Juan Pablo II: Las comunidades cristianas no se reducen a agencias sociales

Discurso a los obispos de Uruguay en visita «ad linima Apostolorum»

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CIUDAD DEL VATICANO, 6 septiembre 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II pidió este jueves no «ceder nunca a la tentación de reducir las comunidades cristianas a agencias sociales» al recibir a los obispos de Uruguay en su quinquenal visita «ad limina Apostolorum».

«Sin reduccionismos ni ambigüedades» les invitó a no contentarse con promover «los llamados «valores del Reino», como son la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad» sino que a proclamar que «Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres».

Ofrecemos a continuación el texto íntegro del discurso del Santo Padre.

* * *

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Con gran afecto os doy la bienvenida con ocasión de la visita «ad limina Apostolorum». Con ella deseáis renovar, como Pastores de la Iglesia que peregrina en el Uruguay, la comunión con el Sucesor de Pedro y compartir apostólicamente los motivos de alegría y esperanza, de preocupación y tristeza, que vive la tan querida porción del Pueblo de Dios encomendada a vuestro cuidado pastoral.

Deseo, ante todo, manifestar mi vivo agradecimiento a Mons. Carlos María Collazzi Irazábal, obispo de Mercedes y presidente de la Conferencia Episcopal, por las afectuosas palabras que ha tenido a bien dirigirme en nombre de todos. En ellas se ha referido además a la situación de vuestro País y a la acción de la Iglesia, que anima la vida de los fieles y su progreso en la fe al inicio del tercer milenio.

2. Conservo aún un grato recuerdo de la peregrinación nacional que vosotros y un gran número de católicos uruguayos realizasteis el año pasado a Roma como «un momento privilegiado del gran Jubileo». Aquel encuentro jubilar coincidía, además, con el aniversario del fallecimiento de «monseñor Jacinto Vera, primer Obispo del Uruguay, que supo llevar, no sin dificultades, la presencia de la Iglesia a todos los rincones del País» («Discurso», 12-6-2000).

La gran herencia de este Jubileo la habéis desarrollado en vuestro documento colectivo «Orientaciones Pastorales 2001-2006», centrándola «en la contemplación del rostro de Cristo: contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino» («Novo millennio ineunte», 15). Con ello queréis señalar una meta hacia la que todos deben avanzar: la santidad.

La prioridad: el anuncio de Cristo
3. En el ejercicio de vuestro ministerio episcopal, como maestros de la fe, afrontáis las diversas prioridades pastorales, siguiendo con fidelidad las enseñanzas del Concilio Vaticano II, el cual «nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza» (ibíd., 57). Teniendo en cuenta las exigencias actuales de la nueva Evangelización, en perspectiva soteriológica, se debe presentar ante todo la persona y misión de Cristo.

En la Catedral Metropolitana de Montevideo, durante mi primera visita pastoral al Uruguay, decía: «Señor, (…) hemos de proclamar sin temor alguno la verdad completa y auténtica sobre tu persona, sobre la Iglesia que tú fundaste, sobre el hombre y sobre el mundo que tú has redimido con tu sangre, sin reduccionismos ni ambigüedades» (Alocución, 31-3-1987, 3). En efecto, no basta promover «los llamados «valores del Reino», como son la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad» (Redemptoris missio, 17), sino que se debe proclamar que «Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres (…). Esta mediación suya única y universal, (…) es la vía establecida por Dios mismo» (ibíd, 5).

El misterio de Cristo, además de ser el elemento central del anuncio, ayuda a esclarecer el misterio del hombre (cf. «Gaudium et spes», 22). Testimonio y anuncio son, por tanto, realidades complementarias y profundamente ligadas entre sí, que, como programa de evangelización, deben mirar hacia «Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste» («Novo millennio ineunte», 29). La evangelización, pues, «constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas» («Redemptoris missio», 2).

4. Un acontecimiento importante de vuestra vida eclesial ha sido también la celebración, en Colonia del Sacramento, del IV Congreso Eucarístico Nacional, con el lema «Jesucristo, vida plena para el Uruguay». Éste ha sido un momento especial de gracia, que debe seguir animando a los fieles católicos a vivir más intensamente el misterio de la Eucaristía, participando activamente en la Misa dominical y acercándose a recibir la sagrada comunión en las debidas condiciones. Esto les ayudará a comprometerse más generosamente en el servicio de los hermanos, especialmente los más desfavorecidos.

