MADRID, 23 feb 2001 (ZENIT.org).- «La Iglesia ni ha sido ni es ambigua en su condena del terrorismo», afirmó el cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid, en la conversación que mantuvo, el lunes pasado, con Luis Herrero en La Mañana, de COPE.
Se trata de una entrevista decisiva para la vida de la Iglesia en España pues en ella el purpurado respondía a los ataques que en días anteriores se habían lanzado contra la Iglesia por no haber adherido al pacto contra el terrorismo de ETA firmado por el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español.
Por su importancia presentamos aquí la transcripción que ha realizado Alfa y Omega, semanario de la arquidiócesis de Madrid.
–Don Antonio, ¿por qué no firma o por qué no quiere firmar la Conferencia Episcopal Española el famoso pacto antiterrorista?
–Cardenal Rouco: En primer lugar, eso ha sido una cuestión que no se nos ha planteado de manera explícita o expresa; no ha habido una negación, en el sentido explícito del término, porque no nos han pedido que firmásemos ese pacto. Pero ése es el problema menor. El problema mayor es que de ese hecho de que no lo hemos firmado, se saquen las consecuencias tan curiosas y tan dolorosas de que los obispos y la Iglesia católica en España es ambigua respecto a la condena del terrorismo, y ambigua respecto a la defensa del quinto Mandamiento de la Ley de Dios. Eso ya es desorbitar de tal manera los hechos que uno se pregunta si siempre funciona el buen juicio y, yo casi no me atrevería a decirlo, pero también si funciona la buena voluntad.
–Lo que es evidente es que están cayendo reacciones en forma de comentario, de titulares, de editoriales, de una manera …
–Cardenal Rouco: Pero en todos ellos hay de nuevo una clara confusión de la relación entre la Iglesia y la comunidad política. A uno le suenan algunos comentarios y argumentos a discursos en torno a este tema de finales de los años 60. Yo les pediría a los comentaristas que leyesen el Concilio Vaticano II, el capítulo IV de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo de nuestro tiempo, que dedica el Concilio a hablar de la Iglesia y la comunidad política. El texto dice, de forma muy clarividente: Es de gran importancia, sobre todo allí donde existe una sociedad pluralista, que se tenga un recto concepto de la relación entre comunidad política e Iglesia, y que se distinga claramente entre aquello que los fieles cristianos hacen individual y colectivamente en su nombre, en cuanto ciudadanos guiados por la conciencia cristiana, y lo que hacen en nombre de la Iglesia, juntamente con sus pastores. La Iglesia, que, en razón de su función y de su competencia, no se confunde de ningún modo con la comunidad política y no está ligada a ningún sistema político, es al mismo tiempo signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana. Y unas líneas más adelante prosigue: La Iglesia, fundada en el amor del Redentor, contribuye a que estén más ampliamente vigentes, en el seno de una nación, y entre las naciones, la justicia y la caridad, predicando la verdad evangélica, iluminando todas las áreas de la actividad humana por medio de su doctrina y del testimonio prestado por los fieles cristianos, y así respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad política de los ciudadanos.
Creo que hay que distinguir bien los planos, y la Iglesia, en este momento, con más o menos fallos, como lo ha hecho a lo largo de la Historia, proclama el principio del respeto claro, neto, e incondicional a la vida en todas sus circunstancias, con todos sus contenidos y en todos sus objetivos, inspirada en el Evangelio. Evidentemente, si no lo hiciera, estaría fallando; pero la Iglesia lo está haciendo, y lo que necesita es libertad para hacerlo, y para hacerlo con sus propios medios, en el ámbito de su propia vida y de su propia existencia, y trascendiendo los ámbitos sociopolíticos. No escapándose o huyendo de ellos, pero tampoco confundiéndose con ellos, ni identificándose, en sus formas concretas de actuación, con ellos.
Condena del terrorismo desde que nació
–Yo tengo en la memoria pronunciamientos muy recientes de la Conferencia Episcopal Española y declaraciones suyas y, por supuesto, del Papa también, condenando de manera explícita, inequívoca y nada tibia el terrorismo y, en concreto, el terrorismo de ETA.
