¿Una «guerra justa» contra el terrorismo?

Las implicaciones éticas de la respuesta a los ataques del «martes negro»

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ROMA, 2001 (ZENIT.org).- Los ataques terroristas del mes pasado han mostrado de manera trágicamente plástica la fragilidad de la paz y la terrible tragedia de la pérdida de vidas inocentes. Una de las primeras consecuencias ha sido el amplio apoyo de la opinión pública de los Estados Unidos y de otros países a acciones militares orientadas a combatir la amenaza planteada por el terrorismo. Pero, ¿es posible justificar moralmente esta postura?

¿Guerra justa?
La enseñanza tradicional de la Iglesia sobre el concepto de «guerra justa» tiene en cuenta dos interrogantes: ¿cuándo se puede justificar el uso de la fuerza? («jus ad bellum»); y ¿cuáles son los principios que deben guiar el uso de la fuerza? («jus in bello»).

Según el «Catecismo de la Iglesia católica» (n. 2308), «una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa».

Ahora bien, para que se pueda dar «una legítima defensa mediante la fuerza militar» el mismo «Catecismo» (n. 2309) presenta rigurosas condiciones que deben garantizar la legitimidad moral.
–Que la acción sea emprendida por una autoridad legítima.
–Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
–Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
–Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
–Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar.

Este último principio ha adquirido un gran peso en los últimos tiempos, dada la experiencia de destrucción masiva causada por las guerras del siglo XX. Además, la amenaza de armas nucleares, químicas y biológicas de destrucción de masas ha llevado a una mayor reticencia por parte de la Iglesia a la hora de aprobar el uso de la fuerza.

Por ejemplo, Juan XXIII, en la encíclica «Pacem in terris» (números 126-129), hace más énfasis en las negociaciones que en el uso de la fuerza. La amenaza de las armas nucleares llevó al Papa a declarar que «resulta un absurdo pensar que la guerra sea un medio apto para restaurar el derecho violado» (n. 127).

El documento del Concilio Vaticano II «Gaudium et Spes» subraya también la naturaleza de los armamentos modernos en los números 79 y 80. Advierte también ante el uso del terrorismo como nuevo método utilizado para alimentar conflictos. De todos modos, si bien alienta la negociación pacífica de los conflictos, el Vaticano II no descartó el uso de la fuerza armada: «Mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de medios eficaces, una vez agotados todos los recursos pacíficos de la diplomacia, no se podrá negar el derecho de legítima defensa a los gobiernos».

El Concilio llegó a condenar «toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes» por considerarla como «un crimen contra Dios y la humanidad».

Al sintetizar la enseñanza de la Iglesia sobre el uso de la fuerza, el número 2309 del «Catecismo» constata que «El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema». Al mismo tiempo condena el uso indiscriminado de la fuerza y la validez de la ley moral durante un conflicto.

El «Catecismo» explica también que los que se dedican al servicio de la patria en la vida militar son servidores de la seguridad y de la libertad de los pueblos. «Si realizan correctamente su tarea, colaboran verdaderamente al bien común de la nación y al mantenimiento de la paz», añade en el número 2310.

¿Es posible justificar la guerra?
Algunos consideran que el carácter destructivo de los armamentos modernos, que ha llevado a la
Iglesia a ser sumamente reluctante a la hora de apoyar el uso de la fuerza, implica un prejuicio inherente contra la guerra. Según este punto de vista, es muy difícil justificar todo tipo de acción armada para resolver los problemas.

Otros, como el profesor estadounidense James Turner Johnson, autor de numerosos libros sobre la «guerra justa», consideran que aunque algunas enseñanzas recientes de la Iglesia sobre la guerra implican una cierta actitud ante la guerra, esto es el resultado de un juicio de prudencia. Johnson considera que por su misma naturaleza, un juicio de este tipo es contingente a las circunstancias particulares, y por tanto, el recurso a la fuerza no debería ser descartado categóricamente. De este modo, mientras los Papas modernos han subrayado la importancia de la resolución pacífica de las injusticias, esto no significa que en alguna ocasión pudiera justificarse una acción militar.

De hecho, Juan Pablo II, en su mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz de 1982, afirmaba que «los cristianos, si bien se esfuerzan por resistir y prevenir toda forma de agresión, no dudan en afirmar que, en nombre de un principio elemental de justicia, la gente tiene el derecho e incluso el deber de proteger su existencia y libertad con medios proporcionados ante el injusto agresor» (n. 12). (esta cita todavía no la he verificado en la traducción española)

¿Cómo responder al terrorismo?
No debería caber la menor duda sobre el carácter inmoral de los atentados terroristas. La Congregación para la Doctrina de la Fe, en sus «Instrucción sobre la libertad y la liberación cristiana» de 1986, afirmaba en el número 79 que «No se puede aprobar nunca –aunque fueran cometidos por poderes establecidos o rebeldes– crímenes como las represalias contra la población en general, la tortura, o los métodos terroristas». (esta cita todavía no la he verificado en la traducción española)

En la audiencia general pronunciada al día siguiente a los ataques en Estados Unidos, Juan Pablo II declaró: «Ante acontecimientos como éstos de un horror inenarrable es imposible no quedar consternados. Me uno a todos los que en estas horas han expresado su indignada condena, reafirmando con vigor que los caminos de la violencia nunca pueden llevar a auténticas soluciones de los problemas de la humanidad».

Asimismo, el pasado domingo, el Papa exhortó también a Estados Unidos a «no ceder a la tentación del odio y la violencia» tras los atentados terroristas e hizo un llamamiento al «querido pueblo estadounidense» a responder con «justicia».

Responder con «justicia» a la amenaza que plantea el terrorismo no es una tarea fácil. Identificar y presentar ante la justicia a los terroristas es algo muy diferente a una operación militar convencional. Para empezar, hay que encontrar a Osama Bin Laden y a sus seguidores en algún sitio perdido de Afganistán.

Muchos analistas plantean, además, los problemas que causa una acción militar de gran escala en Afganistán, recordando el largo conflicto que obligó a la retirada a la Armada rusa. Además, se plantea la cuestión de cómo actuar sin masacrar a una población civil, que ya ha sido víctima de una guerra, y que hoy día depende para vivir de la ayuda alimentaria internacional que ahora puede perder a causa de la amenaza de un conflicto inminente.

Además, no es seguro que la captura de Bin Laden sirviera para acabar con el problema. Su organización parece contar con una estructura muy elástica que podría seguir funcionando incluso sin su dirección. La experiencia de grupos extremistas en Irlanda del Norte o en el País Vasco demuestra lo difícil que es acabar con el terrorismo. Además, otros países hostiles a Occidente en Oriente Medio podrían fácilmente ponerse del lado de Afganistán, ofreciendo refugio a los grupos terroristas que quieran continuar lanzando atentados.

Todos los síntomas llevan a pensar que la situación no se resolverá a corto plazo y que es necesario una
cuidadosa reflexión antes de emprender cualquier tipo de acción.

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ZENIT Staff

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