En Etiopía y Eritrea se muere de hambre ante el silencio internacional

La situación descrita por una misionera

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ADDIS ABEBA, 11 noviembre 2002 (ZENIT.orgAvvenire).- Vuelve la carestía: ahora amenaza desde los países del Cuerno de África a la región austral. Dos tercios del continente están afectados por la sequía, por las pobres cosechas y por las habituales crisis y guerras.

Los llamamientos a la comunidad internacional se repiten insistentemente para que intervenga con nuevas ayudas, puesto que no hay provisiones para hacer frente a las necesidades básicas.

Entre Etiopía y Eritrea hay aproximadamente 16 millones de personas, según estima el Programa Alimentario Mundial (PAM) «que deben afrontar una grave carencia alimentaria».

El mismo riesgo corren Zambia, Zimbabwe, Malawi, Mozambico, Swazilandia y Lesotho.

«La situación es muy mala; no tenemos reservas de alimento para nutrir a millones de personas que pasarán hambre en los próximos meses», constata el portavoz del PAM en Eritrea, Wagdi Otham.

La urgente carestía que afecta también a África austral ha desplazado la atención de los donantes, «así que Etiopía y Eritrea reciben menos», subraya el portavoz del PAM.

En efecto, Zimbabwe, por ejemplo, por primera vez en su historia moderna, se ve amenazado por la carestía que se anuncia después de la sequía, pero también como consecuencia del conflicto social sobre la redistribución de las tierras cultivadas.

Sor Elisa Tonello, religiosa salesiana en Zway –una pequeña ciudad a 160 kilómetros al sur de Addis Abeba–, hace llegar su testimonio desde una localidad que en pocos años ha pasado de unos miles de habitantes a más de 60.000.

«Situada a orillas de un lago, el área semi-árida se considera en permanente riesgo de hambre –explica sor Elisa–. Las estadísticas de los últimos tres años muestran inseguridad alimentaria y hambre. La última sequía, del verano de 1999, que tuvo repercusiones sobre la situación alimentaría en los años sucesivos, llevó a la misión a un gran número de niños reducidos a piel y huesos».

«Es una circunstancia que nunca ha dado señales de cesar o disminuir. El futuro inmediato es, una vez más, preocupante. Las cosechas son insuficientes para atender a la población», añade la religiosa.

La escasez, la falta de agua, pondrá en peligro también a 200.000 animales –ovejas, cabras, bueyes, asnos, caballos–: «el apoyo de la vida rural de esa gente. Si los bueyes no están en condiciones, al inicio de la próxima estación de lluvias no se conseguirá arar suficiente tierra en el tiempo necesario. Y el ciclo del hambre se preparará para cerrar otro episodio en el triste destino de estas personas», lamenta sor Elisa.

Además los pueblos se están quedando sin hombres, quienes parten en búsqueda de un trabajo, agua y pastos para los animales. Se quedan las mujeres, los ancianos, los niños. A su alrededor sólo hay tierra y arena.

«Es la primera vez –admite sor Elisa– que me encuentro directamente envuelta en una catástrofe anunciada de estas dimensiones. Me aterroriza. Me espanta el silencio de los medios de comunicación y la poca atención de los gobiernos del mundo que no bajan la mirada hacia el sur del mundo».

«En cualquier caso, nuestra esperanza es poder asegurar una comida diaria a nuestros 3.500 niños. Pero sería necesario multiplicar esta cifra», concluye la religiosa.

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ZENIT Staff

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