Confidencias del nuevo maestro general de los dominicos

Entrevista con Fray Carlos Azpiroz Costa

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ROMA, 3 septiembre 2001 (ZENIT.org).- Fray Carlos Azpiroz Costa se ha convertido en el nuevo maestro general de los seis mil frailes dominicos esparcidos por todo el mundo, tras el Capítulo General de la orden de los Predicadores que se celebró en Providence (Estados Unidos) del 10 de julio al 8 de agosto.

El religioso argentino, de 44 años de edad, es el superior número 86 de esta familia religiosa, fundada hace 787 años.

Ofrecemos a continuación la primera entrevista concedida por Fray Carlos, tras haberse hecho público el nombramiento. Ha sido concedida al servicio de información del capítulo general http://www.providence2001.org.

–¿Puedes contarnos algo de tus primeros años en Argentina, y de lo que te llevó a la Orden de Predicadores?

–Fr. Carlos: Nací en Buenos Aires (Argentina), el 30 de octubre de 1956. Cumpliré cuarenta y cinco años el próximo octubre. Soy el octavo de una familia de catorce –trece hermanos y una hermana–. Uno de mis hermanos murió en 1988, era joven, así que ahora somos trece. Mi padre era un agrónomo o ingeniero agrónomo, mis abuelos paternos eran de Navarra (España). Por eso mi apellido es Azpiroz, un nombre vasco.

Mi madre, también, ha desempeñado un papel importante en mi vida: ella me transmitió los primeros valores de la fe. Velaba por las necesidades de la gran familia que formábamos con mucha delicadeza y una dulce sabiduría. Ella fue un modelo de vida cristiana, con una notable discreción y una gran finura. Me es difícil evaluar a qué clase social pertenecíamos; lo que puedo decir es que nunca nos faltó de nada. Y aunque recibimos una buena educación, tuvimos un estilo de vida muy sencillo. Yo siempre usé la ropa de mis hermanos mayores, y siempre compartimos nuestros juguetes y demás cosas, de tal forma que, de algún modo, ¡esto me sirvió de preparación para la vida común! Mi casa era como un convento, por decirlo así. Tengo recuerdos maravillosos de la vida de familia. Estudié en el Colegio Champagnat, dirigido por los Hermanos Maristas..

–¿Cómo fue tu educación?

–Fr. Carlos: Fui estudiante de abogacía en la Pontificia Universidad Católica de Buenos Aires, Santa María de Buenos Aires, y algunos de mis profesores en Teología eran dominicos. Esto era en 1978, un año muy apasionante pero también un tiempo doloroso, porque Argentina vivía una situación política y social incierta. Yo no era muy consciente de la situación política. Tenía veintidós años, pero estaba bastante seguro de que sería sacerdote. Ese año fue muy especial. Yo había tenido novia, pero habíamos terminado nuestra relación, si bien no terminamos porque quisiera ser sacerdote. Con frecuencia existen cosas inconscientes que actúan en nuestro corazón. Cuando acabé la educación secundaria, estaba seguro de que quería ser sacerdote, pero empecé a estudiar derecho civil porque el estudio, y en cierta medida la práctica del derecho, era una parte muy importante de mi vida cotidiana, y también me gustaba. Disfruté muchísimo de la carrera.

Como acabo de decir, tuve dos profesores, profesores dominicos, que me enseñaron Teología Moral, y yo estaba muy interesado en la materia. Todos los días en la clase yo era el que hacía las preguntas. Me gustaba mucho hablar del tema. En una ocasión uno de ellos, asistente de la Cátedra, me invitó al convento ¡fue un honor para mí! Así que en 1979 fui a pasar unos días al noviciado, sólo para tener una experiencia de la vida dominicana. No tenía mucho tiempo, pues estaba en mi último año de estudios. Entonces era presidente del Centro de Estudiantes de la facultad de Derecho, a través de elecciones democráticas. Por aquel tiempo nos encontrábamos bajo el régimen militar, pero en la Universidad Católica, gracias a Dios, podíamos realizar algún tipo de actividades a través del centro de estudiantes. Entonces nos presentamos como grupo a una elección, ganamos, y pasamos un año organizando diversas actividades: sociales, recreativas, deportivas, culturales, catequísticas –preparando estudiantes para la confirmación– y muchas otras cosas. Eso fue muy importante para nosotros, pues en ese tiempo no era fácil comprometerse en actividades sociales de este tipo.

