El abogado del chaval, James Lewis, alegó delante del jurado que Lionel
estaba emulando a los campeones de lucha libre, a los que veía como héroes,
cuando arremetió a patadas y arrojó violentamente el cuerpo de Tiffany, en
el momento en que su madre los dejó solos.
La Federación Mundial de Lucha Libre ha negado todo tipo de responsabilidad
en la conducta del adolescente. La Federación emitió una nota afirmando que
la estrategia de la defensa, relacionando el caso con la lucha libre
profesional era «un engaño inventado».
Comentando el caso, el diario británico «The Telegraph» (21 enero) indicaba
que al menos otros cuatro niños habían muerto en incidentes relacionados con
la imitación de la violencia de los espectáculos de lucha libre. Pero el
caso de Florida es el primero en el que la culpa se atribuye totalmente a
los efectos de la televisión.
En enero de 1999, Jason Whala, de doce años, declaró a la policía de
Washington que había arrojado a un bebé al suelo, como si fuera un artilugio
explosivo, porque el niño lloraba mientras él trataba de divertirse con los
videojuegos. El adolescente fue reconocido culpable de homicidio en segundo
grado y enviado a una prisión juvenil hasta los 21 años de edad.
Pocos meses después, otro chico de trece años moría después de que su
hermano de siete le practicara una llave de lucha. El niño declaró a la
policía que estaba imitando los movimientos que había visto ejecutar a sus
estrellas favoritas de la Federación Mundial de Lucha Libre.
Menos televisión puede reducir la agresividad
Que la violencia en la televisión y los videojuegos influye negativamente en
los niños ha sido confirmado por un estudio norteamericano reciente. Según
el «British Medical Journal» (27 enero), reducir el tiempo de televisión y
videojuegos de los niños que van a la escuela primaria, les hace menos
agresivos hacia sus semejantes.
Un grupo de investigadores, dirigidos por el doctor Thomas Robinson,
profesor ayudante de Pediatría de la Universidad de Stanford, en Palo Alto,
California, observó a 225 niños, de tercero y cuarto de primaria, en dos
escuelas públicas similares de San José, California. Las escuelas fueron
seleccionadas porque estaban en el mismo distrito y presentaban
características académicas y sociodemográficas que podían ser comparadas.
En una de las escuelas, no se hizo ningún tipo de intervención sobre 120
niños, que servían como grupo de control. En la otra, se impartieron a 105
alumnos 18 lecciones, de entre 30 y 50 minutos, durante seis meses, sobre la
conveniencia de reducir el uso de la televisión, vídeos y videojuegos. Se
presentó a los niños el desafío de estar diez días sin ver televisión y
luego verla sólo siete horas a la semana. Se les invitó también a ser más
selectivos a la hora de elegir los programas y los juegos.
Al principio, la media de exposición a la televisión de los chicos era de
15,5 horas a la semana, además de 5 horas de vídeo y 3 de videojuegos. El
tiempo de dedicación a la televisión, a finales de curso, cayó en torno a un
30%.
Los resultados se midieron con cuestionarios en los que se pedía a los niños
una estimación sobre la agresividad de sus compañeros al principio y al
final del estudio. Los investigadores seleccionaron también aleatoriamente
al 60% de los niños de cada escuela con el fin de realizar una observación
directa durante los recreos.
Sobre el tema de la agresividad, los informes de las dos escuelas, al
principio, eran semejantes, pero en el grupo sobre el que se realizó la
intervención la agresividad bajó un 25% al final del estudio. La implicación
de niños de este grupo en incidentes de conducta verbalmente agresiva
durante el recreo fue un 50% menor que la de los chicos del grupo de
control. Tanto chicos como chicas se beneficiaron de la intervención y los
estudiantes más agresivos experimentaron la mayor caída en su nivel de
combatividad.
