Juan Pablo II: El Jubileo, «signo» de una «renovada primavera» de la Iglesia

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El año santo, culmen de la renovación traída por el Concilio Vaticano II

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CIUDAD DEL VATICANO, 14 enero 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II no tiene dudas: el Jubileo ha sido para la Iglesia «una especie de «signo» grande y memorable» de una «renovada primavera».

Lo aseguró este mediodía al encontrarse con varias decenas de miles de peregrinos que se reunieron en la plaza de San Pedro, desafiando una mañana de enero con mucho viento, para rezar junto al pontífice su querida oración mariana del «Angelus».

Antes de elevar su plegaria, el Santo Padre hizo un breve balance del año santo, clausurado el pasado 6 de enero: «El Jubileo recién concluido –explicó– ha sido para la Iglesia y para el mundo una especie de «signo» grande y memorable. Un año en el que Cristo, como en las Bodas de Caná, ha transformado el «agua» de nuestra pobreza espiritual en el «vino» generoso de la renovación y del compromiso».

En el fondo, el pontífice no hizo más que constatar una de las convicciones que más profundamente le han animado desde el inicio de su pontificado: «La Iglesia ha podido experimentar los signos de una renovada primavera, suscitada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, a partir del cual se ha inaugurado una especie de preparación inmediata para el gran Jubileo del año 2000 en el sentido más amplio de la palabra».

Esta renovación eclesial, comenzada por Juan XXIII y culminada en el año santo, ya había sido planteada por el mismo Juan Pablo II en los tres primeros números de su primera encíclica, la «Redemptor hominis» (4 de marzo de 1979).

En su balance del año santo trazado en este mediodía, el Papa no ha mencionado los impresionantes números de fieles que ha movido, o los grandes acontecimientos por los que se ha caracterizado. Para él se trata de algo más profundo. En síntesis, «el año santo ha abierto muchos corazones a la esperanza y ha iluminado el camino del mundo con la luz de Cristo».

«Ahora, terminado el gran Jubileo, hemos reemprendido con nuevo empuje el camino «ordinario», conservando la mirada más fijo que nunca en el rostro del Señor, como he escrito en la carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. n. 16)», añadió.

Este nuevo impulso para los cristianos no hubiera podido tener lugar, según el Papa, sin la intercesión de la Virgen María. En esos momentos de transición del segundo al tercer milenio, aclaró, «su Corazón Inmaculado se ha mostrado como un seguro refugio para tantos hijos suyos».

Se trata de un elemento que el mismo pontífice había subrayado con su peregrinación a Fátima para beatificar a los dos pastorcillos videntes y en la que encargó la revelación del así llamado «tercer secreto) (cf. Zenit, 14 de mayo). Esta misma convicción explica el acto con el que puso la humanidad del tercer milenio en manos de María durante el jubileo de los obispos (cf. Zenit, 8 de octubre).

«A nosotros, hombres y mujeres, que nos asomamos con confianza al nuevo milenio, la Madre de Cristo repite ahora la invitación dirigida a los siervos con motivo de las Bodas de Caná: «Haced lo que él os diga»», exhortó el sucesor de Pedro.

«Con estas palabras –concluyó–, la Virgen parece querernos incitar a no tener miedo de los límites y de los fracasos que en ocasiones pueden marcar nuestra experiencia como individuos, familias, comunidades eclesiales y civiles. María nos exhorta a no dejarnos abatir ni siquiera por el pecado, que pone en crisis la confianza en nosotros mismos y en los demás. Lo que cuenta es lo que Cristo nos dice, confiando en Él: no dejara sin escuchar nuestra invocación incesante».

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ZENIT Staff

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