–Cardenal Rouco: Pero eso ha sido así desde que nació el fenómeno del terrorismo; a la hora de anunciar el Evangelio de la vida y de aplicar ese anuncio a la realidad del terrorismo de ETA, la rotundidad, la claridad y la firmeza han sido siempre la constante del magisterio de los obispos españoles. Pero no sólo de ellos, sino también de sus sacerdotes, de los responsables laicos; la Iglesia somos todos. Creo yo que la Iglesia en España, ante el fenómeno del terrorismo, ha reaccionado siempre como tenía que reaccionar: diciendo esto es un gravísimo atentado contra la Ley de Dios, no tiene justificación alguna de ningún tipo, de ningún género; no se puede construir la comunidad política ni el Estado sobre la base de un supuesto ético, o jurídico, en el que se desprecie y se viole el Mandamiento de la Ley de Dios o el derecho a la vida.
–De todos modos, si me permite una opinión personalísima, yo creo que estos lodos vienen de unos viejos polvos, en los cuales el señor Setién ha hecho un discurso que no siempre se ha entendido bien.
–Cardenal Rouco: Monseñor Setién… Vamos a prescindir de citaciones personales, y de casos individuales. Lo que no se puede es enjuiciar toda la acción de la Iglesia en España por la actuación de uno de sus miembros, sobre el cual tampoco quiero yo hablar en este momento.
–Yo no pretendo hablar de una persona concreta, sino del papel que, en un momento determinado, puede haber provocado una cierta incomprensión, y lo digo porque he leído recientemente algunas declaraciones de algunos obispos que han sido muy destacadas también, yo no sé si de una manera muy bien intencionada, no me corresponde a mí juzgarlo, por algunos medios de comunicación; por ejemplo, las recientes declaraciones de monseñor Estepa diciendo que algunos obispos no han sabido conectar, digamos, con la manera de pensar de los ciudadanos españoles.
–Cardenal Rouco: Puede ser. Nadie de entre nosotros se reconoce limpio de toda culpa y de todo fallo, pero yo diría que el que esté libre de toda culpa que tire la primera piedra, como decía Nuestro Señor en el evangelio. Es decir: de posibles fallos de imagen, o no de imagen de algunos de los miembros de la Iglesia, deducir las consecuencias y las conclusiones sobre el comportamiento de la Iglesia en España en relación con la condena del terrorismo, eso es saltar todos los límites de la justicia, de la prudencia y del buen juicio. Es más, yo pienso que, si detrás y en medio de la sociedad española, la Iglesia no hubiera anunciado el Evangelio de la vida, no hubiera enseñado la Ley de Dios, no hubiese formado a las jóvenes generaciones y a los que ahora ya han entrado en edad adulta y son responsables de los destinos del país y del bien común de sus conciudadanos… , si eso no hubiese ocurrido, ¿dónde estaría la sensibilidad y la conciencia moral y ética de la sociedad española para enfrentarse con esta terrible amenaza del terrorismo?
Desde el Evangelio, mucho más que el pacto
–Don Antonio, corríjame si me equivoco, pero yo le he entrevistado varias veces y pocas he podido detectar una sensación tan de dolor en sus palabras por la incomprensión y por la injusticia de algo que usted considera clarísimamente desproporcionado, tal y como se está vendiendo en la opinión pública.
–Cardenal Rouco: Pues, evidente; porque de lo que se nos acusa ahora es de que no firmamos el pacto antiterrorista. Bueno, el pacto es una actuación de dos partidos políticos en torno a unos objetivos,
con contenidos de una clara coherencia con el principio del respeto del derecho a la vida, ejerciendo su responsabilidad, y muy bien; pero otra cosa es que esa fórmula sea la que se deduzca directamente de la ley de Dios, y que se deduzca como una necesidad concluyente para el comportamiento en todos los ámbitos de la vida de todos los cristianos. Lo que se dice en el pacto antiterrorista sobre la defensa del derecho a la vida es parte del patrimonio común de la doctrina moral de la Iglesia, pero sólo parte, porque la doctrina moral de la Iglesia sobre el derecho a la vida, y el respeto a la vida, y la negación de la legitimidad del uso de la violencia para defender la vida y el bien común se queda corto al lado de lo que exige el Evangelio. Nosotros, a un cristiano, en una conversación de tú a tú, en el sacramento de la Penitencia, en una conversación pastoral, en una predicación, tenemos que decirle que tiene que hacer mucho más de lo que se dice ahí en relación con la defensa de la vida, y yo tengo que hacer mucho más en relación con este tema en este marco concreto del terrorismo.
