Juan Pablo II: La Eucaristía, abrazo culminante entre Dios y el hombre

Continúa las meditaciones sobre el milagro más grande del cristianismo

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CIUDAD DEL VATICANO, 11 oct (ZENIT.org).- La unión plena con Dios es posible y se da en un misterioso sacramento: la Eucaristía. Este fue el tema de la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general que ofreció esta mañana.

Al encontrarse con 38 mil peregrinos de todos los continentes (había representaciones de Albania, Uganda y Vietnam), el pontífice continuó con la serie de meditaciones que ha emprendido en esta segunda parte del Jubileo del año 2000 sobre el milagro más grande del cristianismo: la presencia de Cristo en la Eucaristía.

Un misterio, que sólo se puede comprender con los ojos del amor. «En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo», dijo el Papa recordando un sugerente pasaje del Catecismo de la Iglesia Católica. De este modo, «una misma vida une Dios con el hombre, Cristo crucificado y resucitado por todos y el discípulo llamado a entregarse totalmente a Él». En definitiva: el abrazo místico al que han aspirado todos los grandes buscadores de Dios.

El tema no era fácil. El pontífice alternó citas de la Escritura, referencias teológicas y pinceladas místicas. Para explicarse, el Santo Padre citó unos versos del poeta y dramaturgo francés Paul Claudel (1868-1955), quien supo describir de manera genial este abrazo entre Dios y el hombre, poniendo en boca de Cristo estas palabras: «Ven conmigo, donde yo estoy en ti mismo, / y te daré la llave de la existencia. Allá donde estoy, allá eternamente/ está el secreto de tu origen… / (…). ¿Acaso no son tus manos las mías? / Y tus pies, ¿no están clavados en la misma cruz? / ¡Yo he muerto, yo he resucitado de una vez para siempre! Nosotros estamos muy cerca el uno del otro / (…). ¿Cómo es posible separarte de mí/ sin que tú me rompas el corazón?».

Pero, ¿cómo es posible algo así? ¿Qué lógica explica esta locura de amor de Dios por el hombre que le ha llevado a unirse con él a través del sacrificio de su hijo? Juan Pablo II explicó precisamente que no se puede entender nada sin comprender el misterio de Jesús.

De hecho, recordó, «En la Eucaristía se actualiza, ante todo, el sacrificio de Cristo. Jesús está realmente presente bajo las especies del pan y del vino, como él mismo nos asegura: «Este es mi cuerpo… Esta es mi sangre»»

Para tratar de hacer comprender lo que realmente es incomprensible, el pontífice se remontó al Antiguo Testamento, y más en concreto al pasaje de Isaías en el que se habla del Siervo del Señor que: con su sacrificio, «entregándose a sí mismo a la muerte», «cargó con el pecado de muchos».

De este modo, con el sacrificio de su Hijo, como recordó hoy el Papa, Dios hizo una nueva alianza con el hombre. La Biblia, al evocar la epopeya de Moisés, recuerda la alianza que hizo Dios con su pueblo, cuando el profeta derramó la mitad de la sangre de las víctimas del sacrificio sobre el altar, símbolo de Dios, y la otra mitad sobre la asamblea de los hijos de Israel (cf. Éxodo 24, 5-8). «Esta «sangre de la alianza» unía íntimamente a Dios y al hombre en un lazo de solidaridad –explicó Juan Pablo II–. Con la Eucaristía la intimidad se hace total, el abrazo entre Dios y el hombre alcanza su culmen. Es el cumplimiento de la «nueva alianza» que había predicho Jeremías: un pacto en el espíritu y en el corazón».

Por eso, añadió, «los fieles participan con mayor plenitud en el sacrificio de acción de gracias, propiciación, de impetración y de alabanza no sólo cuando ofrecen al Padre con todo su corazón, en unión con el sacerdote, la víctima sagrada y, en ella, se ofrecen a sí mismos, sino también cuando reciben la misma víctima en el sacramento». En definitiva: el abrazo culminante con Dios.

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ZENIT Staff

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