CIUDAD DEL VATICANO, 19 feb 2001 (ZENIT.org).-
Los próximos viajes del Santo Padre a Siria y Ucrania, así como la atención que Juan Pablo II está prestando al mundo ortodoxo, sugieren muchos interrogantes. Interrogantes que, según algunos de los máximos expertos en las relaciones entre la Iglesia católica y las Iglesias de oriente estuvieron a punto de costarle la vida al Papa en el atentado de la plaza de San Pedro (13 de mayo de 1981).
Para comprender mejor el compromiso del Papa por promover esta reconciliación de la Iglesia católica con las Iglesias más de Oriente, Zenit ha entrevistado a la profesora Michelina Tenace, catedrática del Instituto Pontificio Oriental y miembro del Centro Aletti de Roma, dedicado a la promoción de las relaciones con los cristianos de oriente.
–Zenit: Juan Pablo II ha insistido en muchas ocasiones, particularmente durante el Sínodo de los Obispos de Europa, celebrado en octubre de 1999, en que el cristianismo en Europa tiene necesidad de los dos pulmones, el de oriente y el de occidente.
–Michelina Tenace: La imagen de los dos pulmones quiere evocar la vida. Un organismo está vivo si tiene lo que le permite estar en vida: el aire, el agua, la comida. Los dos pulmones evocan la relación entre la vida y la respiración, es decir, entre la vida y el Espíritu Santo. Para estar vivos es necesario crecer en la vida espiritual. Cuando la imagen de los dos pulmones se aplica a la relación entre la Iglesia de oriente y la de occidente, se quiere evocar la situación de un cristiano que no aprovecharía la vitalidad de la plenitud del cuerpo, sino sólo de una parte. La plenitud del cuerpo en este caso es la tradición cristiana apostólica, sumamente rica porque posee ya en sí muchas soluciones ofrecidas a muchos de los problemas que hoy día nos planteamos. Pero si sólo miramos a una parte de la tradición, nos damos cuenta que nos cuesta respirar. Entonces, ¿por qué no respirar a pleno pulmón, recurriendo a la vida transmitida por la Iglesia en dos mil años de vida? El Centro Aletti quiere responder de manera particular a este desafío: ¿cómo dar una respuesta a los problemas de hoy, que son semejantes en Oriente y Occidente, recurriendo a la riqueza de las dos tradiciones? La decadencia de Europa, bajo algunos puntos de vista, se parece a la del Imperio romano del siglo V. Los monjes, entonces, salvaron la civilización con la radicalidad de su vida cristiana, con el amor que tenían por la cultura, por la creación, por el arte, por la vida interior, por el hombre en cuanto tal.
Juan Pablo II es profético en muchos aspectos, pero en éste es realmente explícito: al insistir en el compromiso de los cristianos por la unidad, les quiere recordar su responsabilidad ante el mundo, ante la creación, ante el destino del hombre. Oriente tiene su propio luz: la luz de oriente es Cristo. Como dice el padre Marko Ivan Rupnik, director del Centro Aletti, nuestra orientación hacia oriente está motivada por esta convicción: todo lo que es de Cristo es nuestro.
La importancia de la unidad entre los cristianos, incluso desde el punto de vista de las dinámicas de política internacional, es tan importante que, por ejemplo, el teólogo ortodoxo Olivier Clément, interpreta el atentado contra el Papa, perpetrado por el turco Alí Agca, como un martirio por la unidad. Según él, se buscaba detener el empuje de Juan Pablo II a favor de la Iglesia ortodoxa. Y lo dice en su estupendo libro «Roma de otro modo. Un ortodoxo ante el papado» («Roma diversamente. Un ortodosso di fronte al papato», 1997).
–Zenit: ¿Por qué es tan controvertido un posible viaje del Papa a Moscú?