–Yo creo que, a veces, ustedes no son conscientes de hasta qué punto sí que clarifican su mensaje; otra cosa es que haya gente con ganas de distorsionarlo. Por ejemplo, se habla de la inmigración, y la única voz que está tratando de defender una posición que no sólo defiende el derecho a una vida, sino también a una vida digna, es la voz de la Iglesia, que es la única que está diciendo en este momento que el Gobierno debe atender a unos criterios que políticamente no está atendiendo. Lo digo por poner un ejemplo de actualidad.
–Cardenal Rouco: Sí; se nos dice muchas veces que no sabemos presentar el mensaje, que no sabemos comunicar. Puede ser; pero, de todos modos, vivir el Evangelio, mostrar la verdad del Evangelio de Jesucristo y el valor de lo cristiano, de la comunión y de la pertenencia a la Iglesia católica es un asunto de vida. Cuando nosotros vivimos consecuentemente todas las exigencias de la existencia cristiana, tal como nos vienen del Evangelio, muchas veces se encuentra incomprensión. La historia del cristianismo es una historia de incomprensiones, y no porque lo hayan hecho mal los cristianos, sino porque es un mensaje que a veces está en contraste con las posiciones y con los valores de este mundo
–De todas maneras, a mí me parece que uno de los orígenes de ese posible mal entendido, o de esa falta de comunicación, está en una acusación que muchas veces se ha hecho -yo creo que también de manera básicamente injusta, pero se ha hecho-, al establecer una cierta complicidad entre algunas diócesis y algunas posiciones nacionalistas. En este momento se está discutiendo si se puede o no crear una región eclesiástica en Cataluña, lo cual nos vuelve a plantear la cuestión que se planteó en otra situación histórica distinta, en el País Vasco. Ahí es donde yo creo, particularmente, que está el nudo del problema.
Una confusión evidente
–Cardenal Rouco: Sí, ahí hay un aspecto de la problemática, pero que está dentro de la general a la que alude el texto del Concilio Vaticano II. No se puede confundir a la Iglesia con la comunidad política, con un sistema político; tampoco con un sistema y con una concepción nacionalista, en el sentido al que usted alude de la política. La Iglesia no es catalana, española, ni alemana. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica, que vive, existe, trata de entrar en la vida de todos los pueblos, pero siendo siempre la misma y no estando, en su ser, en sus estructuras y en su función íntima, esencialmente condicionada por el factor histórico o por el ambiente histórico-político en el que está. Y yo creo que ése es el gran servicio que, por otro lado, hace la Iglesia a lo que podríamos llamar el contexto, la atmósfera, la calidad moral de un pueblo, de una nación; y lo ha hecho así a lo largo de toda la Historia.
–Don Antonio, usted se explica muy bien, ¿por qué no sale con más reiteración a los medios de comunicación?
–Cardenal Rouco: Yo salgo siempre que puedo y que sea necesario, pero yo salgo todos los días a predicar el Evangelio en mis parroquias y a mis gentes. Los obispos somos pastores de la Iglesia. Estamos en el día a día, en la cercanía con nuestra gente; pero claro, con unas posibilidades de comunicación condicionadas por el contexto inmediato. Si estoy en una iglesia, no hablo a un millón de personas, hablo a las mil personas que haya; pero eso es la labor de fondo que la Iglesia hace, y el tejido del alma que va trenzando, a lo largo del tiempo y de los siglos. ¡Hombre, que se diga que la Iglesia lleva dos mil años haciendo política, me parece a mí que eso un católico no lo puede decir!
–Bueno, un católico despistado puede decir muchas barbaridades; otra cosa es que, al decirlo, diga la verdad.
–Cardenal Rouco: Que eso defina la vida de la Iglesia, dos mil años de vida de la Iglesia definidos como dos mil haciendo política, pues, verdaderamente, eso causa un profundísimo dolor, sobre todo cuando viene de la boca de alguien que se dice católico.
A veces es que los acontecimientos te desbordan…; no sabes…, tienes la impresión de que hay una especie de concertación, no se sabe si espontánea o preparada, en torno a la explicación y a la aclaración de sucesos, o de textos, o de palabras. Trataremos, ciertamente, de responder lo más ágilmente posible a las cuestiones cuando surjan, como ésta. Realmente uno comprende, por otro lado: cuando tanta gente está amenazada, cuando tantos estamos amenazados, a veces mantener la serenidad del alma y la paz y la esperanza no es fácil. Por eso, aunque uno se sienta dolorido, tampoco está enfadado, ni quiere polémicas, ni quiere responder con los mismos argumentos… El evangelio del domingo es el Evangelio del amor cristiano: si te dan en una mejilla, pon la otra.