CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 2 julio 2004 (ZENIT.org).- Su Santidad Bartolomé I, patriarca ecuménico de Constantinopla, no ocultó su satisfacción al dejar este viernes Roma después de mantener varios encuentros con Juan Pablo II.
Su visita de cuatro días, con motivo de la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, ha servido para conmemorar los cuarenta años del histórico abrazo entre Atenágoras I y Pablo VI en Jerusalén, que dio un impulso decisivo al diálogo entre ortodoxos y católicos, y para relanzar el diálogo teológico entre estas Iglesias.
Antes de partir, el patriarca hizo este balance de su visita a los micrófonos de «Radio Vaticano» hablando en un óptimo italiano (estudió en Roma entre 1963 y 1968).
–¿Cómo son sus sentimientos tras los encuentros con Juan Pablo II?
–Su Santidad Bartolomé I: Óptimos. Esta vez me he encontrado con Su Santidad el Papa por tercera vez, después de 1995, cuando realicé mi visita oficial y después de 2002, cuando vine con motivo de la Jornada de oración por la paz en Asís. Puedo decir, sin querer infravalorar mis dos primeras visitas a Roma, que este encuentro ha sido más conmovedor, más humano y más fraterno.
Lo he experimentado sobre todo en el día conclusivo [el jueves], cuando nos encontramos de nuevo con el Papa, y firmamos la declaración común y después almorzamos juntos, tuvimos un ágape juntos.
Pude invitarle a visitarnos a Estambul: para él sería la segunda ocasión, después de 1979, cuando visitó a mi predecesor, el patriarca Dimitrios I.
El Papa se mostró muy contento, según la impresión que me dio, de aceptar esta invitación. Naturalmente debe hablar con sus colaboradores, pero su primera reacción fue positiva. Estaba muy alegre, muy contento, y yo más por la posibilidad de acogerle entre nosotros, en Constantinopla, primera sede de la Ortodoxia, y poder programar juntos nuestros pasos hacia el futuro de nuestras relaciones.
Por lo que se refiere al contenido de nuestro tercer encuentro, puedo decir que ha sido más de naturaleza espiritual que protocolaria. Tengo esta impresión y, como dije en mi homilía en la plaza de San Pedro, en este momento, en esta etapa, la unidad, los esfuerzos hacia la unidad, son un acontecimiento espiritual, un acontecimiento de oración.
Este encuentro entre el Papa y mi humilde persona ha tenido lugar en esta atmósfera, en este espíritu. Por ello, regreso a mi sede muy conmovido y contento y muy optimista por el futuro de nuestras relaciones.
–¿Cómo ve hoy, Santidad, las relaciones entre católicos y ortodoxos, y cuáles son sus auspicios para el futuro?
–Su Santidad Bartolomé I: Las conocidas dificultades se dan todavía, pero por ambas partes se da la buena voluntad para avanzar, para continuar con el diálogo, sin duda. Se da la voluntad de no interrumpir el diálogo. Durante nuestra conversación con el Papa y durante nuestras conversaciones con el Consejo pontificio para la unidad de los cristianos, hemos subrayado de nuevo nuestra decisión de encontrar caminos y medios para reanudar el diálogo teológico, que ha atravesado una crisis, por así decir, después del encuentro de Baltimore. Ahora hemos hablado con el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo para la unidad, y con sus colaboradores, y hemos establecido algunos puntos, algunos métodos para poder salir de las dificultades presentes y continuar con el diálogo.
El diálogo es la única posibilidad que se nos ofrece para poder resolver los problemas que todavía existen entre nosotros. Se da la amistad, la fraternidad, así como la decisión de avanzar y mejorar las relaciones.
Es necesario discutir profundamente sobre el primado del obispo de Roma, la infalibilidad, la posición del obispo de Roma en la estructura de la Iglesia cristiana en su conjunto, pues ahí se encuentran los puntos más difíciles en nuestras relaciones, que siguen impidiendo la plena comunión, la participación en el mismo Cáliz.
–¿Qué significado ha tenido para la comunidad ortodoxa de Roma la inauguración de la iglesia de San Teodoro?
–Su Santidad Bartolomé I: Como dijo Su Santidad el Papa durante el almuerzo común, ha sido un gesto concreto de amistad y de fraternidad entre nuestras Iglesias. Le doy las gracias, naturalmente, a él y a la venerada Iglesia de Roma.
Le dije que gestos de este tipo son una contribución esencial a nuestro diálogo pues demuestran que no nos limitamos a las palabras, sino que procedemos también con actos valientes, simbólicos, llenos de sentido e importancia.
Cuando «inauguramos» –por así decir– oficialmente la iglesia de San Teodoro en el Palatino, las personas, es decir, los ortodoxos –pero también los católicos que participaron en la ceremonia–, estaban entusiastas.
Estaban presentes dos cardenales junto a otros prelados católicos y compartieron nuestra alegría. Di las gracias oficialmente a Su Santidad el Papa y a la Iglesia de Roma. En el futuro, la sagrada archidiócesis greco-ortodoxa aquí en Italia, que tendrá a disposición esta iglesia como símbolo de amistad y fraternidad, será testigo de este lazo espiritual que nos une de manera particular aquí, en la ciudad eterna.
Creo que este gesto de Su Santidad el Papa será muy apreciado más allá del Patriarcado ecuménico y de esta archidiócesis: será apreciado por toda la Ortodoxia y será un ejemplo a imitar en las relaciones ecuménicas, pues manifiesta concretamente la buena voluntad y la fraternidad «in nomine Domini».