BERNA, domingo, 6 junio 2004 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Juan Pablo II en la tarde de este sábado ante unos doce mil jóvenes suizos reunidos en el Palacio de Hielo de Berna.
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1. «Steh auf! Lève-toi! Alzati! Sto se!» –Levántate– (Lucas 7, 14).
¡Esta palabra del Señor dirigida al joven de Naím resuena hoy con fuerza en nuestra asamblea y se dirige a vosotros, queridos jóvenes amigos, chicas y chicos católicos de Suiza!
El Papa ha venido desde Roma para volver a escucharla junto a vosotros de los labios de Cristo y para hacerle eco. Os saludo a todos con afecto, queridísimos amigos, y os doy las gracias por vuestra cálida acogida. Saludo también a vuestros obispos, a los sacerdotes religiosos y animadores que os acompañan en vuestro camino.
Dirijo un saludo particular con deferencia al señor presidente de la Conferencia Helvética Joseph Deiss; al pastor Samuel Lutz, presidente del Consejo Sinodal de las Iglesias Reformadas de Berna-Jura-Soleure y a vuestros amigos de otras confesiones que han querido participar en este acontecimiento.
2. El Evangelio de Lucas narra un encuentro: por una parte aparece el apesadumbrado cortejo que acompaña al cementerio al joven hijo de una madre viuda; por otra, el grupo festivo de los discípulos que siguen a Jesús y le escuchan. También hoy, queridos jóvenes, es posible formar parte de ese triste cortejo que avanza por la calle del pueblo de Naím. Esto sucede si os dejáis llevar por la desesperación, si los espejismos de la sociedad de consumo os seducen y os distraen de la verdadera alegría para devoraros en placeres pasajeros, si la indiferencia y la superficialidad os rodean, si ante el mal y el sufrimiento dudáis de la presencia de Dios y de su amor por cada persona, si buscáis en la deriva de una afectividad desordenada la respuesta a la sed interior de amor verdadero y puro.
Precisamente en estos momentos Cristo se acerca a cada uno de vosotros y, como el muchacho de Naím, dirige la palabra que sacude y despierta: «Levántate». «¡Acepta la invitación que te vuelve a poner de pie!».
No se trata de meras palabras: el mismo Jesús está ante vosotros, el Verbo de Dios hecho carne. Él es la «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Juan 1, 9), la verdad que nos hace libres (Cf. Juan 14, 6), la vida que nos da en abundancia el Padre (Cf. Juan 10, 10). El cristianismo no es un simple libro de cultura o una ideología, tampoco es un mero sistema de valores o de principios, por más elevados que sean. El cristianismo es una persona, una presencia, un rostro: Jesús, que da sentido y plenitud a la vida del hombre.
3. Pues bien, yo os digo a vosotros, queridos jóvenes: no tengáis miedo de encontraros con Jesús. Es más, buscadle en la lectura atenta y disponible de la Sagrada Escritura, en la oración personal y comunitaria; buscadle en la participación activa en la Eucaristía; buscadle al encontraros con un sacerdote en el sacramento de la Reconciliación; buscadlo en la Iglesia, que se os manifiesta en los grupos parroquiales, en los movimientos y en las asociaciones; buscadlo en el rostro del hermano que sufre, que tiene necesidad o que es extranjero.
Esta búsqueda caracteriza la existencia de muchos jóvenes de vuestra edad en camino hacia la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Colonia en verano del próximo Ya desde ahora os invito también a vosotros a esta gran cita de fe y de testimonio.
Como vosotros, yo también tuve veinte años. Me gustaba el deporte, esquiar, hacer teatro. Estudiaba y trabajaba. Tenía deseos y preocupaciones. En aquellos años que ya son lejanos, en tiempos en los que mi tierra natal estaba herida por la guerra y después por el régimen totalitario, buscaba el sentido que debía dar a mi vida. Lo encontré en el seguimiento del Señor Jesús.
4. La juventud es el momento en el que también tú, querido muchacho, querida muchacha, te preguntas qué tienes que hacer con tu vida, cómo puedes contribuir a hacer un mundo algo mejor, cómo promover la justicia y construir la paz.
Esta es la segunda invitación que te dirijo: «¡Escucha!». No te canses de entrenarte en la difícil disciplina de la escucha. Escucha la voz del Señor que te habla a través de acontecimientos de la vida cotidiana, a través de las alegrías y sufrimientos que la acompañan, a través de las personas que están a tu lado, a través de la voz de la conciencia sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y belleza.
Si sabes abrir el corazón y la mente con disponibilidad, descubrirás «tu vocación», es decir, ese proyecto que Dios, en su amor, ha pensado desde siempre para ti.
5. Y podrás construir una familia, fundada sobre el matrimonio como pacto de amor entre un hombre y una mujer que se comprometen en una comunión de vida estable y fiel. Podrás afirmar con tu testimonio personal que, a pesar de todas las dificultades y obstáculos, es posible vivir en plenitud el matrimonio cristiano como experiencia llena de sentido y como «buena noticia» para todas las familias.
Si es tu llamada, podrás ser sacerdote, religioso o religiosa, entregando tu vida a Cristo y a la Iglesia con un corazón sin divisiones y convirtiéndote de este modo en signo de la presencia amorosa de Dios en el mundo de hoy. Podrás ser, al igual que lo han sido otros muchos antes que tú, apóstol intrépido e incansable, vigilante en la oración, alegre y acogedor en el servicio de la comunidad.
Sí, ¡también tú podrías ser uno de éstos! Sé bien que ante a una propuesta así experimentas dudas. Pero te digo: ¡No tengas miedo! ¡Dios no se deja vencer en generosidad! Después de casi sesenta años de sacerdocio, estoy contento de ofrecer aquí, ante todos vosotros, mi testimonio: ¡es bello poder entregarse hasta el final por la causa del Reino de Dios!
6. Tengo, además, una tercera invitación: joven de Suiza, «¡Ponte en camino!». No te contentes con discutir; no esperes ocasiones que quizá no lleguen nunca para hacer el bien. ¡Ha llegado la hora de la acción!
A inicios de este tercer milenio, también vosotros, jóvenes, estáis llamados a proclamar el mensaje del Evangelio con el testimonio de la vida. La Iglesia tiene necesidad de vuestras energías, de vuestro entusiasmo, de vuestros ideales juveniles para hacer que el Evangelio penetre en el tejido de la sociedad y suscite una civilización de justicia auténtica y de amor sin discriminaciones. En estos momentos más que nunca, en un mundo al que con frecuencia le falta luz y la valentía de nobles ideales, no es hora de avergonzarse del Evangelio (Cf. Romanos 1, 16). Ha llegado más bien la hora de salir a predicarlo desde los tejados (Cf. Mateos 10, 27).
El Papa, vuestros obispos, la comunidad cristiana entera cuentan con vuestro compromiso, con vuestra generosidad y os siguen con confianza y esperanza: jóvenes de Suiza, ¡poneos en marcha! El Señor camina con vosotros.
Llevad en la mano la Cruz de Cristo, en los labios, las palabras de la Vida. ¡En el corazón la gracia salvífica del Señor resucitado!
«Steh auf! Lève-toi! Alzati! Sto se!» –Levántate– Es Cristo quien os habla. ¡Escuchadle!
[Traducción del original en francés, alemán e italiano realizada por Zenit]