ROMA, 10 noviembre 2002 (ZENIT.org–Fides).- El padre Piero Gheddo, misionero del PIME (Pontificio Instituto Misiones Extranjeras), director durante 35 años de la revista «Mundo y Misión» y autor de más de setenta libros, conoce profundamente el mundo misionero, sobre todo en las zonas de primera evangelización y allí donde la Iglesia ha sido perseguida o rígidamente controlada por regímenes autoritarios.
En su último libro «David y Golíat – Los católicos y el desafío de la globalización» ha afrontado este nuevo fenómeno que caracteriza el panorama mundial. En esta entrevista, ha afronta algunos de los argumentos tratados por el Foro Social Europeo que culminó este sábado en Florencia.
–Actualmente, el tema de la globalización aparece, a menudo, en la sociedad y en los medios de comunicación, y es objeto de debate entre estudiosos, grupos políticos, religiosos y sociales. La idea de un mundo como una única aldea, basada en valores políticos, económicos y éticos comunes, además de sorprender a la gente, provoca reacciones diferentes y, frecuentemente, oposiciones radicales como la de los «antiglobalización», reunidos con ocasión del Foro Social de Florencia. ¿Por qué se dan estas reacciones?
–Piero Gheddo: Las protestas contra la globalización son comprensibles. De hecho, saca a la luz la tragedia de un mundo dividido en dos: el norte y el sur. Quien tiene demasiado y quien tiene demasiado poco. El hambre en el mundo ya existía en pasado, pero los pueblos que la sufrían vivían lejos. Hoy en día, el desarrollo de las nuevas tecnologías y el uso de los instrumentos de comunicación, hacen que la información y el intercambio de ideas tengan lugar mucho más rápidamente, es decir, en tiempo real. De esta manera, los contrastes económicos, sociales y culturales entre los pueblos, emergen con prepotencia: estamos en el año 2000 después de Cristo y los pueblos del África negra, por lo general, practican todavía, en las zonas rurales, una economía de subsistencia. Mientras que en 1960, el África negra exportaba alimentos, en la actualidad, importa cerca del 30% de lo que consume. Sucede así que, los ricos son cada vez más ricos, y los pobres, cada vez más pobres; mientras que los países globalizados progresan, los demás, se quedan en tierra y retroceden. El mercado común parece ser el culpable y todo hace pensar que la globalización es la nueva cuestión social del siglo XXI.
–Entonces, los «antiglobalización», ¿tienen razón?
–Piero Gheddo: En primer lugar, habría que decir que en esta actitud frente al fenómeno de la globalización, falta un análisis serio del desarrollo y del subdesarrollo. Gracias a la globalización, durante el último medio siglo, el tercer mundo se ha desarrollado en gran parte. Me refiero, sobre todo, a Asia, donde el progreso resulta evidente aun en países pobrísimos como Bangladesh, mientras se han quedado atrás los países dominados por dictaduras socialistas, que no se han abierto al libre mercado (Corea del Norte y Birmania). La India tuvo su última carestía en 1966. Con mil millones de habitantes exporta alimento (a África, Oriente Medio y Rusia), mientras que en Etiopía y Sudán se muere de hambre. Según un estudio del Banco Mundial de 2002, entre los años 1990 y 1999, el número de pobres que estaban por debajo del umbral de la supervivencia disminuyó de un 27,6%, a un 14,7% en Asia oriental y Pacífico; del 44 al 40% en Asia meridional; del 16,8 al 12,1% en América Latina y Caribe; del 2,4 al 2,1% en Oriente Medio y Norte de África. Por tanto, la causa radical del abismo entre ricos y pobres, no es el mercado mundial.
–¿Cuáles son entonces las verdaderas causas del subdesarrollo?
–Piero Gheddo: Hace pocos años, un misionero de la Consolata, me dijo en Tanzania: «Los pilares del subdesarrollo africano son cuatro: fanatismo, analfabetismo, gobiernos corrompidos y los militares». La causa radical de que aumente el abismo entre ricos y pobres, es la falta de instrucción y de crecimiento democrático de los pueblos más pobres. La política de las «elites» de gobierno, en vez de apoyar la educación y la sanidad del pueblo rural, privilegia las ciudades, con el resultado de crear metrópolis insoportables y campos abandonados. El desarrollo puede llegar tan sólo con la instrucción, con la evolución de las mentalidades y de las culturas, con la educación a producir más, con gobiernos estables, libertad económica y el libre mercado mundial. De hecho, el mercado global y esos países que viven en paz, están abiertos a la economía de mercado y poseen un suficiente nivel de instrucción y de libertad económica; ofrecen posibilidades de rápido desarrollo que antes no existían. A este punto, es significativo recordar la experiencia que Juan Pablo II describe en la «Redemptoris Missio»: «El desarrollo de un pueblo no deriva, primariamente, ni del dinero, ni de los bienes materiales, ni de las estructuras técnicas, sino de la madurez de las mentalidades y de las costumbres». Pensando en todo ello, quisiera decir también que el eslogan «el Sur es pobre porque el Norte es rico» o viceversa, es una mentira colosal que, desde luego, no ayuda a los países pobres.