A este Sacramento se ha de dar «su dimensión plena y su significado esencial. Es al mismo tiempo Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Comunión, Sacramento-Presencia. Y aunque es verdad que la Eucaristía fue siempre y debe ser ahora la más profunda revelación y celebración de la fraternidad humana de los discípulos y confesores de Cristo, no puede ser tratada sólo como una «ocasión» para manifestar esta fraternidad. Al celebrar el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor, es necesario respetar la plena dimensión del misterio divino, el sentido pleno de este signo sacramental» («Redemptor hominis», 20).

Evangelización de la cultura
5. Por lo que se refiere a los estudios teológicos y al mundo de la cultura, es de alabar la labor de la Facultad de Teología del Uruguay «Monseñor Mariano Soler», creada recientemente en la Arquidiócesis de Montevideo, así como también el Centro Superior Teológico Pastoral y el Trienio de Teología para Laicos. Estos centros están dedicados a formar no sólo a los futuros sacerdotes, sino que ofrecen también formación filosófica y teológica a religiosas, religiosos y laicos.

De este modo se puede enriquecer la cultura uruguaya con la metodología de la primera evangelización, que no alteró el mensaje cristiano frente a las dificultades y el rechazo del ambiente al que iba dirigida, sino que con la palabra y el testimonio logró orientar y posibilitar el cambio de la cultura misma. La evangelización de la cultura nos exige, pues, que «todo lo bueno que hay sembrado en el corazón y en la inteligencia de los hombres, o en los ritos particulares, o en las culturas de estos pueblos, no sólo no se pierda, sino que mejore, se desarrolle y llegue a su perfección para gloria de Dios (…) y la felicidad del hombre» (Lumen gentium, 17).

En el cumplimiento de esta misión, la Iglesia en el Uruguay, a través de estos casi cinco siglos de presencia, ha dado un gran aporte a la construcción del país. En efecto, los cristianos han colaborado en tantos ámbitos de la vida nacional. En este substrato cultural católico se formaron los forjadores de la nueva nación, los cuales dieron bases firmes a la cultura patria. Esto nos muestra cómo para la evangelización de la cultura tienen particular importancia las instituciones católicas, desde la escuela a la Universidad.

Evangelización en los medios de comunicación
En su acción evangelizadora, la Iglesia no puede prescindir, además, de los medios de comunicación social para llegar a las personas de hoy, sobre todo los niños y los jóvenes, con lenguajes adecuados que transmitan fielmente el mensaje evangélico. «Ésta es, pues, la audacia, a la vez humilde y serena, que inspira la presencia cristiana en el diálogo público de los medios de comunicación» («Mensaje pontificio para la XXIII Jornada Mundial de las Comunicacio
nes Sociales», 7-5-1989, 5).

Formación permanente de los sacerdotes
6. Por medio de vosotros deseo saludar también, con gran afecto y en espíritu de comunión, a todos los sacerdotes de vuestras Iglesias particulares. Ellos, de manera inmediata y a través de la predicación y de la vida sacramental, dirigen las comunidades eclesiales que constituyen la realidad diocesana. A cada uno de ellos debéis dedicar todas las atenciones y cuidados que Jesús daba a sus apóstoles.

Al mismo tiempo, teniendo en cuenta que su preparación intelectual no termina con el seminario, es necesario acompañarlos y facilitarles todo tipo de ayuda, entre ellas la formación permanente, como «un proceso de continua conversión» («Pastores dabo vobis», 70), la cual abarca la dimensión humana, espiritual, intelectual y pastoral del presbítero. De este modo serán capaces de orientar adecuadamente al Pueblo de Dios, sobre todo cuando se difunden de manera solapada modelos de vida y comportamientos que llevan a la confusión y al relativismo de los principios doctrinales y morales, como habéis puesto de relieve en las «Orientaciones Pastorales».

Además, al presbiterio diocesano pertenecen también todos los sacerdotes de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica, que colaboran en las Diócesis. Ellos han de vivir sus propios carismas en la unidad, en la comunión y en la misión de la Iglesia particular. Es necesario incrementar este espíritu de comunión entre el Obispo y todos los presbíteros, a fin de que sean, para el pueblo fiel, ejemplo de la unidad querida por Cristo (cf. Jn 17,21). Al mismo tiempo, la acción pastoral se verá enriquecida por la participación fraterna en los diversos carismas.

Promoción de las vocaciones
7. Preocupados por el escaso número de personas dedicadas a la misión, vosotros os esforzáis en promover y seguir con atención una pastoral vocacional, que ha de ir acompañada ante todo por la oración (cf. Mt 9,38). Los candidatos han de ser dirigidos con prudencia y competencia para que puedan recorrer todas las etapas que requiere el seguimiento del Señor en la vida sacerdotal o religiosa.

