ROMA, 9 feb 2001 (ZENIT.org).- ¿Cómo es posible entablar un auténtico diálogo entre las religiones sin caer en el sincretismo, sin prescindir del anuncio evangélico? Pocas personas tienen tanta experiencia en este diálogo como Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares.
Chiara Lubich estuvo este mes de enero en India para abrir canales de diálogo con el hinduismo. En Coimbatore, en Tamil Nadu, recibió un reconocimiento hindú, el «Premio Defensor de la Paz» y fue invitada a hablar de su experiencia espiritual a centenares de hindúes y miembros de otras religiones, organizaciones humanitarias de inspiración gandhiana, y entes culturales abiertos al diálogo interreligioso.
«En la condición de más pronunciado pluralismo cultural y religioso que se va proyectando en la sociedad del nuevo milenio», subraya Juan Pablo II en su reciente carta apostólica «Novo Millennio Ineunte», el diálogo con las otras religiones se hace de verdad «importante» para la paz.
Lubich fundó en 1943, en plena segunda guerra mundial, el Movimiento de los Focoloares en Trento (Italia). La irradiación del Movimiento se calcula en más de 4 millones y medio de personas, de las cuales 2 millones son adherentes y simpatizantes, en 182 Países. Ha sido aprobado por la Santa Sede desde 1962 y, con los sucesivos desarrollos, en 1990.
En esta entrevista, concedida a los micrófonos de «Radio Vaticano», Chiara Lubich sintetiza su pensamiento.
–¿Qué significa realmente dialogar?
–Chiara Lubich: Dialogar significa sobre todo situarse en el mismo plano: no creernos mejores que los otros. Se puede dialogar con todos, incluso con el más pequeño, con el más miserable. Y significa también escuchar lo que el otro tiene en el corazón: abrirse del todo. Significa dejar a un lado todos nuestros pensamientos, los afectos de corazón, las ataduras. Dejar a un lado todo para poder «entrar» en el otro. Y esto suscita la escucha recíproca. Se perciben así los elementos comunes y, en el caso del diálogo que nosotros estamos desarrollando, ponernos de acuerdo para vivirlos juntos. Este diálogo hace realidad la fraternidad universal en razón de la cual queremos actuar. Es posible, de esta manera, unirse incluso a las personas más lejanas, las más diversas.
–Pero, en su opinión, ¿cuáles son los elementos específicos del diálogo entre cristianos e hindúes?
–Chiara Lubich: He hecho una pequeña recolección de algunos de estos elementos específicos. Estamos descubriendo una cosa maravillosa en las diversas religiones –estamos en contacto con unas treinta–: existen las semillas del Verbo de las que habla el Concilio. Por ejemplo, hablando con algunos monjes, he dicho que nosotros nos sentimos a gusto con algunas de las expresiones de sus textos sagrados. Decía: «Nosotros subrayamos que Dios es amor, pero vosotros ¿no decís que Dios es el primero en amarnos, porque fue El que nos dio el amor y lo acrecienta en nosotros cuando lo buscamos»? Y ¿no decís también: «El Señor es amor por naturaleza, El reside en el amor, Su suprema realidad»? ¿No repetís quizá aquella frase de Tagore: «desde que me encontré con mi Señor, no se ha acabado nunca nuestro juego de amor?».
Estaban impresionados de estas frases. Se diría que son «nuestras». Así, cuando dije que para amar a Dios hay que hacer su voluntad, que no se trata de sentimientos, añadí: «¿No decís vosotros también: Hacer la voluntad del Señor es un acto más grande que cantar sus alabanzas?».
Y, cuando he hablado de amar a los otros como a uno mismo, he dicho: «Por ejemplo, Gandhi, no dice: «tu y yo somos una sola cosa. No puedo herirte sin hacerme daño a mí mismo»?».
Luego, cuando hemos hablado del amor al enemigo, que es típicamente cristiano, hemos citado otro pensamiento suyo: «El hacha corta la madera de sándalo, mientras que esta le regala su virtud, perfumándola». Se venga, en suma, con el amor. Todas estas son las semillas del Verbo, ese no se qué de vida, de verdad en el que nos encontramos y queremos subrayar. De esta manera, se va a la esencia, que es el amor. Porque también ellos creen en el amor. Es una cosa hermosísima, importantísima. Entonces, estos hermanos nuestros se re-enamoran. Quizá todo esto no se ve claro todavía, con tantas prácticas de piedad, ritos, procesiones con el elefante por delante…
–¿Cuál es la contribución que ofrece el diálogo con las demás religiones a la Iglesia Católica?
–El diálogo con las otras religiones abre cada vez más a la Iglesia católica. Mire lo que quiero decir: la Iglesia es la «que está en sí y ¡que está fuera de sí misma!». Porque Santo Tomás ha dicho que la Iglesia no se mide sólo por el número de los católicos sino que, como Jesucristo ha muerto por todos los hombres, hay que medirla por el número de todos aquellos por los que Él ha muerto, es decir la humanidad entera. Por tanto, en cierto modo, la Iglesia está también «fuera de sí misma». Con el diálogo se abre a aquella parte de «sí misma que existe fuera de sí» y que está presente en las semillas del Verbo. Pero el Verbo es el Verbo de Dios. Y Jesucristo, Verbo encarnado, es «nuestro» ¡Debemos, por tanto, considerar a estas «semillas» como también «nuestras!».