–Michelina Tenace: ¿Quién sabe? Hay dificultades que ni siquiera podemos imaginar. Algunas, sin embargo, son claras. Para comenzar hay que reconocer que para un católico es difícil de comprender que en el diálogo entre las Iglesias no está por una parte el Papa y por otra el patriarca. Según esa lógica, bastaría que se pusieran de acuerdo, y todo solucionado. No es así. Por una parte está el Papa y por otra están muchos patriarcas, jefes de Iglesias que no se reconocen en comunión con Roma. La Ortodoxia no es una realidad única. Está fragmentada e incluso en conflicto interno. Basta mencionar un conflicto evidente: Constantinopla con Bartolomé y Moscú con Alejo II, representan una Ortodoxia que no ha resuelto la rivalidad histórica, cultural, ideológica, etc. Si uno quiere dar un paso adelante hacia la unidad, tendrá que tener en cuenta cómo será comprendido por el resto del mundo ortodoxo. Precisamente para favorecer el encuentro y una reconciliación, algunos sueñan con un Concilio junto a todas las Iglesias ortodoxas, en el que cada una podría exponer sus peticiones, sus dificultades, para poder encontrar juntos soluciones. En este contexto de unidad y de diversidad se evoca en ocasiones la bella imagen que circulaba en los primeros siglos, la de los cinco patriarcas como cinco dedos necesarios para la mano. Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Roma, Constantinopla estaban unidas en la fe y en la caridad. El primado de Roma era vivido como un garante de la unidad. Hoy la imagen de los cinco patriarcados no sería suficiente para darse cuenta de la complejidad de la situación. Ahora bien, es interesante constatar cómo el trabajo del Papa se desarrolla teniendo en cuenta a estas antiguas sedes patriarcales, en el respeto de las dinámicas que existen entre sí. Por lo que se refiere al Santo Padre da la impresión de que ha hecho todo lo posible, indicando incluso la vía de una actitud verdaderamente justa que pone en primer lugar la caridad, la humildad, es decir, la aceptación incluso de la humillación.
–Zenit: Entonces, ¿hay pocas esperanzas?
–Michelina Tenace: A pesar de las dificultades preocupantes, hay auténticos signos de esperanza. Pero no son fáciles ni de ver ni de enumerar. Olivier Clément, ortodoxo que vive en París, en un artículo escrito en el diario «La Croix», presentaba entre los signos de esperanza algunos lugares en los que las personas viven esta esperanza. Mencionaba junto a las comunidades de Taizé y Bose, el Centro Aletti. Dado que yo misma vivo en el Centro Aletti, puedo decir que en él se da un signo de esperanza. Por ejemplo, en 1995, en el Centro surgió la editorial LIPA, que ha publicado unos cincuenta libros, con sesenta tradiciones no sólo en lenguas occidentales, sino también en rumano, ucraniano, bielorruso, ruso, griego, etc. Pienso también en el hecho de que el libro del padre Thomas Spidlik, el manual de «Espiritualidad del Oriente Cristiano» ha sido traducido en ruso y que al ser publicado en Moscú, en pocas semanas, se agotó y tuvo que volver a ser impreso en varias ediciones. Es utilizado por los ortodoxos sin ningún problema. El mismo padre Spidlik fue en 1998 el primer católico que recibió el doctorado «honoris causa» por parte de una institución ortodoxa, la Facultad de Teología de la Universidad de Cluj en Rumanía.
Ahora bien, todo esto es relativo. Nadie puede dar un juicio sobre el valor de los sacrificios de personas pertenecientes a una y otra Iglesia, humilladas a causa de la difícil convivencia entre los cristianos. Los signos de esperanza en ocasiones son muy humildes, escondidos. La manera de trabajar del Espíritu Santo en la Iglesia siempre es igual: ¿cómo se difundió el Evangelio? Por obra de pocas personas muy convencidas, transformadas por la fe en Cristo. Pocas personas, los apóstoles, humildes y poco preparados, podríamos decir. Pero tenían una fuerza increíble, la fuerza de Cristo. En este sentido, si razonamos con los números y las estadísticas, no se puede saber a dónde va la Iglesia, a dónde va el ecumenismo. Cambia el mundo y con él la Iglesia, las personas se encuentran, se comprenden, se ayudan, comienzan a amarse, porque reconocen que son de Cristo, y por tanto que ya están unidas en Él.