Después fui al convento del noviciado y cuando terminé mi breve experiencia de cuatro días de retiro, me sentí seguro de que ese era el lugar para mí. Tenía entonces veintitrés años. En efecto, celebré los veinticuatro años a la mitad del noviciado. Hoy en día, 24 años son quizás pocos, pero en 1980 era más normal iniciar un camino vocacional en una edad así. Éramos doce en el noviciado, y de mi curso quedan seis frailes sacerdotes. De todas formas, en mi caso, creo de verdad haber escuchado la voz de Jesús que me llamaba a la Orden. Intenté terminar los estudios de abogacía antes de entrar en la Orden, pero no pasé el último examen final, justo una semana antes de viajar al Noviciado. Por tanto, rendí esa materia después de emitir los primeros votos el 28 de febrero de 1981. Así que soy abogado en el sentido de haber completado todos los requisitos académicos.

–¿Hay algunas figuras o mentores dominicanos especiales, dentro o fuera de tu provincia, que te hayan verdaderamente inspirado?

–Fr. Carlos: Al principio, desde luego, debo admitir que dos frailes, en especial, me inspiraron. Uno de ellos, un fraile estudiante y también auxiliar de cátedra de Teología Moral. Después dejó la Orden. Es un hombre de una gran bondad. Aún trabaja con los frailes en uno de los Colegios, es un experto en cuestiones de pedagogía y educación. El otro fraile, Fr. Miguel Cardozo, era a la sazón maestro de estudiantes en Santo Domingo de Buenos Aires, y aún es miembro de esa comunidad. Después, por supuesto, quisiera mencionar a mi maestro de novicios, Fr. Vicente Argumedo.

Yo admiro a mis hermanos…, realmente quiero a los frailes. Permíteme nombrar también a Fray Domingo Basso, –prefiero decir siempre «Fray» y no «Padre»-, Fray José María Rossi, por citar sólo algunos. Pero no se trata aquí de hacer propaganda de algunos frailes cuando tengo tal afecto por tantos frailes argentinos o de otras partes de la Orden. ¡Además no quisiera hacer tanta propaganda de los frailes de mi propia provincia!.

Después quedé sorprendido en Santa Sabina por el calor humano y la amabilidad de Timothy [se refiere a Fray Timothy Radcliffe, hasta ahora maestro general de los dominicos] y de Damian Byrne [predecesor en el cargo]. Recuerdo a Damián especialmente. Siempre me impresionó su sencillez, él vivía verdaderamente la pobreza, tenía un especial sentido de la misión de la Orden. Como he dicho, admiro de verdad a mis hermanos dominicos.

–Entre los diversos ministerios que has ejercido, ¿cuáles son los que sabías que afectaban verdaderamente a la misión, y por qué?

–Fr. Carlos: Recuerdo, hace años, que intentamos en una asamblea provincial planificar un proyecto de provincia. Era muy importante llegar a una profunda y común comprensión de la vida intelectual de la Orden y, al mismo tiempo, de la misión de la Orden especialmente en medios pobres –una misión en el sentido tradicional, una misión para los pobres y en zonas necesitadas–, me refiero a cierta evangelización inicial.

Enseñar para mí ha sido una de mis ocupaciones favoritas. Yo enseñé muchos años en la Universidad Católica: enseñaba teología a muchos estudiantes diferentes; los que estudiaban derecho civil, economía, ingeniería y muchas otras carreras. Les enseñaba a todos teología. Y el reto de enseñar teología a personas que quizá no saben nada de Jesucristo es muy importante. Pero también he disfrutado mucho compartiendo la misión, junto con laicos y religiosas dominicas, en medios o sitios donde la gente pocas v
eces ha oído predicar la Buena Noticia.

