ROMA, 17 octubre 2001 (ZENIT.org).- Desde hacía 30 años vivía en Burkina Faso, a donde se trasladó a los 29 años. Toda una vida dedicada a los demás. Y una sonrisa para cada uno, incluso para el detenido que en un rapto de locura lo asesinó brutalmente con tres golpes de hacha.
Antes de morir, le dio su perdón. El padre Celestino Di Giambatista, misionero camilo, ha muerto en medio a su pueblo, allí donde había decidido permanecer.
Tras haber sido muchos años párroco de Uagadugú, hace unos tres meses empezó el servicio de capellanía en el hospital y en la cárcel del país africano, donde se había dedicado a construir un pozo y aliviar los sufrimientos del pueblo que tanto amaba.
Todo ello, en el espíritu de los hijos de san Camilo que, en sus numerosas comunidades misioneras, se esfuerzan en construir estructuras socio-sanitarias para los más pobres.
«El padre Celestino –recuerda el padre Albino Scalfino, superior provincial de los camilos– había pasado en Africa casi la mitad de su vida. Fui a visitarlo a Burkina Faso apenas hace tres meses y me di cuenta que era muy querido por la población que lo tenía como punto de referencia».
«No tenía enemigos –añade su superior–. Estaba sereno, tranquilo. Los camilos le debemos mucho: fue uno de los primeros en ir a Africa y gracias a él la misión ha tenido un gran desarrollo; se dedicó a la construcción de casas y de comunidades y había abierto un centro para madres solteras».
Como era deseo del misionero, será enterrado en medio de aquel pueblo al que entregó la vida.