Rehacer una nueva vida, tras haber asesinado a una religiosa

El caso de Ambra, una de las jóvenes que mató a sor María Laura

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TURIN, 5 febrero 2001 (ZENIT.org).- ¿Sé puede rehacer una vida después de haber asesinado a cuchilladas a una religiosa para saber «qué es lo que se siente»? Este es el dramático dilema que tiene ante su futuro Ambra, una joven italiana encerrada en una cárcel de Turín.

Ambra, como sus dos amigas, eran «chicas buenas», aburridas, que querían experimentan emociones fuertes. Seguramente influenciadas por un entorno de jóvenes de su edad, decidieron saber qué se sentía matando a una persona. Y el 3 de junio del año pasado eligieron a la más indefensa: una religiosa que ayudaba a los necesitados de su pueblo, sor María Laura Manetti, de 61 años, superiora de las hermanas de la Cruz de San Andrés en Chiavenna, al norte de Italia.

Junto a otras dos amigas, participó en una cruel imitación de «ritos satánicos», denominación que, para muchos expertos, es una simple tapadera de otras actividades. En la noche, una de las muchachas llamó a la religiosa diciendo que una de ellas acababa de ser violada. Se encontraba en un parque solitario y eran las diez de la noche. Insistió en que viniera sola. En el camino fue asesinada salvajemente. Su cuerpo fue desfigurado a puñaladas.

Ahora, Ambra está a punto de ser juzgada por aquel brutal crimen. Como a un nuevo san Esteban, las tres adolescentes mataron a la religiosa con piedras, mientras sor María Laura imploraba que la dejaran y rezaba por quienes le estaban quitando la vida. La vida de Ambra, sin embargo podría ser la de otro Saulo de Tarso. Por el momento, el capellán de la cárcel, el padre Domenico Ricca, la está ayudando a salir del túnel.

Ambra piensa en su futuro y los perfiles de lo que podrá llegar a ser se le difuminan. No puede ser de otra manera, con un delito por el que deberá descontar al menos entre 15 y 20 años de cárcel. Pero lo está intentando.

Así lo reconocen las personas –educadores, psicólogos y el capellán — que están cercanas a ella en la cárcel de menores «Ferrante Aporti» de Turín. «Don Mecu», como le conocen todos, salesiano que desde hace 22 años, comparte esperanzas y tragedias con centenares de adolescentes «quemados» .

Ha hecho falta tiempo antes de que el padre Ricca se entrevistara con la joven. «El contacto con ella ha sido difícil –explica el capellán–, había que conquistar su confianza. Un sacerdote de Chiavenna, que vino a hacerle una visita, consiguió que empezáramos a dialogar. Desde aquél día, gracias a la ayuda fundamental del personal de la cárcel, se ha iniciado una relación serena, con conversaciones cada vez más frecuentes, a menudo solicitadas por ella».

«Estamos tratando de reconstruir, también desde un punto de vista espiritual, una conciencia que se ha fragmentado –añade el sacerdote–. Por otra parte, hay una base religiosa formal, pero desenfocada, en el pasado de Ambra que, cuando era niña, como sucede en su pueblo a la mayoría de los niños de su edad, ha recibido los sacramentos de iniciación y ha frecuentado el grupo juvenil parroquial».

«La situación es gravísima –reconoce el capellán–, tanto por lo que sucedió a la víctima, como por lo que estas chicas hicieron. Se han hecho muchas hipótesis sobre el móvil, se ha hablado de satanismo, de círculos extraños en los que habían entrado las jóvenes. Pienso que en la vida de estas chicas han intervenido muchas variables, subjetivas y ligadas a una fase especial de la adolescencia y personal, que en un cierto momento se han hecho incontrolables. No pondría en el último lugar un contexto social y una realidad juvenil, típicas de aquellas zonas muy ricas, a un paso de la frontera con Suiza, cuyos únicos ideales son el trabajo para ganar mucho dinero y las diversiones, incluso extremas».

Eso sí, el padre Domenico Ricca pide evitar toda «caza de brujas, alimentada por ciertos medios de comunicación, justamente en estos días previos al proceso. La atmósfera es asfixiante y no es justo que el peso de todo lo sucedido recaiga sobre los familiares de las jóvenes. El justicialismo es demasiadas veces un modo de eludir las propias responsabilidades, y aquí hablo de las sociales y colectivas».

«A quien nos acusa de ser demasiado tolerantes –concluye el sacerdote–, respondo que cada uno de nosotros tiene el derecho de reconstruir el propio futuro. Don Bosco, hablando de sus jóvenes «desgraciados», decía que allí donde se entrevé una espiral de esperanza, es desde donde hay que recomenzar. Esta es nuestra apuesta».

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ZENIT Staff

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