencia. Significa, prácticamente, desaparecer.

Pero también en esta concepción africana de la vida hay un sentido religioso porque el antepasado ha recibido la vida de Dios y a su vez la ha transmitido.

Después también están los apéndices negativos porque, para reforzar la propia vida, por ejemplo en Congo, se puede tomar la de los demás (a veces se ha hablado de “comedores de almas”).

Y lo mismo para la poligamia, que se ve como un refuerzo de la familia: tener tantos hijos significa tener fuerza de trabajo, pero también fuerza defensiva en las guerras tribales y, en ese sentido, el matrimonio es una alianza con las familias de las esposas.

Una visión compleja, en otras palabras, que a menudo pone en riesgo el reconocimiento de la excelencia y del valor de la vida cristiana y/o consagrada.

– Precisamente respecto a los religiosos, el Sínodo ha recomendado un atento discernimiento de los candidatos a la vida consagrada, mientras que para los Institutos internacionales presentes en África, los padres sinodales han augurado que la formación inicial -postulantado y noviciado- se realice en África. ¿Por qué esta petición?

Musoni: Personalmente pienso que los religiosos y las religiosas deben aprender a manejar la natural dimensión afectiva en la castidad, entendida como celibato y virginidad, dirigiendo el sentimiento de la maternidad y de la paternidad, que para los africanos es particularmente fuerte, por otro camino.

Así, por ejemplo, uno se puede sentir “madre” y “padre” en la tarea de educar en la fe a los propios “hijos”, es decir, a los hombres y las mujeres del pueblo de Dios.

Un aspecto para profundizar, éste último; alguna vez -sin generalizar- se siente casi la “infidelidad al voto de castidad” como parte de los sacerdotes y las hermanas.

El motivo, se puede hacer una hipótesis, encuentra entre sus raíces esta visión cultural de la vida en África, que no siempre va en el mismo sentido de la visión cristiana. Sirve también una verdadera madurez existencial entre vida cristiana y tradición africana.

Y para que no haya un choque, hay que convertirse de verdad, pero en tierra africana, donde puede probarse realmente la convicción de la vida religiosa y hacerse cargo por tanto de las responsabilidades derivadas de la elección vocacional libremente asumida.

Tener que adaptarse a una nueva cultura, que es la europea, y al mismo tiempo tener que madurar la propia elección vocacional no ayuda de hecho a hacer en el propio interior una síntesis armoniosa.

– En el Instrumentum laboris está escrito que las consagradas contribuyen a revelar más una cierta dimensión de Dios, mediante su genio femenino hecho de dulzura, ternura y disponibilidad”. ¿De qué manera la mujer realiza esta función privilegiada? ¿Y cómo podría contribuir mejor a la misión evangelizadora?

Musoni: Son las mujeres las que llevan adelante la familia en África, así como la educación. Una función importante, la suya, que también la Iglesia debe reconocer.

Están ya presentes en las parroquias y en las comunidades eclesiales de base: se trata de reconocer oficialmente esta función valorándola.

Y, yendo más allá, se podrá contribuir de esta manera a hacer reconocer y tutelar la dignidad de la mujer en la cultura africana en general.

Por ejemplo, la poligamia ciertamente no honra a la mujer, al menos en la visión cristiana.

Respecto a la explotación, es conocida la función subordinada de las esposas en la organización familiar, que puede ser revisada, en cambio, por una colaboración que, si no es paritaria, por lo menos respete las capacidades personales.

La Iglesia, según el deseo de los padres sinodales, dando a la mujer las responsabilidades también en los órganos de decisión, podría ofrecer el mejor ejemplo.

[Por Mariaelena Finessi, traducción del original italiano por Patricia Navas]

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ZENIT Staff

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