CIUDAD DEL VATICANO, 16 febrero 2001 (ZENIT.org).- Ante las tensiones sociales y políticas que todavía siguen apoderándose de Yugoslavia, Juan Pablo II ha pedido a los católicos del país que ofrezcan su contribución para evitar el recurso a la violencia.

El pontífice se reunió esta mañana con los obispos católicos de lo que queda de la antigua Yugoslavia, quienes terminaron así su quinquenal visita a la tumba de los apóstoles y a la Santa Sede. Tras haberse encontrado personalmente con cada uno de ellos en esta semana, el obispo de Roma les entregó hoy un discurso en el que resume sus auspicios para el futuro yugoslavo.

Horas antes, el ministro del Interior de Serbia, Dusan Mihajlovic, quien había anunciado hace algunos días que se proponía arrestar al ex presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, resultó herido en un tiroteo. Un hecho que no sólo había conmocionado a los prelados, sino que explica muy bien el ambiente que se respira en el país que avanza con dificultad por el terreno de la democracia desde que asumiera la presidencia yugoslava Vojislav Kostunica.

El Papa hizo así su descripción de la situación yugoslava: «He tenido conocimiento de las circunstancias dramáticas que han atravesado vuestras poblaciones en el pasado. Ahora me habéis puesto al día sobre la difícil situación que tiene lugar todavía hoy, en particular la persistencia de tensiones políticas y sociales, que corren el riesgo de provocar nuevos enfrentamientos».

Ante este panorama, su consigna a los obispos fue muy clara: «Alentad a vuestros fieles a no ceder a la tentación del recurso a la violencia».

La Iglesia, en lo que hoy día es Yugoslavia, es una pequeña minoría, con algo más de medio millón de católicos, el 5 por ciento de la población total. Cuenta con siete obispos, 197 sacerdotes, siete religiosos no ordenados, y 374 religiosas. Además de atender pastoralmente a los católicos, se la Iglesia se dedica particularmente con Cáritas y la ayuda de Iglesias de otros países a paliar entre los más desamparados los efectos de la crisis que atraviesa el país y que se hizo particularmente grave tras los bombardeos de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) en 1999.

En particular, en este momento histórico particular para Yugoslavia, Juan Pablo II pidió a los obispos y a todos los católicos yugoslavos una nueva «audacia misionera».

Ahora bien, la situación del país complica mucho las cosas a la Iglesia. Las diócesis en buena parte están incomunicadas unas con otras. «La diversidad de las situaciones en las que trabajan las diferentes comunidades diocesanas», denunció el Papa, no permite «por desgracia, como sería de desear, hacer proyectos en cada uno de los sectores comunes de la actividad pastoral».

Sin embargo, el pontífice recordó que en la nueva Yugoslavia no todo son lágrimas. Constató el florecimiento en la martirizada provincia de Kosovo de «muchas vocaciones sacerdotales». Se trata de jóvenes cuya madurez supera a sus años, que han conocido el destierro y la muerte de sus seres queridos, y que han decidido entregar su vida a Dios al servicio de la Iglesia. En total, la Iglesia cuenta ya en Yugoslavia con unos cien seminaristas. Hace unos años, eran menos de la mitad.

Por eso, el Papa insistió en la necesidad de formar a estos hombres que serán en buen parte protagonistas de la evangelización de esas tierras en los próximos años.