En Argentina existen muchos lugares donde hay mucho sufrimiento. Y trabajar en estos sitios abrió mi espíritu, mente y corazón, pues no conocía de verdad la realidad de mi país y de la Iglesia hasta que me hice dominico. Es extraño: a veces la gente dice que no conocemos nada del mundo porque somos religiosos, vivimos en conventos, enclaustrados, y otras cosas por el estilo. Pero fue precisamente el hecho de ser dominico lo que me ha abierto los ojos, me ha abierto los oídos, me ha abierto la boca, ¡para entender la realidad -la auténtica realidad- del mundo! Es extraño, ¿no? Algunos dicen: «ustedes viven en conventos, están fuera del mundo, ni siquiera son miembros de un instituto secular: ¿cómo pueden conocer la realidad?». Pero yo he conocido, y entendido un poco más los verdaderos problemas del mundo siendo dominico, y esto es lo que aprendemos y predicamos a la gente, sea en una facultad universitaria o en una misión entre los pobres.

–Si tuvieras que dirigirte a chicos o chicas jóvenes que buscan un sentido a sus vidas actuales o que piensan en la vida consagrada, ¿qué les dirías?

–Fr. Carlos: Para mí, la vida consagrada significa algo así como tener los dos pies en la tierra, pero sin techo por encima de nuestras cabezas. Algunos piensan que la vida consagrada nos encierra. ¡Nada de eso! Sin techo significa que no existen límites por arriba, pero debemos estar bien enraizados en la realidad. Y yo creo que recibir esto es un don de Dios. La tentación hoy es la alienación del mundo –pues ciertas personas no aman el mundo tal como se les presenta– e intentan huir del mundo. Tenemos los pies en el mundo, pero con horizontes amplios, sin techo alguno por encima de nuestras cabezas, sin muros que aprisionen, sino marchando hacia delante, con Domingo. Pienso que muchos jóvenes deberían conocer el gran reto de predicar como dominicos. Y no estoy hablando únicamente a los frailes o a las hermanas, sino también a los laicos. Ellos deberían tener una gran confianza en esta vocación. Esta es mi idea personal.
–Dado tu conocimiento del derecho y tu experiencia en materia de derecho canónico, ¿cómo describirías el genio y el espíritu de las Constituciones dominicanas?

–Fr. Carlos: No quisiera exagerar, pero siempre he mantenido que las Constituciones de la Orden dominicana –la herencia más importante que santo Domingo ha legado a la Orden– es un libro espiritual. Evidentemente no es un libro de mística. Algunos santos y santas han dejado a la Iglesia su diario personal y sus memorias íntimas, como el beato papa Juan XXIII. Otros, como san Ignacio, nos han dejado sus ejercicios espirituales. Pero Domingo nos ha dejado nuestras Constituciones.

Las Constituciones dan a los frailes el coraje para ayudarse mutuamente, porque en cada uno de los frailes se encuentra una palabra de luz y una palabra de gracia para mí. Las Constituciones de la Orden son una catedral del derecho constitucional. Y ellas nutren la confianza que tenemos los unos para los otros. No esperamos la palabra o las órdenes de un abad, por ejemplo –por supuesto no estoy en contra de los abades–, pero nuestros superiores no son abades. Las Constituciones nos preparan para el verdadero debate y para la escucha de la palabra de los otros, y eso es un verdadero regalo de Dios. Además, ellas nos permiten desarrollar una actitud más misericordiosa para con nuestro prójimo. Esto significan, para mí, las Constituciones.

–A la luz de los nuevos retos a los que se enfrenta nuestro mundo actual, ¿cuáles serían, en tu opinión, las cuestiones prioritarias? ¿Alguna orientación especial que quisieras presentar a nosotros como dominicos?

