Intervención de la Santa sede en la Conferencia Mundial contra el Racismo

Discurso del arzobispo Diarmuid Martin, jefe de la delegación

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DURBAN, 6 septiembre 2001 (ZENIT.org).- Del 31 de agosto al 7 de septiembre de 2001 tiene lugar en Durban (Sudáfrica) la Conferencia mundial contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y la intolerancia. La Santa Sede participa con una delegación guiada por el arzobispo Diarmuid Martin, observador del Vaticano ante la sede de las Naciones Unidas en Ginebra.

El pasado 3 de septiembre pronunció este discurso ante la asamblea (Cf. Zenit, 4 de septiembre de 2001). La traducción que aquí ofrecemos ha sido realizada por Radio Vaticano.

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Señor Presidente,

La delegación de la Santa Sede desea en primer lugar expresar su aprecio al gobierno y a la gente de Sudáfrica, el país huésped de esta Conferencia Mundial. Sudáfrica es nuestro huésped no sólo físicamente. Su propia historia, experiencia y esperanzas lo hacen en verdad huésped e inspiración de los altos ideales que inspiran nuestro trabajo y nuestra consolidación.
Los fundamentos éticos de una nueva comunidad mundial

La conferencia mundial de Durban contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y la intolerancia presenta un desafío significativo a la comunidad mundial al inicio de un nuevo milenio.

Mientras que el título de nuestra conferencia se formula en términos negativos, el desafío al que hacemos frente es positivo. La lucha contra la discriminación racial está sobretodo sobre cómo deseamos estructurar la interacción de individuos y de la gente al principio de un nuevo siglo y de un nuevo milenio. El racismo es un pecado. Es fundamentalmente una mentira, un concepto inventado deliberadamente para crear la división en la humanidad. Esta conferencia debe ser sobre la verdad: la verdad referente a dignidad humana, la verdad referente a la unidad fundamental de la familia humana. Esta es una conferencia sobre los fundamentos éticos de una nueva comunidad mundial.

De una valoración honesta de los errores y de las prácticas del pasado – y de hecho, digamos, del presente – debemos juntos buscar audazmente un futuro diverso, en el cual se reconocerán y serán fomentadas a cada persona y a cada pueblo su dignidad única y sus derechos inalienables.
A pesar de este período contemporáneo del progreso humanitario y científico sin precedentes, tenemos que admitir que muchas dimensiones de nuestra comunidad mundial todavía están marcadas por la exclusión, la división y la grotesca desigualdad , con el consiguiente dramático sufrimiento humano .

No podemos olvidarnos de que el pasado reciente ha atestiguado las acciones dirigidas no solamente a la exclusión sino a la propia exterminación de pueblos enteros. El desafío del nuevo siglo es asegurar que nunca sucederá esto otra vez, y trazar un nuevo mapa del mundo, que coloque no la división o dominación, sino solamente una fructífera interacción de los pueblos fundada en la equidad, y relaciones fraternales en solidaridad.

Conversión individual y colectiva de los corazones
La Santa Sede reconoce la irreemplazable contribución que la familia de Naciones Unidas ha hecho y está haciendo en lo referente a la desigualdad y la exclusión en el mundo de hoy. Esta conferencia, sin embargo, marcará un nuevo y significativo paso de esperanza progresiva en los esfuerzos de la comunidad de naciones. Comienza a tocar las dimensiones más centrales y más profundas de aquello que es necesario para luchar contra la discriminación racial y construir un mundo más justo. La conferencia invita a cada uno de nosotros, como individuos y como representantes de naciones y pueblos, a examinar los sentimientos que están en nuestros propios corazones. Sin una conversión individual y colectiva del corazón y de la actitud, las raíces del odio, la intolerancia y la exclusión no serán eliminadas, y el racismo continuará levantando su horrible cabeza repetidas veces en el siglo próximo como en el siglo que acaba de terminar.

El trabajo preparatorio de la conferencia ha mostrado que este no es un proceso fácil. Requiere que examinemos la realidad de la historia, para no ser atrapado por el pasado, sino para poder comenzar honestamente a construir un futuro diverso. El Papa Juan Pablo II ha observado: Uno no puede seguir siendo un prisionero del pasado: los individuos y los pueblos necesitan de una clase de «cura de las memorias». Evidentemente no puede haber ninguna curación sin un reconocimiento vigoroso de la verdad de las realidades históricas. El curar la memoria requiere que valoremos con honestidad nuestra historia personal, de comunidad y nacional y en admitir esos aspectos innobles que han contribuido a la marginalización de hoy, pero de tal manera en cuanto a reforzar nuestro deseo de hacer de la era de la globalización una era de de encuentro, inclusión y solidaridad.

