WASHINGTON, 27 febrero 2002 (ZENIT.org).- Sesenta intelectuales de primer orden de Estados Unidos, entre los que se encuentran influyentes pensadores católicos, han escrito una carta de apoyo a la «guerra justa» contra el terrorismo.

La misiva, hecha pública por el Institute for American Values, ha sido firmada por conocidísimos católicos como Mary Ann Glendon, profesora de Derecho en la Universidad de Harvard; Paul C. Vitz, profesor de Psicología de la Universidad de Nueva York; o George Weigel, autor de la biografía más completa sobre Juan Pablo II.

Los signatarios proceden de varias religiones (en particular del cristianismo, judaísmo e islam) y algunos son agnósticos. Otros nombres conocidos son Amitai Etzioni, catedrático de la George Washington University; Samuel Huntington profesor de Harvard conocido por sus tesis sobre el choque entre civilizaciones; o Francis Fukuyama, famoso por sus estudios sobre la democracia contemporánea.

El documento hace un examen de conciencia sobre los errores de Estados Unidos que algunos han aducido para explicar los ataques terroristas del 11 de septiembre.

«Reconocemos que a veces nuestra nación ha actuado con arrogancia e ignorancia respecto a otras sociedades --afirman los intelectuales--. A veces ha puesto en práctica políticas desencaminadas e injustas. Demasiado a menudo, nosotros como nación no hemos estado a la altura de nuestros ideales».

«Estamos unidos en la creencia de que invocar la autoridad de Dios para matar o lisiar a seres humanos es inmoral y contrario a la fe en Dios», subrayan.

«Reconocemos que todas las guerras son terribles y que, al fin y al cabo, representan el fracaso político humano --siguen escribiendo--. También sabemos que la línea que separa el bien y el mal no transcurre entre una sociedad y otra, y menos aún entre una religión y otra: esa línea atraviesa el centro de cada corazón humano».

«Pero la razón y la reflexión moral concienzuda también nos han enseñado que hay momentos en que la primera respuesta y la más importante ante el mal es detenerlo --aclaran--. Hay momentos en los que la declaración de guerra no sólo está permitida moralmente, sino que es moralmente necesaria como respuesta ante actos atroces de violencia, odio e injusticia. Éste es uno de esos momentos».

La carta profundiza de este modo en la doctrina de la «guerra justa», o más bien de la legítima defensa de poblaciones inocentes, como ellos mismos explican. En particular, ilustran las enseñanzas de san Agustín, cuya obra de principios del siglo V, «La ciudad de Dios» es una aportación fundamental, en la que se hace eco de Sócrates.

«¿Tiene la persona moralmente responsable la obligación o el derecho a comprometer a otros inocentes a no defenderse?», preguntan los intelectuales citando al santo de Hipona. «Para San Agustín --responden--, y para la tradición general de la guerra justa, la respuesta es no. Si alguien tiene pruebas concluyentes de que se perjudicará gravemente a personas inocentes que no están en condiciones de defenderse si no se usa una fuerza represiva para detener al agresor, el principio moral de amor al prójimo nos exige usar la fuerza...».

«Los asesinos organizados con alcance mundial ahora nos amenazan a todos --explican--. En nombre de la moralidad humana universal, y plenamente conscientes de las limitaciones y las exigencias de una guerra justa, apoyamos la decisión de nuestro Gobierno, y de nuestra sociedad, de usar la fuerza de las armas contra ellos...».