WASHINGTON, 7 diciembre 2002 (ZENIT.org).- El debate sobre tarifas y subsidios está de nuevo sobre el tapete.
El último envite tuvo lugar hace dos semanas cuando Estados Unidos propuso que todos los miembros de la Organización Mundial de Comercio eliminasen las tarifas sobre los bienes industriales y comerciales en el año 2015. Los funcionarios de la administración Bush explicaron que la propuesta «convertiría a cualquier almacén de la esquina en una tienda duty-free», informaba el New York Times el 26 de noviembre. Las tarifas suman ahora cerca de 18.000 millones de dólares al año al coste de los bienes que los consumidores americanos compran.
Las tarifas de los Estados Unidos sobre productos manufacturados alcanzan un promedio del 5%. Las cifras son incluso más altas en algunos tipos de vestidos y bienes de cuero. Los Estados Unidos también imponen varias tarifas «anti-dumping» (más del 30% o más) al acero importado.
El Washington Post informaba el 27 de noviembre que algunos de los más grandes grupos de negocios han aplaudido el anuncio, diciendo que estimularía las negociaciones en la Organización Mundial de Comercio para eliminar barreras aduaneras. Otros, como el American Textile Manufacturers Institute, no estaban tan contentos, temiendo la competencia de países con salarios bajos.
Aunque hay miedo de que un fin de las tarifas podría ayudar excesivamente a las naciones menos desarrolladas, la medida podría también dañar a los países más pobres, defendía el Director General de la Organización Mundial de Comercio, Supachai Panitchpakdi. Apuntaba que muchos países en vías de desarrollo tienen impuestos altos sobre los bienes para proteger a sus industrias en nacimiento, y así sería una desventaja si se acepta el plan de Estados Unidos, informaba el Wall Street Journal el 27 de noviembre.
Un año después de que ministros de gobierno de más de 140 países anunciaran una nueva época para el comercio mundial en Doha, Qatar, no se han hecho muchos progresos en las negociaciones, observaba el Financial Times el 19 de noviembre. Muchos países están optando por acuerdos bilaterales o regionales, que algunos temen que debilitarán el libre comercio a nivel global, dividiendo el mundo en bloques rivales de comercio.
Una reciente reunión de los 25 ministros de la Organización Mundial de Comercio en Sydney, Australia, dio como resultado algunas buenas noticias, informaba el Economist Global Agenda el 18 de noviembre. Sin embargo, observaba el artículo, muchas de las promesas hechas en Doha todavía están por cumplirse, y algunos países en vías de desarrollo dudan de que las naciones ricas cumplirán las promesas hechas en áreas tales como la agricultura, el acceso a los mercados y la propiedad intelectual.
Según Economist, el encuentro de Sydney ha tenido éxito en avanzar con el tema de la mejora de acceso a las caras patentes de medicinas contra el Sida, la malaria y la tuberculosis para países que no se las pueden permitir, estimulando las esperanzas de que se alcance un acuerdo antes de final de año. Pero el encuentro ha fallado en resolver las divisiones sobre los subsidios agrícolas.
Dañar a los granjeros más pobres
Con respecto a los subsidios agrícolas, tres ministras del gobierno británico –Margaret Beckett, Clare Short y Patricia Hewitt– escribieron una carta al periódico Independent protestando contra la injusticia del sistema. El periódico publicó la carta el 24 de noviembre.
Las tres ministras hacían notar que la familia típica británica paga cerca de 16 libras a la semana (25 dólares) para subvencionar la producción europea de alimentos. Esto permite a los agricultores europeos producir alimentación en exceso, que a su vez se vende más barata, acabando con los agricultores más pobres del mundo en vías de desarrollo. Las Políticas Comunes Agrícolas de la Unión Europea dan cerca de 2 dólares al día por cada vaca en Europa, dejando que «1.200 millones de hombres, mujeres y niños en todo el mundo vivan con la mitad de dicha cantidad», se lamentaban las ministras británicas.
Las ministras no sólo pusieron en evidencia la injusticia de tal situación, sino que incluso apuntaron: «Ésta es una inversión masiva de recursos escasos que se podrían emplear de forma más productiva en cualquier otro apartado de nuestras economías».
A pesar de las últimas propuestas de reducir las tarifas comerciales, los registros de Estados Unidos de subsidios agrícolas atrajeron fuertes críticas tras una nueva ley que eleva el apoyo a los agricultores. En mayo, el congreso aprobó una ley que aumenta el gasto federal para el programa agrícola en 82.800 millones de dólares en los próximos 10 años, además de los 100.000 millones de dólares que ya reciben los agricultores, informaba el 10 de mayo el Financial Times.
