Joven de 24 años: «Con la eutanasia no estaría entre vosotros»

Giovanni Bonizio es de la «Comunidad de San Egidio»

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ROMA, viernes, 12 noviembre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la carta de un joven de la «Comunidad de San Egidio», que fue difundida el martes pasado por el diario católico «Avvenire». En la misiva, Giovanni Bonizio, discapacitado de 24 años, interviene en el debate sobre la aprobación de la eutanasia, en particular tras la aprobación de la muerte provocada para niños en Holanda.

* * *

Queridos lectores de «Avvenire»:

Me llamo Giovanni Cicconi Bonizio. Vivo en Roma; tengo 24 años. Hace un tiempo, en varios periódicos italianos se publicaron artículos sobre un pediatra holandés que practica la eutanasia en pequeños pacientes con distintas enfermedades o discapacidades a fin de librarles del destino de una vida imposible y tal que no vale la pena ser vivida. Oigo hablar de un referéndum, de dejar paso a la libre investigación científica: son otros terrenos, pero cercanos al del médico holandés. He llegado a hablar con alguno y me he dado cuenta de que es un tema vivo y que es una postura que se ha abierto camino.

Entre los casos en los que el médico ha practicado la eutanasia está el de un niño nacido con espina bífida (mielomeningocele). Eutanasia por «sentido profesional» y por «amor» según el relato. Preguntaba el médico, de hecho, casi con horror, en un periódico: «¿Pero han visto alguna vez a un niño nacido con espina bífida?». Querría cambiar la pregunta: ¿Habéis visto alguna vez crecer a un niño con espina bífida y convertirse en chaval, en joven, en adulto? ¿Lo habrá visto él alguna vez? Junto a otra: ¿cuándo una vida es tal que merezca la pena ser vivida? Me parece que muchos hablan como si la respuesta fuera obvia, pero precisamente obvia no es.

Evidentemente debo ser un superviviente. No debería existir: nací con espina bífida. Sin embargo tengo una vida rica, intensa, también muchos amigos. He superado los exámenes de secundaria y tengo mi diploma. Desde el pasado junio trabajo en un banco de interés nacional. Mi vida es lo que se diría «una vida llena de intereses». Mi trabajo es bueno, mi familia es la que desearía a muchos. Algunos problemas más en la vida me han creado una sensibilidad abierta a las dificultades de los demás y tal vez por esto es que desde hace años salgo al encuentro de los ancianos: la amistad les ayuda a vivir también a ellos.

Leo, hablo, escribo, sé usar el ordenador como todos los chicos de mi edad. Cuando nací pocos apostaban por mí. Afortunadamente hubo quien me quiso, verdaderamente, y no se asustó. Poco a poco pude erguirme, incluso caminar y hacerlo bien. Me muevo por mí mismo en una ciudad como Roma. Me ha costado más que a los demás, soy más orgulloso que los demás. No calculo mi inteligencia (ni la del médico holandés), pero ciertamente pueblo hablar, expresar lo que pienso, aunque ese médico teorice que aquellos como yo no pueden comunicarse y por eso sería mejor que desaparecieran.

Mi vida no es ni triste ni inútil. Cierto, he sufrido varias intervenciones quirúrgicas que me han ayudado a superar problemas de distinto tipo y me han permitido vivir lo más posible una vida –como se dice– normal. No ha sido siempre fácil; alguna vez también he sufrido, pero en las camas cercanas a la mía había siempre muchos otros chicos con el mismo deseo de sanar, de comunicar, de hacer amigos y sobre todo de vivir.

Existe en cambio ahora una incapacidad de concebir la vida cuando hay dificultades que superar. El médico holandés y los que piensan como él deberían cuestionarse su miedo a la vida. Miedo a una vida que contiene cansancio, conquista, lucha, derrotas, victorias, y que no es sólo un simple crecimiento biológico, tal vez embriagado de las últimas, pero satisfactorias, modas. Una postal de «guapos» y «triunfadores» que se diluye con las primeras dificultades de la vida, donde todos exhiben su gran sonrisa y hacen «fitness» y «beach volley».

Pienso que todos deberíamos preguntarnos un poco más qué es verdaderamente humano y qué no lo es, en lugar de estar sorprendidos por el hecho de que en nuestra sociedad aumenta el número de personas deprimidas, que miles hacen cola para convertirse en azafatas de shows televisivos, que millones sueñan con adivinar «el precio justo» y que no se sabe qué les importa de verdad a los jóvenes.

El problema es que no siempre se hace todo lo que se podría hacer por ayudar a quien tiene un problema, una enfermedad, a vivir mejor. Es sobre esto sobre lo que el médico holandés y quien piensa que la eutanasia es un modo de dar dignidad a la vida debería gastar más energías y conocimientos.

La eutanasia en niños me parece de verdad horrible, porque no se saben defender. Se mata –porque de eso se trata– a los que tienen defectos sin esperar siquiera a que crezcan para ver qué ocurre, sin dar en cambio aquello que es necesario: más ayuda a quien solamente es más débil. La propuesta es ésta: si precisamente queremos eliminar algo, entonces en lugar de abolir la fragilidad es mejor comenzar por el miedo a la fragilidad, que nos hace a todos más deshumanizados (y más indefensos).

Giovanni Bonizio

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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