Discurso de Juan Pablo II al presidente George W. Bush

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 4 junio 2004 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Juan Pablo II este viernes al encontrarse con el presidente de los Estados Unidos George W. Bush.

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Señor presidente
1. Le doy una cordial bienvenida a usted y a la señora Bush, y a la distinguida delegación que os acompaña. Extiendo un cordial y afectuoso saludo a todo el pueblo estadounidense, que usted representa. Le doy las gracias por querer encontrarse conmigo de nuevo, a pesar de las dificultades que le plantean sus numerosos compromisos durante esta visita a Europa e Italia, así como por el viaje que emprenderé mañana para encontrarme con los jóvenes en Suiza.

2. Está visitando Italia para conmemorar el sexagésimo aniversario de la liberación de Roma y para honrar la memoria de muchos soldados estadounidenses que dieron sus vidas por su país y por la libertad de los pueblos de Europa. Me uno a usted en el recuerdo del sacrificio de aquellas muertes valerosas y en la petición al Señor de que no se repitan de nuevo los errores del pasado, que originaron aquellas tragedias atroces. Hoy también recuerdo con gran emoción a los numerosos soldados que murieron por la libertad de Europa.

Nuestro pensamiento se dirige también hoy a los veinte años en los que la Santa Sede y los Estados Unidos han disfrutado de relaciones diplomáticas formales, establecidas en 1984 bajo el presidente Reagan.

Estas relaciones han promovido el entendimiento mutuo en grandes cuestiones de común interés y de cooperación práctica en áreas diferentes. Hago llegar mi saludo al presidente Reagan y a la señora Reagan, tan atenta con él en su enfermedad. Quiero expresar también mi estima a todos los representantes de los Estados Unidos ante la Santa Sede, así como mi aprecio por la competencia, sensibilidad y gran compromiso con que han favorecido el desarrollo de nuestras relaciones.

3. Señor presidente, su visita a Roma tiene lugar en un momento de gran preocupación por la continua situación de grave agitación en Oriente Medio, tanto en Irak como en Tierra Santa. Usted conoce bien la clara posición de la Santa Sede en este sentido, expresada en numerosos documentos, a través de contactos directos e indirectos, así como con los muchos esfuerzos diplomáticos que se han realizado desde que usted me visitó por primera vez, en Castelgandolfo, el 23 de julio de 2001, y de nuevo en este palacio apostólico el 28 de mayo de 2002.

4. Es evidente que el deseo de todos es que la situación se normalice ahora lo antes posible con la participación activa de la comunidad internacional y, en particular, de la Organización de las Naciones Unidas, para asegurar un rápido regreso de la soberanía de Irak, en condiciones de seguridad para su gente. El reciente nombramiento como jefe de Estado en Irak y la formación de un gobierno iraquí interino son un paso alentador hacia esta meta. Que una esperanza semejante de paz se reavive también en Tierra Santa y lleve a nuevas negociaciones, dictadas por un sincero y determinante compromiso de diálogo, entre el gobierno de Israel y la Autoridad palestina.

5. La amenaza del terrorismo internacional sigue siendo fuente de constante preocupación. Ha afectado seriamente a las normales y pacíficas relaciones entre Estados y pueblos desde la trágica fecha del 11 de septiembre de 2001, a la que no he dudado en llamar «un día oscuro en la historia de la humanidad». En las últimas semanas, otros acontecimientos deplorables han tenido lugar, conmocionando la conciencia cívica y religiosa de todos, haciendo más difícil, sereno y decidido el compromiso por los valores humanos compartidos: en ausencia de un compromiso así ni la guerra ni el terrorismo podrán ser derrotados. Que Dios dé fuerza y éxito a aquellos que no dejan de esperar y trabajar por el entendimiento entre pueblos, en el respeto de la seguridad y de los derechos de todas las naciones y de todo hombre y mujer.

6. Al mismo tiempo, señor presidente, aprovecho esta oportunidad para reconocer el gran compromiso de su gobierno y de numerosas agencias humanitarias de su nación, en particular las de inspiración católica, para derrotar las condiciones cada vez más insoportables de varios países africanos, que sufren a causa de conflictos fratricidas, de pandemias y de la pobreza degradante que ya no puede ser ignorada.

Sigo también con gran aprecio su compromiso por la promoción de valores morales en la sociedad estadounidense, en particular los que se refieren al respeto de la vida y la familia.

7. Un entendimiento más completo y profundo entre los Estados Unidos y Europa desempeñará sin duda un decisivo papel para resolver los grandes problemas que he mencionado, así como otros muchos que afronta hoy la humanidad. Que su visita, señor presidente, dé un nuevo y poderoso empuje a esta cooperación.

Señor presidente, mientras usted desempeña su noble misión de servicio a su nación y a la paz en el mundo, le aseguro mis oraciones e invoco cordialmente para usted las bendiciones de la sabiduría, la fuerza y la paz.

¡Que Dios conceda paz y libertad a toda la humanidad![Traducción del original en inglés realizada por Zenit. Estas fueron las palabras del Santo Padre al recibir la «Medalla presidencial de la libertad»]

Le agradezco, señor presidente, este amable gesto.

Que el deseo de libertad, de paz y de un mundo más humano simbolizado por esta medalla inspire a hombres y mujeres de buena voluntad en todo tiempo y lugar.

¡Que Dios bendiga a los Estados Unidos!

[Traducción del original inglés realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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