Los 30 miembros de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo, las naciones más ricas, gastan más de 300.000 millones de dólares al año en apoyar a sus agricultores, informaba el Guardian el 30 de octubre. Esto es al menos cinco veces más de lo que gastan en presupuestos de ayuda al desarrollo.
«Resulta hipócrita alabar las ventajas del comercio y de los mercados y luego erigir obstáculos precisamente en aquellos mercados en los que los países en vías de desarrollo tienen una ventaja comparativa», afirmaba el economista jefe del Banco Mundial, Nicholas Stern. Sus comentarios, hechos públicos por una nota de prensa del Banco Mundial el día 19 de noviembre, los realizó en una conferencia en el Centro de Estudios Económicos de la Universidad de Munich.
Stern afirmaba que la investigación del Banco Mundial ha mostrado que la total eliminación de la protección agrícola y de los subsidios de producción en los países ricos podría aumentar el comercio global agrícola en un 17%, con un aumento del 24% de las exportaciones agrícolas y de alimentos de países con ingresos bajos o medios. Como resultado, el ingreso total anual rural en estos países podría subir en cerca de 60.000 millones de dólares, o cerca del 6%.
Precaución en Latinoamérica
Mientras tanto, continúan las conversaciones sobre acuerdos de libre comercio regionales. Los ministros de comercio han acordado un plan para negociar una zona de libre comercio desde Canadá a Argentina, informaba el New York Times el 2 de noviembre. Los países presentarán sus propuestas antes de febrero, con objeto de terminar las negociaciones antes de enero del 2005.
Sin embargo, con muchas naciones de Latinoamérica en medio de estrecheces económicas, las oportunidades de éxito no son buenas, observaba el Times. Muchos países se desilusionan con la mera idea de un libre comercio.
El representante de Estados Unidos para el Comercio, Robert Zoellick, defendía por el contrario la propuesta. En un artículo de opinión del 4 de noviembre para el Wall Street Journal, observaba además que Estados Unidos está impulsando acuerdos regionales de comercio en el sur de África, y acuerdos bilaterales con Chile y Singapur.
«Los nuevos acuerdos comerciales de Estados Unidos», defendía Zoellick, «pueden impulsar reformas que ayudarán a establecer los bloques constructivos básicos para un desarrollo a largo plazo de las sociedades abiertas». El libre comercio, afirmaba, «abrirá nuevos mercados para Estados Unidos y fortalecerá las frágiles democracias de América Central y del Sur, de África y de Asia».
Poco después, la Unión Europea y Chile firmaban un acuerdo de libre comercio recortando las tarifas en el comercio bilateral que ha alcanzado cerca de los 9.000 millones de dólares el año pasado, informaba el 18 de noviembre Associated Press. Según el acuerdo, se levantarán los impuestos los próximos 10 años en el 97% de todas las mercancías comerciales.
En Asia, China y las naciones miembros de la Asociación del Sudeste Asiá
tico (ASEAN) firmaron un acuerdo para crear lo que sería la zona más grande de libre comercio del mundo, informaba Reuters el 4 de noviembre.
Las conversaciones sobre el área de libre comercio del sudeste asiático y China, con un potencial combinado de 1.700 millones de personas, comenzarán el próximo año. China y la ASEAN tienen juntos un producto interior bruto de 1.5 billones de dólares a 2 billones de dólares.
Flexibilidad y solidaridad
En octubre del 2001 la Santa Sede publicó una nota ante la reunión de la Organización Mundial de Comercio en Qatar. La nota pedía «gestos de flexibilidad y solidaridad», argumentando que «el aumento del desarrollo en los países más pobres es una contribución al progreso económico global, a la seguridad internacional y a la paz».
La Santa Sede pidió una justa integración de los países menos desarrollados en la economía global, y criticó el hecho de que los países más ricos hayan mantenido fuertes protecciones precisamente en aquellas áreas en las que los países más pobres podrían ser competitivos, por ejemplo, la agricultura y la industria textil.
La nota también precisaba: «Para que un sistema de libre comercio sea justo, no sólo debe garantizarse igualdad legal entre los países, sino también debe solventar, en cuanto sea posible, las desventajas, en términos de poder económico y de negociación, de las economías menos industrializadas y de las economías productoras de materias primas». Un año después, el progreso en estas áreas languidece.