Sin perdón no hay auténtica paz ni justicia

Habla Mariano Crespo, de la Academia de Filosofía de Liechtenstein

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CIUDAD DE MÉXICO, 5 noviembre 2002 (ZENIT.org).- No puede haber auténtica paz y justicia sin perdón, asegura Mariano Crespo, doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, «director de Estudios» en la Academia Internacional de Filosofía del Principado de Liechtenstein.

Crespo ha publicado libros entre los cuales se encuentra uno sobre la dignidad humana que el Papa leyó durante unas vacaciones (hecho ha quedado plasmado en una foto publicada por «L’Osservatore Romano»).

Recientemente, ha publicado en alemán una investigación filosófica bajo el título «El perdón» («Das Verzeihen»). Un tema sugerente, en el contexto del mundo contemporáneo en el que el terrorismo ha puesto de candente actualidad dos términos: justicia y paz.

–Los cristianos pedimos perdón por nuestras ofensas cada día, pero no parece que pidamos perdón sino que Dios nos disculpe. Pedir perdón y pedir disculpas no es lo mismo. El perdón –dirigido a Dios– exige un cambio radical; la disculpa, un cambio formal. ¿Cómo, en tu libro, enfrentas esta distinción?

–Mariano Crespo: En mi libro me ocupo fundamentalmente del perdón y no tanto de la petición de éste. En cualquier caso ambos están relacionados estrechamente. Creo que la distinción entre «pedir disculpas» y «pedir perdón» tiene que ver con el hecho de que aquel que sinceramente pide perdón no solamente está pidiendo que no se le tenga en cuenta lo que ha hecho, sino que al mismo tiempo pide no ser identificado con la acción objeto del perdón. En el caso del que pide perdón, sinceramente arrepentido del mal cometido, ello supone no simplemente la «mala conciencia» acerca de lo sucedido, sino la firme intención de cambiar y no volver a cometer el mal en cuestión. Así el que pide perdón y el que está dispuesto a ofrecerlo de corazón tienen algo en común: el interés por que el ofensor sea considerado en una perspectiva más amplia, como persona.

–Es decir, se perdona al pecado, se excusa al pecador…

–Mariano Crespo: Justamente a esto se refería san Agustín con su distinción entre el pecado y el pecador. El que perdona condena el pecado y el mal que éste representa, pero eso no lleva necesariamente a una condena del pecador. Si se encasillara al ofensor/pecador en su ofensa/pecado, el perdón sería, a mi juicio, imposible.

–En un ensayo sobre el perdón, C. S. Lewis dice: «Para ser cristianos, debemos perdonar lo inexcusable, porque así procede Dios con nosotros…». ¿No te parece que perdonar lo inexcusable es algo muy lejano a la estructura que «normalmente» utilizamos para pedir u otorgar perdones?

–Mariano Crespo: Me gustaría insistir en que perdonar y condonar son diferentes. Mientras que el que condona un mal, pasa por alto el mal infligido, el que perdona es capaz de separar entre el mal y aquel que lo inflige. A pesar de un claro rechazo del mal cometido, «apuesta» por así decir por aquel que le ha ofendido. Un análisis de este estilo creo que puede realizarse desde la filosofía misma. Ahora bien, la visión cristiana del perdón que subyace en la frase de C. S. Lewis –y que no es otra que la que aparece en la oración del Padre Nuestro– perfecciona la visión puramente «natural» del perdonar.

–¿Existe algo así como «perdonar en cristiano»?

–Mariano Crespo: Sí, puede ser que sí. En todo caso, perdonar «en cristiano» significa reconocer que Jesucristo ha muerto en la cruz también por aquél que me ha ofendido gravemente, que él también ha sido objeto del sacrificio redentor de la cruz. Si Dios nos ha perdonado, ¿cómo no perdonar nosotros? De la acogida del perdón divino brota el compromiso de perdonar a nuestros ofensores. Pienso que lo que en realidad escandaliza al hombre actual y a aquellos que escuchaban a San Pablo en el Areópago era, precisamente, esta realidad de la «redención copiosa», como san Alfonso de Ligorio gustaba decir.

–¿Tuvo alguna repercusión el perdón pedido por la Iglesia en el año jubilar en la conciencia del perdón de los cristianos?

–Mariano Crespo: Es una pregunta difícil de responder. Creo que aquí es importante distinguir entre la Iglesia en cuanto institución de origen divino y en cuanto formada por seres humanos. En cuanto fundado por Dios, la Iglesia es inmaculada y santa. Sin embargo, los hombres que pertenecemos a ella somos pecadores. Por eso precisamente, Juan Pablo II pide por los pecados cometidos por los hijos de la Iglesia. A esa petición de perdón subyace un gran acto de humildad.

–Por cierto, Juan Pablo II nos ha dado una lección inmensa –una más– de la dimensión humana y divina del perdón…

–Mariano Crespo: En efecto, el tema del perdón aparece muy frecuentemente en el magisterio de Juan Pablo II. Así en «Incarnationis mysterium» la «purificación de la memoria» es presentada como el objetivo fundamental del perdón y de la petición de éste. «Purificar la memoria» significa no tener en cuenta la ofensa recibida y, por tanto, un renunciar a un «pagar con la misma moneda». Se trata de un proceso que apunta a la eliminación de cualquier forma de resentimiento hacia la persona que nos inflige un mal objetivo.

–Perdonar es afirmar la persona del otro, su dimensión humana y divina, pero, ¿cómo se produce este suceso en la vida misma de cada uno de nosotros?

–Mariano Crespo: La afirmación de la persona del que me ha infligido un mal supone un cambio en la «mirada». Perdonarle es «mirarle» como una persona que no es reducible a sus actos. Este «cambio en la mirada» «envuelve» a la persona en su totalidad. Así parece imposible perdonar a aquél que nos ha injuriado gravemente y, al mismo tiempo, albergar deseos de venganza contra otra persona. Perdonar requiere pues una actitud general ante el mundo de los valores, que hace contradictorios actos como los descritos anteriormente.

–¿Qué relación política tiene el perdón teológico con la justicia que demanda la actual situación del mundo?

–Mariano Crespo: Me gustaría insistir en que perdonar no significa pasar por alto el mal infligido en aras, por ejemplo, de una convivencia armoniosa. El que perdona sinceramente no es en modo alguno cómplice del mal. Lo novedoso del perdón es precisamente la unión de una clara condena del mal con una acogida de aquel que ha infligido el mal. Perdón y justicia son pues compatibles. Vivimos en un mundo en el que las situaciones de flagrante injusticia son evidente. Las personas y las instituciones han de esforzarse por superar esas situaciones.

–¿Se puede aprender a perdonar?

–Mariano Crespo: Lo que yo quisiera poner de manifiesto es que si en los intentos de resolución de los conflictos perdemos de vista que, en muchos casos, de lo que se trata es de personas concretas, con destinos concretos, será muy difícil que la paz y la justicia se den juntas. Creo que de alguna forma se puede aprender a perdonar o a adquirir la virtud del perdón. Ésta, al igual que otras virtudes, es una actitud fundamental que se concreta en acciones individuales. En la persona que ha adquirido la virtud del perdón observamos una «intentio benevolentiae» con respecto al ofensor. Ello convierte su perdón en un acto de generosidad.

Por Jaime Septién, director de El Observador

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ZENIT Staff

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