NUEVA YORK, 14 septiembre 2001 (ZENIT.org).- Desde que se produjeron los brutales atentados terroristas en las ciudades de Nueva York y Washington, «hemos notado que mucha más gente está acudiendo a los templos». Así lo explica el sacerdote Carlos Mullins, quien desde hace varios años se desempeña como párroco de San Felipe Neri, en la zona del Bronx.
«En nuestra parroquia –relata el sacerdote argentino– tenemos cuatro misas diarias y en las que presidí yo, noté que la iglesia estaba llena. En estas horas, todos están recurriendo a la oración como lo último que queda: rezar por los que murieron y por sus familiares».
Si bien el padre Mullins vive a unos 20 kilómetros del World Trade Center, donde se desató la tragedia, revela a la agencia católica AICA que hay sacerdotes que están trabajando directamente en el lugar de los hechos, brindando ayuda espiritual y asistencial.
En su caso, brinda ayuda a los alumnos del colegio parroquial que dirige. Muchos de los 600 chicos que concurren allí diariamente a clase han quedado conmocionados por las horrendas imágenes que ven por televisión.
«También hemos atendido –comenta– a muchas personas de nuestra comunidad que estaban cerca de las Torres Gemelas y vieron cómo la gente se lanzaba desde las ventanas, presas de la desesperación. Quedaron sumamente impresionados y lo mejor que podemos hacer es aliviar sus espíritus y aconsejarles que recen por las almas de esas víctimas inocentes y el arrepentimiento de sus ejecutores».
Según explica el sacerdote, el cardenal Edward Egan, arzobispo de Nueva York, estuvo visitando el Hospital San Vicente, a cargo de la Iglesia católica, en donde permanecen internados unos 300 heridos. El purpurado celebrará este domingo dos misas en la catedral de San Patricio para rezar por la paz.
No se habla de venganza
Consultado sobre la reacción de los ciudadanos estadounidenses ante la tragedia, dijo que «no se habla de venganza y se tiende a esperar que las autoridades investiguen quiénes son los verdaderos responsables».
«El pueblo norteamericano está demostrando una gran solidaridad, mantiene la calma y o
alimenta sentimientos de venganza contra nadie», añade. «Reina un espíritu de pena y dolor. No hay ánimo para nada. Sólo se pretende ayudar en lo que se pueda».