AQUISGRÁN, 8 septiembre 2003 (ZENIT.org).- Según Juan Pablo II, en un mundo dividido, en el que hay una urgente necesidad de unidad, las personas de religión y cultura diferentes están llamadas a descubrir el encuentro y el diálogo como camino para construir la paz.
«Este es el secreto del Encuentro de Aquisgrán», afirmó el Santo Padre en el mensaje enviado a través del cardenal Roger Etchegaray a los miembros de las Iglesias y comunidades cristianas y de las grandes religiones mundiales reunidos –del 7 al 9 de septiembre– en la ciudad alemana en el XVII Encuentro Internacional de Oración por la Paz, cuyo lema es este año «Entre guerra y paz: religiones y culturas se encuentran».
Dicho encuentro, según palabras del Papa, representa una «ulterior etapa» del camino que nació por su propia iniciativa en 1986, con el célebre encuentro de Asís.
Fue donde el Santo Padre convocó a orar por la paz a los líderes de las distintas religiones del mundo como «la forma concreta y visible» de la «visión que tenía el beato Juan XXIII» cuando escribió la Encíclica «Pacem in Terris».
Sin embargo, «aquel anhelo no fue recogido con la necesaria prontitud y solicitud». «Demasiado poco se ha invertido en estos años para defender la paz y sostener el sueño de un mundo libre de las guerras», lamentó.
Recordando el atentado contra Estados Unidos, del que se cumplirán dos años el próximo 11 de septiembre, Juan Pablo II constató: «Desgraciadamente, junto a las Torres parecen haber caído también muchas esperanzas de paz».
«Guerras y conflictos siguen prosperando y turbando la vida de muchos pueblos –subrayó–, especialmente de los países más pobres de África, de Asia y de América Latina. Pienso en las decenas de guerras aún en marcha y en la “guerra” difundida que representa el terrorismo».
En opinión de Juan Pablo II, encuentros como el de Aquisgrán –organizado por la Comunidad de San Egidio— «son una respuesta» a la necesidad de lograr un mundo pacificado, porque en ellos «cada año gente de religión distinta se encuentra, se conoce, diluye las tensiones, aprende a vivir con otros y a tener una responsabilidad común hacia la paz».
«“El nombre del único Dios tiene que ser cada vez más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz” (Cf. Novo millennio ineunte, 55). Por ello debemos intensificar nuestro encuentro y proyectar sólidos y compartidos fundamentos de paz» «que desarman a los violentos, les llaman a la razón y al respeto y cubren el mundo con una red de sentimientos pacíficos», pidió el Papa.
«Con vosotros, queridísimos hermanos y hermanas cristianos –exhortó Juan Pablo II–, “seguimos con determinación el diálogo”(Cf. Ecclesia in Europa, n. 31): que este tercer milenio sea el tiempo de la unión en torno al único Señor. No se puede soportar más el escándalo de la división: es un “no” repetido a Dios y a la paz».
«Junto a vosotros, ilustres representantes de las grandes religiones mundiales –continuó–, queremos intensificar un diálogo de paz: alzando la mirada hacia el Padre de todos los pueblos, reconoceremos que las diferencias no nos empujan al enfrentamiento, sino al respeto, a la colaboración leal y a la edificación de la paz».
Y añadió: «Con vosotros, hombres y mujeres de tradición laica, sentimos que debemos continuar en el diálogo y en el amor como única vía para respetar los derechos de cada uno y afrontar los grandes desafíos del nuevo milenio».
«El mundo necesita paz, mucha paz –advirtió finalmente Juan Pablo II–. El camino que como creyentes conocemos para alcanzarla es el de la oración a Quien puede conceder la paz. El camino que todos podemos recorrer es el del diálogo en el amor».