«Los chicos emplean más tiempo en ver la televisión que en hacer cualquier
otra cosa, excepto dormir -dijo el doctor Robinson-. No es ilógico pensar
que ésto afecta en gran medida a su salud y su conducta según pasa el
tiempo».
Música y dibujos animados
La televisión y los vídeos no son los únicos que promueven la beligerancia.
Como subrayaba «The Guardian» (24 enero), las letras de muchas canciones
modernas son manifiestos sanguinarios. Por ejemplo, una canción del conjunto
«Slayer» festeja los «filos relucientes» y «los ríos de sangre».
Este grupo es ahora objeto de una acción legal por parte de los padres de
una chica de quince años, Elyse Pahler, que afirman que fue asesinada en un
ritual inspirado por las canciones del grupo musical. Los tres chicos
culpables del crimen están en prisión. David y Lisanne Pahler creen que los
temas de las canciones de «Slayer» que aluden a asesinatos en serie y
necrofilia contribuyeron a la muerte de su hija y han demandado a la banda
musical y a la empresa discográfica que distribuye su música.
«Este caso no tiene nada que ver con el arte -declaró David Pahler-. Se
refiere a los estudios de mercado. «Slayer» y otros que están en esta
industria han desarrollado sofisticadas estrategias para vender música dura
a los adolescentes. A ellos no les importa si el mensaje violento y misógino
de las letras inspira a los chicos para que hagan daño. Y les importa
todavía menos lo que sus fans hicieron a nuestra hija. Lo único que les
importa es el dinero».
Los abogados del conjunto y las empresas musicales -incluyendo «Def Jam
Music», «Columbia Records», «Sony Music Entertainment» y «American
Recordings»- declararon que el trabajo de «Slayer» está protegido por el
derecho a la libertad de expresión de la Constitución de Estados Unidos.
Pero Hollywood y Estados Unidos no son los únicos criticados por la
violencia gratuita incluida en los medios de comunicación. Se acusa a las
películas japonesas, e incluso a los dibujos animados, de ofrecer contenidos
sanguinarios. Un ejemplo reciente, señalado por «Los Angeles Times» (12
enero), es la película «Battle Royale» en la que 42 jóvenes son conducidos a
una isla remota y obligados a jugar la última partida de «Survivor»: matar o
ser matado hasta que sólo quede uno.
La película es un récord de taquilla y ha provocado un amplio debate sobre
la libertad de expresión y los valores tradicionales japoneses. Aunque la
violencia en Japón es sumamente baja en comparación con los niveles
occidentales, la opinión pública se ha visto conmocionada recientemente por
una cadena de crímenes horripilantes cometidos por adolescentes, según las
acusaciones. Varios de los acusados dijeron que tenían dificultad para
distinguir entre la realidad y la realidad virtual, añadiendo que se habían
inspirado en películas, noticias de la televisión y libros de historietas.
Acerca de los dibujos animados, según el «New York Times» (28 enero) los
espacios televisivos para niños en Estados Unidos se están llenando de
programas de dibujos animados violentos de origen japonés. Muchos de estos
programas son importados directamente de Japón y su menor coste atrae a los
directivos de las cadenas de televisión.
El diario neoyorquino indicaba que el estilo de los dibujos animados
japoneses, llamado «anime», está influenciando a los dibujantes del país,
cuyas nuevas producciones son con frecuencia de una violencia no inferior a
la de los japoneses y con un estilo similar. Los dibujos animados están
dirigidos a jóvenes que han crecido con la violencia de los v
ideojuegos y
contienen una buena dosis de acciones crueles.
Mientras sigue el debate sobre dónde trazar la línea entre la libertad de
expresión y la necesidad de salvaguardar a la sociedad, una cosa es cierta:
hoy más que nunca los padres necesitan prestar atención a los que sus hijos
ven y oyen. Asimismo deberían asegurarse de que los valores de la próxima
generación no procedan sobre todo de los medios de comunicación de masas,
sino que estén formados por la cultura y tradiciones cristianas.
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