Los migrantes, los refugiados y sus familias
En su contribución al trabajo preparatorio de esta conferencia, la Santa Sede ha particularmente puesto de manifiesto la situación de migrantes, refugiados y de sus familias. La migración será una de las características típicas de un mundo globalizado. Puede ser un fenómeno que genera prosperidad, reduce desigualdades globales y realza el encuentro entre pueblos y culturas.

Como el documento reciente que el Pontificio Consejo Justicia y Paz, publicado como contribución a esta conferencia hace notar, «la creciente movilidad humana exige más que nunca apertura hacia los otros. Pero hoy el migrante, especialmente aquel que viene de un diverso medio cultural, puede ser fácilmente objeto de la discriminación racial, de la intolerancia, de la explotación y de la violencia. En el caso de los migrantes indocumentados la persona puede incluso no tener compensación mínima con las autoridades apropiadas. La conferencia debe constituir una reafirmación clara de los derechos humanos fundamentales de todos los migrantes, sin importar su estatus. Debe indicar las líneas generales para una aplicación nacional e internacional eficaz de esos derechos. Al mismo tiempo, la lucha contra racismo requerirá un programa intensivo y equilibrado de la educación referente a la migración.

El papel fundamental de la educación
Un tema que la Santa Sede ha deseado poner de relieve durante esta conferencia es el papel fundamental de la educación en la lucha contra el racismo. Tal educación debe comenzar en la familia. Es en la familia que el niño entiende primero el concepto del otro. Está en la familia el hacer de verdad del otro un hermano o una hermana. La familia en si misma debe ser la primera comunidad de la franqueza, de la recepción y de la solidaridad. La familia debe ser la primera escuela en la cual las raíces de un comportamiento racista se rechazan firmemente.

La educación contra intolerancia racial debe convertirse en un pilar sólido de todas las dimensiones de la educación, en la escuela y en una sociedad más amplia. Tal educación debe tratar las fundaciones éticas que realzan la unidad de la familia humana.

Una responsabilidad especial se inclina en aquellos que tienen la responsabilidad de la formación de la opinión pública. Los medios de masas tienen la responsabilidad especial de evitar cualquier provocación de sentimientos racistas. Todas las formas estereotipadas o de esfuerzos en el rechazo o el odio y la incitación a la discriminación racial deben rechazarse inmediatamente luego de su aparición.

La educación de los derechos humanos debe convertirse en una dimensión fundamental de los programas educativos, así como en la formación profesional de ciertas categorías que puedan ayudar a prevenir la discriminación racial, tal como los medios de masas, o que tienen una responsabilidad especial de proteger a víctimas, tales como los oficiales de la
aplicación de la judicatura o de ley.

La contribución y la responsabilidad de comunidades religiosas
La Santa Sede observa finalmente, la especial contribución y la responsabilidad de las comunidades religiosas en la lucha contra racismo. En el discurso de esta conferencia hace algunos días, el Papa Juan Pablo II hizo un llamado a todos los creyentes, observando que no podemos en verdad llamar a Dios, el padre de todos, si rechazamos tratar de manera fraternal a cualquier persona, creada a imagen de Dios.

La religión ha sido a menudo explotada como un medio de profundizar algunas divisiones en el existir, tanto político, económico o social. Los lideres religiosos deben recordar que todas las religiones por su naturaleza abogan por la unidad de la raza humana. La verdadera creencia religiosa es absolutamente incompatible con actitudes y prácticas racistas. Las recientes experiencias del diálogo interreligioso ofrecen la esperanza de una mayor comprensión entre la religiones.

En muchos conflictos recientes, de hecho, la unidad mostrada por los lideres religiosos ha sido un factor significativo en la prevención o la reducción de conflictos y para fomentar la reconciliación.

Esperemos, señor presidente, que esta conferencia de Naciones Unidas contra racismo, la discriminación racial, la xenofobia y la intolerancia marque un momento histórico, del cual una cultura del diálogo puede asumir una nueva importancia.

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ZENIT Staff

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