–Fr. Carlos: Bueno, habrá que ver lo que dice el Capítulo. Las Actas del Capítulo trazarán nuestras líneas directrices para los tres próximos años. No nos dejamos invadir por el miedo. No tengo yo un programa personal, porque estoy aquí para escuchar a los frailes y ver lo que saldrá de las Actas. Desde luego, la primera semana, la que precede a la elección, ha sido una semana muy especial; el solo hecho de compartir conjuntamente los desafíos de la contemplación y de la predicación en un mundo globalizado es un ejemplo de ello.

Pero, como dije a mis hermanos cuando me preguntaron cuáles eran los dos temas que me parecían más importantes en la Iglesia y en la Orden en este momento, les contesté: primero, el diálogo entre las grandes religiones, y en segundo lugar –y podría servir de plan para numerosas discusiones para el próximo milenio–, los derechos humanos, los derechos de la persona humana. Porque mucha gente no cree en Dios, y nosotros debemos predicar a partir de algo que tengamos en común. Es imposible iniciar un diálogo sin una herencia común, como en cierto sentido afirmaba santo Tomás.

–¿Cuál es la palabra del Evangelio más significativa para ti?

–Fr. Carlos: Para mí, el pasaje favorito del Evangelio es cuando Jesús se encuentra con Pedro en la orilla del mar y le pregunta por tercera vez: «¿me amas?». Eso sucede después de la pasión y las tres negaciones. Pedro dijo: «tú lo sabes todo, tú sabes que te amo». Es mi pasaje preferido, pues nos muestra que son necesarias dos cosas: el conocimiento de Dios, ya que Pedro dice «tú me conoces», «tú sabes» — y nuestro amor. Al mismo tiempo esta confesión de Pedro es diferente de la que tuvo lugar en el momento de la así llamada primera pesca milagrosa: «Señor, apártate de mí, que soy un pecador». En la primera confesión, Pedro está concentrado aún en sí mismo. En la segunda, se concentra más en Cristo: «Tú lo sabes todo».

–Oímos a menudo que los dominicos deben estar en vanguardia del campo apostólico, en las fronteras de la evangelización. ¿Cuáles son algunos de los nuevos campos apostólicos en los cuales debemos involucrarnos?

–Fr. Carlos: Creo que hay muchas fronteras que necesitamos considerar. Recuerdo con especial gratitud el Capítulo de Ávila de 1986 con su mensaje acerca de las fronteras. Creo que fue una bella descripción que une ese Capítulo con las prioridades enumeradas en Quezon City en 1977. En efecto, Ávila intentó elaborar las prioridades de Quezón City con un acercamiento más renovado. Y pienso que expresan para mí en sentido amplio la misión de la Orden. Pero, de nuevo, es mejor esperar a las próximas Actas.

–¿Deseas compartir con la familia dominicana una palabra de esperanza?

–Fr. Carlos: Bien, yo no participé en el encuentro de Manila, pues todos no podían ir y yo tenía trabajo en Santa Sabina. El lema ha sido «nuevas voces para el tercer milenio». Esta asamblea nos dio un sentido especial de celebración, celebrar nuestra vocación común. La familia dominicana es como una orquesta sinfónica. En una orquesta sinfónica hay, sin duda, toda clase de instrumentos. Tienes de todo, desde los instrumentos de percusión hasta los flautistas. Puede que a alguno no le guste la flauta o el tambor, pero cuando suenan juntos, la orquesta sinfónica suena bien. Cada una de sus partes se necesitan mutuamente. La verdad es sinfónica, la verdad es nuestra música. Y si pudiera imprimir en el espíritu de todos los capitulares un recuerdo de Timothy, diría que él nos invitó una y otra vez, a cantar una nueva canción. Interpretando esa música, la música de la verdad, llegamos a ser una bella orquesta sinfónica.

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ZENIT Staff

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