El difícil camino de la caridad para la Iglesia en Cuba

Arzobispo de La Habana: «No existe libertad religiosa»

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LA HABANA, 18 julio 2003 (ZENIT.org).- Libertad de culto, pero no libertad religiosa. Es la realidad que experimenta cada día la Iglesia en Cuba, circunstancia que dificulta enormemente cualquier tarea de asistencia caritativa en un país donde la religión se considera ajena a la sociedad.

La libertad religiosa implica la «posibilidad de difundir la visión cristiana sobre los grandes problemas éticos y sociales, y por lo tanto, tener acceso a los medios de comunicación, que aquí son todos del Estado», explicó el arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, en la edición del pasado 6 de julio de la revista italiana Famiglia Cristiana.

Según el purpurado, la posibilidad de abrir escuelas católicas o de estar presentes en la red escolar pública, así como colaborar en la solución de agudos problemas sociales de los más desfavorecidos también son elementos propios de la libertad religiosa.

Los preparativos y el desarrollo de la visita del Papa a la isla cinco años atrás suscitaron esperanzas en la sociedad acerca de una apertura de Cuba al mundo y del mundo hacia Cuba. «No ha sido así, y ahora más que esperanza hay desesperanza», constató el prelado.

De hecho, en el verano de 1998, algunos meses después del viaje del Santo Padre a Cuba, «comenzó una fuerte campaña ideológica según los esquemas de propaganda y movilización típica de los años sesenta, al inicio de la revolución», recordó el cardenal Ortega.

«Hablé con Fidel Castro en el 2001 –continuó– y me dijo que la “batalla de las ideas” no se dirigía directamente contra la Iglesia, sino que tenía como objetivo conquistar a los jóvenes para la revolución».

Aunque la campaña no presenta los elementos filosóficos inspirados en el antiguo ateísmo científico ni se lanza contra la Iglesia, «es innegable que se sigue considerando a la religión como algo completamente ajeno a la sociedad», subrayó.

La labor asistencial sin libertad religiosa

Este panorama hace que organizaciones como Cáritas sufran bastantes limitaciones en su actividad. En Cuba Cáritas ayuda a los pobres, «pero carece de reconocimiento jurídico», reconoció el arzobispo de La Habana.

Cada día, más de medio centenar de personas llaman a las puertas de las oficinas de Cáritas en La Habana pidiendo alimentos, ropa y medicinas. «No siempre podemos satisfacer las peticiones, porque estamos recibiendo menos ayudas de los Estados Unidos y de Europa», reconoció el director, Lionel Pérez.

Además, la tarea de la organización, más que la distribución directa de ayudas, radica en la coordinación de la asistencia caritativa en las parroquias, donde trabajan al menos dos mil voluntarios. <br>
Ingeniero químico jubilado –tiene 65 años— y diácono permanente desde 1991, Lionel Pérez subraya que «la petición de ayuda ha crecido en los últimos años, paralelamente al aumento de la pobreza».

«Intentamos dar respuesta trabajando en dos planos. Por un lado, como intermediarios entre los donantes y el gobierno. Los alimentos, las medicinas y el material escolar que recibimos del extranjero tenemos que entregarlo a las autoridades, que proceden a clasificarlo. Pero nosotros llevamos a cabo un control documentado de la repartición», explicó.

«El segundo plano pasa por las parroquias –añadió–: abastecimiento de comedores, asistencia a domicilio a unos ocho mil ancianos solos, apoyo a las familias con niños con síndrome de Down».

La falta de reconociendo jurídico de Cáritas se traduce en dificultades como la imposibilidad de importar medicinas. Además, «no siempre obtenemos el permiso de adquirir, pagando en dólares, material de construcción para ayudar a las familias más necesitadas a reparar su casa», recalcó Lionel Pérez.

«Hay dificultades que proceden también de funcionarios de cierto nivel –constató–, tal vez preocupados de que, a través de Cáritas, la Iglesia se haga demasiado visible en la sociedad cubana. Son obstáculos que no nos hacen desistir del deber de ser “buenos samaritanos” con nuestro prójimo».

Por su parte, la Comunidad de San Egidio está presente en Cuba desde hace once años. Cuenta con 250 voluntarios en la isla, 50 en La Habana. En el popular barrio de Regla tienen una «Escuela de la paz» donde cada semana reúnen a medio centenar de niños con situaciones familiares conflictivas.

Los voluntarios de San Egidio ayudan a estos chavales en sus tareas y realizan con ellos actividades centradas en los valores de la paz. Además, prestan asistencia espiritual y moral a los ancianos de una residencia.

El Movimiento de las mujeres católicas, activo en 25 parroquias de la Habana, promueve congresos diocesanos mensuales sobre temas vinculados al papel de los laicos en la Iglesia y en la sociedad.

Presidido por una bióloga, Sara Vásquez, el movimiento ofrece igualmente talleres para mujeres en situaciones complicadas: madres jóvenes, esposas maltratadas o abandonadas. Costura, bordados y la preparación de dulces son labores que equilibran algo la economía doméstica y «aumentan la autoestima de personas frecuentemente despreciadas».

La fe cristiana hoy

La visita del Juan Pablo II a Cuba provocó el acercamiento de muchos cubanos a la Iglesia. Sin embargo, «el fenómeno más interesante –afirma el cardenal Ortega— es la multiplicación de pequeñas comunidades en torno a las “casas de oración”».

Dado que en Cuba las iglesias escasean, a menudo los cristianos se reúnen para orar y profundizar en su fe en las casas de algún vecino. Los encuentros son dirigidos por religiosas o por laicos adecuadamente preparados, según el purpurado.

«En estas “casa de oración” se preparan también los niños para los sacramentos de la iniciación cristiana y se organiza el catecumenado de adultos –explicó–. Sólo en La Habana tenemos 250 pequeñas comunidades, algunas de las cuales se han convertido en parroquias».

Sin embargo, estas parroquias no tienen sacerdote fijo. «La escasez del clero no afecta sólo a la diócesis de La Habana –advirtió su arzobispo–. En todo el país hay 320 sacerdotes. Existe una lista de sacerdotes extranjeros en espera de trabajar en Cuba, pero los permisos llegan con cuentagotas».

No es el único obstáculo en la acción pastoral, puesto que se verifican restricciones para la compra de ordenadores, de material para reparar las iglesias y de medios de transporte.

«Nuestra Conferencia Episcopal es tal vez la única del mundo que carece de acceso a Internet», concluyó el purpurado.

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ZENIT Staff

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