La respuesta cristiana a la inmigración clandestina

Según el nuevo nuncio apostólico ante la sede de la ONU en Ginebra

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ROMA, 11 julio 2003 (ZENIT.org).- La inmigración clandestina que experimentan varios países occidentales como fenómeno masivo exige plantearse los motivos que la provocan, afirma el nuevo nuncio apostólico ante la sede de las Naciones Unidas en Ginebra.

«En los diarios europeos de los últimos días, en particular en Italia, se está dando amplio espacio a las embarcaciones llenas hasta rebosar de desesperados que desembarcan en las costas italianas. Sin embargo se elude la pregunta de fondo, es decir, ¿por qué está teniendo lugar este fenómeno de masa? ¿Es un hecho ocasional o no?», pregunta el arzobispo Silvano Tomasi.

Italiano de 63 años, misionero de San Carlos (escalabriniano), tras desempeñar durante años su ministerio en Estados Unidos, trabajó en el Consejo Pontificio para los Migrantes e Itinerantes, y en los últimos siete años ha sido nuncio apostólico en Etiopía y Eritrea.

De paso por Roma antes de asumir el nuevo cargo en septiembre, en Ginebra, nos ofrece su visión sobre el debate actual en torno a la inmigración.

–Entonces, monseñor Tomasi, ¿cuál es la respuesta a la pregunta de fondo que plantea la inmigración clandestina?

–Monseñor Tomasi: Nos encontramos ante un fenómeno estructural. En África hay hambre, opresión política, corrupción, una sociedad que impide una calidad de vida aceptable, una agricultura retrasada y un desarrollo económico que parece un espejismo. Los jóvenes, aunque no sólo ellos, no ven motivos de esperanza.

Puedo poner el ejemplo de Eritrea: en este período, se da una gran sequía, en las aldeas hay hambre, falta agua potable, y todo esto en un contexto socio-político muy duro. ¿En qué puede esperar la gente? En la fuga. Pasan a Sudan, atraviesan el desierto hasta llegar a Libia, esperando encontrar un pasaje hacia Malta o Italia, conscientes de que pueden morir en el camino.

–Nos está describiendo un continente desesperado.

–Monseñor Tomasi: Mire, las pequeñas barcas que llegan a las cosas de Italia no son más que la punta del iceberg de una situación muy grave. Y si se deja África a la deriva, las consecuencias no las pagarán sólo los africanos, sino también los europeos.

–Pero, ¿qué es lo que se puede hacer por África? En estos años se han mandado muchos miles de millones de dólares en ayudas y la condición social y económica, en particular en el África subsahariana, ha empeorado.

–Monseñor Tomasi: La situación es muy compleja y no creo que haya recetas milagrosas. Indudablemente hay que reflexionar sobre el extraño mecanismo, diría incluso perverso, que hasta ahora se ha aplicado: los países desarrollados y el Banco Mundial han mandado muchas ayudas a África, pero todo esto se ha canalizado a través de los Estados, generalmente dominados por una etnia en perjuicio de otras. De este modo se ha alimentado una especie de «estatalismo africano», que ha impedido el crecimiento y la participación de la sociedad civil.

Si bien creo que hay que mantener el nivel de solidaridad, los países desarrollados tienen que programar seriamente esta solidaridad, armonizándola con los esfuerzos de los países africanos. Desde este punto de vista, es importante valorar el compromiso de algunos gobiernos africanos que pretenden promover a través del NEPAD (XXXX) un proceso de democratización de la sociedad.

–A propósito de democracia. En África no se puede decir que no hay elecciones con pluralidad de partidos, y sin embargo…

–Monseñor Tomasi: La democratización consiste en salir del círculo perverso que impide la participación de la gente y que tiene su fundamento en el poder basado en la etnia. Insisto, en África se da un estatalismo que no deja espacio de expresión a la sociedad civil, se da un bloqueo que experimentamos nosotros mismos, como cristianos. La Iglesias son vistas como muchas organizaciones no gubernamentales que ofrecen asistencia social, pero no tienen espacio como sociedad civil. De este modo se ven impedidas para desarrollar su misión, que se traduce en educación: educación en la responsabilidad, en la familia, etc. Si se arranca esta raíz cultural, si no se da un alma al desarrollo, la fuerza acaba justificándolo todo.

–¿No cree que en esta situación tienen una grave responsabilidad muchos líderes católicos que en las últimas décadas han reducido la misión y la actividad socio-caritativa?

–Monseñor Tomasi: Creo que este es el desafío no sólo de los católicos, sino de todas las Iglesias cristianas. La experiencia demuestra que cuanto más somos Iglesia más ayudamos al continente africano, cuando nos conformamos con hacer simplemente el trabajo de economistas o sociólogos, entonces es cuando menos favorecemos el desarrollo.

–Pronto comenzará a trabajar en Ginebra en los organismos de la ONU comprometidos en la lucha contra la pobreza. ¿Qué llevará de la experiencia vivida en África?

–Monseñor Tomasi: No sé todavía cuáles son los temas específicos en los que estaré comprometido, pero ciertamente la experiencia de estos años me ayudará a dar una dimensión concreta y realista a los problemas sobre los que se discute.

He llegado a dos certezas. La primera es que el derecho y la economía no pueden afrontarse descuidando la participación.

En segundo lugar, he comprendido que la sensibilidad particular hacia los países pobres está íntimamente ligada a un interés por el desarrollo y la paz de los países ricos.

Esta realidad encuentra su explicación plena en la experiencia cristiana, pues el sentido de la solidaridad nace de la conciencia de la familia humana. Y ésta se traduce necesariamente en decisiones concretas.

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ZENIT Staff

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