–¿Hay otros aspectos positivos en el fenómeno de la globalización?
–Piero Gheddo: Como ya ha dicho el Santo Padre, «la Globalización, a priori, no es ni buena ni mala. Depende de lo que las personas hagan de ella. Ningún sistema carece de finalidad, y es preciso insistir en el hecho que la globalización debe de estar al servicio de la persona humana, de la solidaridad y del bien común». La globalización presenta aspectos negativos, por ello, frente a un fenómeno tan nuevo, debemos de ser muy cautos: ni demonizar ni exaltar. Otro aspecto de la globalización –para mí el más importante, aunque no se hable nunca de ello– consiste en el fenómeno religioso y cultural que la caracteriza: pueblos que vivían separados se encuentran, se confrontan, dialogan; intercambian valores culturales y religiosos. Esto es, sin duda, un aspecto muy positivo. Por primera vez en la historia de la humanidad, existe un movimiento de pueblos que se dirige hacia la unidad, no hacia la división; hacia la paz, no hacia la guerra; hacia los derechos del hombre y de la mujer, no hacia la opresión y la dictadura. Por todo ello, demonizar la globalización sería un error imperdonable. Es necesario mejorar los mecanismos, las reglas, las actuaciones, sin ir en contra de un hecho que hace época, inevitable y positivo. Nuestros tiempos, y sobre todo los jóvenes, necesitan optimismo y esperanza, no pesimismo. En la posición de los «antiglobalizción» hay demasiado pesimismo y preconceptos sobre el mundo moderno y sobre la historia de los pueblos ricos y cristianos. Se condena el mal, pero no se reconoce el bien que han hecho: la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), por ejemplo, se maduró en la sociedad occidental, bajo la influencia de la Palabra de Dios. Hoy, los principios que ésta sostiene, son patrimonio de todos los pueblos…
–Usted ha podido tocar con la mano, en tantos rincones del mundo, sufrimiento, pobreza y miseria; angustias pero también esperanzas de personas y de pueblos. Desde el punto de vista de un misionero, ¿qué esperanza se puede ofrecer hoy a los pobres del mundo?
–Piero Gheddo: En primer lugar, como recuerda incisivamente el Santo Padre en la carta «Novo millennio ineunte», es necesario volver a comenzar a partir Cristo, regresar al Evangelio y a la fe, reavivando la vida cristiana. Si fuéramos mejores cristianos, seríamos capaces de comprender y ayudar mejor a los pobres del mundo. Prueba de ello es que los misioneros cristianos –católicos y protestantes– con sus voluntarios laicos, generan desarrollo entre los pobres, mientras que los proyectos gubernamentales de cooperación inter
nacional, a menudo, construyen «catedrales en el desierto». Los misioneros construyen puentes de comprensión y de educación recíproca entre los pueblos; los proyectos gubernamentales, no. En este sentido, sería preciso recuperar una cierta austeridad de vida, para ser, de verdad, hermanos de los pobres…Vivimos demasiado en lo superfluo y en el desperdicio: ¡Cuánto se podría simplificar! Además habría que dar a los jóvenes grandes ideales de vida, educarlos, sobre todo, en el desafío de nuestros tiempos globalizados: ser hermanos de los pobres.
El desarrollo de los pueblos es, sin embargo, un tema muy complicado. Nuestra civilización materialista lo considera como un factor económico: ricos y pobres. Maritain dice que la raíz del desarrollo humano está en la idea de que un pueblo se hace de Dios, de quien deriva su cultura, la idea de la naturaleza, del hombre, del trabajo humano, del camino hacia la meta.
La misión de la Iglesia es la de anunciar y testimoniar a Jesús, único salvador de la humanidad. El desarrollo del hombre viene de Dios y de Cristo. La obra misionera necesita hombres y mujeres que consagren su vida a educar y dejarse educar, a compartir, a construir puentes de comprensión y de solidaridad entre el Norte y el Sur del mundo. La Iglesia, de hecho, fue la primera que globalizó a los pueblos, anunciando el Evangelio. Jesús, antes de ascender a los Cielos, confía a la Iglesia su misión: «Id por todo el mundo, anunciad el Evangelio a todas las criaturas» (Marcos 16, 15).