A este respecto, «es necesario, pues, que la Iglesia del tercer milenio impulse a todos los bautizados y confirmados a tomar conciencia de la propia responsabilidad activa en la vida eclesial. Junto con el ministerio ordenado, pueden florecer otros ministerios, instituidos o simplemente reconocidos, para el bien de toda la comunidad, atendiéndola en sus múltiples necesidades: de la catequesis a la animación litúrgica, de la educación de los jóvenes a las más diversas manifestaciones de la caridad» («Novo millennio ineunte», 46).

Todos tienen que sentirse interpelados a colaborar en este esfuerzo de promover vocaciones al sacerdocio y a la vida de especial consagración, aun en medio de ambientes poco propicios y de indiferencia religiosa. «Es necesario y urgente organizar una pastoral de las vocaciones amplia y capilar que llegue a las parroquias, a los centros educativos y familias, suscitando una reflexión atenta sobre los valores esenciales de la vida, los cuales se resumen claramente en la respuesta que cada uno está invitado a dar a la llamada de Dios, especialmente cuando pide la total entrega de sí y de las propias fuerzas para la causa del Reino» (ibíd.).

Deterioro del matrimonio
8. En vuestras prioridades pastorales sentís también como deber apremiante ayudar a los padres a ser buenos pastores de la «iglesia doméstica». En efecto, cuando la familia participa en el ser y la misión de la Iglesia, no solamente se transforma en sacramento de salvación para sus miembros, sino que además realiza plenamente «su misión de custodiar, revelar y comunicar el amor y la vida» («Familiaris consortio», 17).

En las «Orientaciones Pastorales» habéis puesto también de relieve cómo en el mundo contemporáneo existe un deterioro generalizado del sentido natural y religioso del matrimonio, con consecuencias preocupantes tanto en la esfera personal como pública. Por eso se ha de prestar particular atención a todas las familias: no sólo a las que cumplen su misión al servicio de la vida desde la concepción hasta su ocaso natural, siempre desde el amor conyugal y familiar. También es necesario hacer un discernimiento pastoral sobre las formas alternativas de unión que hoy afectan a la institución de la familia en el Uruguay, especialmente aquéllas que consideran como realidad familiar las simples uniones de hecho, desconociendo el auténtico concepto de amor conyugal.

Sobre este aspecto hice presente que «toda ley que perjudique a la familia y atente contra su unidad e indisolubilidad, o bien otorgue validez legal a uniones entre personas, incluso del mismo sexo, que pretendan suplantar, con los mismos derechos, a la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer (…), no es una ley conforme al designio divino» («Discurso a los gobernantes, parlamentarios y políticos», 4-11-2000, 4).

Las comunidades cristianas no son agencias sociales
9. Ante los graves problemas tan comunes de orden social, la Iglesia, siguiendo su doctrina social, trata de dar respuesta y de buscar soluciones concretas. A través de la Pastoral Social trata de promover la cultura de la solidaridad, manteniendo la opción preferencial por los pobres con la práctica de un amor activo y concreto hacia cada ser humano, frente a toda tentación de indiferencia o inhibición. Éste es un ámbito que, «sin ceder nunca a la tentación de reducir las comunidades cristianas a agencias sociales» («Novo millennio ineunte», 52), caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral.

Sé que la Iglesia en el Uruguay, a pesar de los limitados recursos materiales, está en primera fila en la atención a las personas y familias que viven en condiciones muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana y en la lucha contra «las nuevas pobrezas». La Iglesia, por medio de los sacerdotes, religiosas y religiosos, personas consagradas y laicos comprometidos, se hace presente en los barrios marginados de las ciudades y en el campo, a través de escuelas y de tantas formas de ayuda a los más pobres y necesitados.

10. Al final de este encuentro fraterno, os ruego que invitéis a los sacerdotes y diáconos, a las religiosas y religiosos, a los seminaristas y laicos comprometidos a «remar mar adentro» en su servicio a la Iglesia y al pueblo uruguayo, sin desfallecer y siendo fieles a Cristo y a sus hermanos.

Bajo la materna protección de la Virgen de los Treinta y Tres y Madre del Pueblo Oriental encomiendo todo lo que hemos compartido estos días. Dejaos guiar por María, Estrella de la Evangelización, que siempre señala el camino seguro. Al mismo tiempo, y como expresión de mi gran afecto en el Señor, os imparto la Bendición Apostólica, que hago extensiva a todos y cada uno de vuestros queridos fieles diocesanos.

[Texto original en castellano]

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ZENIT Staff

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