Una palabra define al obispo del nuevo milenio: comunión

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Relación del cardenal Bergoglio al concluir la primera fase del sínodo

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CIUDAD DEL VATICANO, 12 octubre 2001 (ZENIT.org).- ¿Cómo debe ser el obispo del nuevo milenio? Esta es la pregunta a la que ha respondido el relator general adjunto del Sínodo de los obispos al sintetizar este jueves la cascada de intervenciones que ha tenido lugar en las dos primeras semanas de sesiones.

El cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, ilustró ante los casi 300 participantes en el Sínodo y ante el mismo Papa el desafío fundamental que, según han ido perfilando la intervenciones ante la asamblea general, debe afrontar hoy todo sucesor de los apóstoles: la comunión.

La fuerza de la Iglesia, reconoció, está en la comunión; su debilidad en la división y en la contraposición.

Comunión con Dios; comunión con la Iglesia universal; comunión con la Iglesia local; y servicio al mundo: fueron los cuatro capítulos de su relación, que pronunció en latín en sustitución del cardenal Edward Michael Egan, arzobispo de Nueva York, relator general del Sínodo, quien se ha ausentado unos días de Roma para atender su metrópoli, conmocionada por los atentados del 11 de septiembre.

La relación tenía por objetivo recoger los temas surgidos en el aula para que los participantes en el Sínodo, distribuidos en los próximos días por equipos de trabajo lingüísticos («círculos menores»), presenten propuestas concretas a Juan Pablo II. El Papa recogerá después estas «proposiciones» en la exhortación postsinodal que consagrará a la figura del obispo.

Comunión con Dios
Ante todo, la relación del cardenal Bergoglio, de 74 años, comenzó subrayando que el mundo necesita hoy obispos que vivan en «comunión con el Señor». En este apartado, insistió particularmente en la santidad, en la formación permanente del obispo, y en el testimonio de vida «pobre por el Reino» que hoy día exige de él el mundo.

Comunión con la Iglesia universal
En segundo lugar, afrontó el servicio a «la comunión en la Iglesia universal», que está llamado a ofrecer el pastor de la diócesis. Para ello citó la doctrina del Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, n. 23), que aclara: «La unión colegial se manifiesta en las mutuas relaciones de cada obispo con las Iglesias particulares y con la Iglesia universal. El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de los fieles».

En este sentido, explicó que algunos obispos en el Sínodo mencionaron el principio de la subsidiariedad como criterio para regular las relaciones entre el Papa, la Curia romana, las Conferencias Episcopales y las diócesis. Ahora bien, citando el magisterio de los últimos pontífices, explicó que este principio de la sociología no se puede aplicar a la vida de la Iglesia de manera unívoca. Hay que hablar más de «comunión» que de «subsidiariedad», aclaró.

La cuestión ecuménica es uno de los grandes desafíos de inicios de este milenio, constató también, y un punto central de la actividad pastoral del obispo, siguió diciendo.

Por lo que se refiere al Sínodo de los obispos, reconoció que todos los participantes en la asamblea se han mostrado de acuerdo con su validez, como instrumento de colegialidad episcopal y de comunión de los obispos con el Sumo Pontífice; pero al mismo tiempo registró el hecho de que se ofrecieran numerosas sugerencias sobre la necesidad de revisar la metodología sinodal.

Comunión con la Iglesia particular
En tercer lugar, Bergoglio afrontó el papel del obispo al servicio de comunión en la Iglesia particular que gobierna, su diócesis. En este sentido, explicó, ante todo debe ser «maestro de la fe».

Subrayó con vigor que el obispo está capacitado por la gracia del orden sagrado a expresar un juicio auténtico en materia de fe y moral.

Está llamado, siguió diciendo, a custodiar y a promover la comunicación del único Evangelio, con fidelidad íntegra y pura a los orígenes apostólico.

Al mismo tiempo, constató el relator, con peculiar predilección, debe convertirse en heraldo de la Buena Nueva de Jesús entre los pobres, para quienes debe ser un «padre» y «hermano».

Debe prestar también una atención privilegiada en la atención a sus sacerdotes, diáconos y colaboradores inmediatos de su ministerio, así como a sus seminaristas. Análoga preocupación debe sentir por las vocaciones a la vida consagrada y misionera.

Por último, consideró como decisiva en estos momentos la responsabilidad que tiene el obispo de formar a los laicos.

Servicio al mundo
Por último, el cardenal Bergoglio afrontó el servicio que está llamado a ofrecer el obispo al mundo. En concreto, subrayó la acción la pastoral de la cultura, que depende en la sociedad actual en buena parte de la presencia en los medios de comunicación.

«El mundo de la comunicación es ambiguo», constató. Ofrece posibilidades extraordinarias para anunciar la fe, y la esperanza que necesita el mundo. Pero está también sometido a la manipulación.

Por este motivo, afirmó, ha llegado el momento de promover la «creatividad» de los laicos en su labor profesional en los mass-media. Este desafío exige también crear los medios necesarios para formar a los seminaristas, a los religiosos, a los sacerdotes y a los laicos en una presencia activa en este ámbito.

Refiriéndose al servicio del obispo al mundo actual, el purpurado argentino mencionó la urgencia de que el prelado sea «agente de justicia y de la paz»; «agente de diálogo»; y «heraldo de la esperanza».

El relator concluyó con las famosas palabras de san Agustín «Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano».

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ZENIT Staff

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