ASTANA, 22 septiembre 2001 (ZENIT.org).- Mientras Juan Pablo II oraba en la noche de este sábado ante el «Monumento a las víctimas del régimen totalitario», Vazlaw Poplawsky, dice en voz baja: «Reza también por mí y por mi familia».
A sus 62 años, 22 de ellos pasados en un campo de trabajos forzados, Poplawsky es una memoria viviente del drama de Kazajstán en el siglo XX. Hijo de deportados ucranianos nació en plena estepa, a 80 kilómetros de lo que hoy es la capital kazaja, Astana.
Su familia llegó en 1936, cuando Josip Stalin emprendió el plan de colectivización, obligando a cientos de miles de personas a abandonar su tierra para implantarse en la estepa y construir koljós, las granjas colectivas, junto a la población local, que a su vez tuvo que romper la tradición nómada y trabajar en los campos de concentración.
Kazajstán era tierra de deportación desde los años de los zares. Pero en tiempos de Stalin, las columnas humanas fueron imponentes: 800 mil alemanes del Volga; 600 mil ucranianos; 100 mil polacos; miles de disidentes políticos…
El mismo Alexander Solzjenitsin pasó varios años de su vida en el campo de Jhezgasgan, donde ambientó su famosa novela «Un día en la vida de Iván Denisovich».
Vazlaw, que nació tres años después de la llegada de sus padres, todavía tiembla cuando recuerda su infancia. «Me crié en una cabaña de barro y hierba seca. Para encontrar madera había que caminar decenas de kilómetros. No había nada para comer y un pedazo de pan negro era una riqueza que los niños escondíamos como un tesoro».
Educado en la fe por su madre, de origen polaco, recuerda que en su cabaña había un icono de la Virgen Negra de Cheztochowa. «No había sacerdotes y no se podían organizar reuniones religiosas. Sólo se podían celebrar los funerales, en los que la gente se reunía para rezar el rosario. Y dado que casi todos los días moría alguien, se puede decir que rezábamos realmente mucho…».
«Comencé a vivir a los 22 años de edad, en 1961, cuando me fui a la ciudad», añade Vazlaw. Primero a Tselinograd, la nueva Astana, y después a Karaganda, donde conoció al padre Wladislaw Bukowinski, sacerdote polaco que decidió quedarse en Kazajstán, después de salir de los campos de concentración.
«Trabajaba en un mina y todos le querían mucho, pues era muy generoso –sigue diciendo–. Nos veíamos con frecuencia y cuando hablaba de Dios podíamos escucharle durante horas».
Hace seis años, Vazlaw Poplawsky, a sus 56 años, decidió abrazar el camino del sacerdocio.
Ahora es párroco en la iglesia de San José, en Karaganda.
«Esta es la ciudad del dolor y de la memoria, el centro espiritual de los católicos», concluye el hijo de la estepa, reconociendo que este sábado, al ver al pontífice rezar por su familia y por tantas personas que vio morir, fue el día más feliz de su vida.