La genética, nueva frontera del racismo

Entrevista con el genetista Alex Kahn, presente en la cumbre de la ONU

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DURBAN, 6 septiembre 2001 (ZENIT.orgAvvenire).- «Es un hecho que la genética ofrece hoy posibilidades que pueden ser instrumentalizadas y generar nuevas formas de racismo», advierte el profesor Alex Kahn, genetista y director del «Cochin Institute» de genética molecular de París y secretario del «European Life Science High Level Group», con sede en Bruselas.

Kahn asiste a la cumbre de la ONU sobre el racismo de Durban (Sudáfrica), invitado por la UNESCO, que ha organizado una mesa redonda justamente sobre el tema «Genética y derechos humanos».

–¿En qué modo se puede definir el riesgo de nuevas formas de racismo relacionadas con la genética?

–El riesgo viene de lo que definimos como sociobiología. Lo que antes se quería demostrar a través de los rasgos somáticos hoy se quiere demostrar mediante los genes. Por ejemplo, incluso en grandes revistas científicas han aparecido estudios en los que se anunciaba el descubrimiento del gen de la inteligencia, de la agresividad, del amor y cosas por el estilo, creando la espectativa de una intervención en los genes que pueda cambiar características individuales. Aparte del hecho de que los genes actúan en modo combinatorio, es decir no es un único gen el que determina características físicas o psíquicas, es evidente que existe el peligro de que se llegue a un concepto de personas «genéticamente no correctas» o a establecer una «calidad mínima» para los niños que deben nacer. Y esto es monstruoso.

–Una auténtica selección de la raza. También en el borrador del plan de acción de Durban se alude a una tentación eugenésica que nunca ha desaparecido. A comienzos del siglo XX, el movimiento eugenésico fue muy popular en el mundo anglosajón y tuvo un papel importante en la formulación de las teorías nazis. ¿Piensa que hoy aquél movimiento está renaciendo?

–La raíz de todo está en la teoría de la evolución, o mejor la aplicación a la humanidad de esa teoría que define diversos grados de desarrollo según la evolución. La eugenesia es hija de ésta pero hoy la eugenesia se ha transformado. Si hace un siglo consistía sobre todo en evitar el «contagio» de la pobreza y de ciertas enfermedades, por ejemplo a través del control de nacimientos, hoy se dirige a la eliminación de ciertos genes para formar grupos humanos de mayor calidad. Pero conviene aclarar que esto no tiene nada que ver con la ciencia. Es la ideología la que usa la ciencia para sus fines.

–De todos modos, la ciencia ha establecido que no hay diferencias biológicas que justifiquen una teoría de la raza.

–Es verdad, pero hoy, por ejemplo, ciertas teorías vuelven en modo nuevo, forzando a la ciencia. Por ejemplo, se anuncia que ha sido localizado en una cierta región un cromosoma asociado a la inteligencia y que, en esta misma región, aquel gen se presenta de manera diversa según las etnias. He aquí que vuelve la «justificación» del racismo. Pero hay que decir con claridad que la ciencia no puede ser interpelada para dar una respuesta sobre el racismo. Me explico: afirmar que el racismo es ilegítimo porque en el plano biológico y en especial genético, las razas no existen, significa decir que si existieran ciertas diferencias, el racismo estaría justificado. Por tanto, es un contrasentido querer fundar el antirracismo en la ciencia. No existe una definición científica de la dignidad humana. Se trata de un concepto filosófico que viene antes de la ciencia. De todos modos, querría que junto a los peligros causados por la revolución genética, se tuvieran en cuenta las grandes oportunidades positivas que ofrece, por ejemplo, en el tratamiento de las enfermedades.

–Esto nos lleva a hablar de clonación, tanto reproductiva como terapéutica. Hoy se apela a la libertad científica para muchos experimentos.

–No hay duda de que la ciencia tiene necesidad de libertad, pero también la libertad tiene sus límites, derivados de la libertad de los individuos. Mi libertad, por ejemplo, encuentra un límite en la suya, que también debe ser garantizada. Por ello, no son admisibles experimentos que lesionan la libertad de las personas. Pero sobre todo no compete a la ciencia decidir sobre la aplicación técnica de los descubrimientos, sino a la sociedad.

–Uno podría decir que con la clonación no se lesiona el derecho de una persona, simplemente se la crea.

–No es así. ¿Por qué usted y yo en este momento podemos sentirnos libres mientras hablamos? Porque yo no he elegido el color de sus ojos o de sus cabellos, o su sexo. Así como no lo han decidido sus padres por usted. Por esto la clonación, con la posibilidad de determinar características físicas y psíquicas de los nascituros, es absolutamente incompatible con la libertad.
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ZENIT Staff

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