CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 29 noviembre 2004 (ZENIT.org).- En el próximo mes de diciembre Juan Pablo II orará para «que la Encarnación de Jesucristo sea el modelo de todo auténtico esfuerzo por inculturar el Evangelio».

Así se desprende de la intención misionera del Apostolado de la Oración que todos los meses el Santo Padre asume como propia para ofrecer sus oraciones y sacrificios junto a miles de laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes y obispos del mundo entero.


«La inculturación es la siempre renovada encarnación del misterio de Cristo que, a su vez, es el modelo supremo y la perfecta realización de la auténtica inculturación», explica el cardenal Paul Poupard –presidente del Consejo Pontificio para la Cultura— en un comentario difundido por la agencia «Fides» del dicasterio misionero.

«Todo intento de inculturación realizado por la Iglesia --aclara--, representa la íntima transformación de los auténticos valores culturales para su integración en el Cristianismo, y al mismo tiempo, la inserción del Cristianismo en las diversas culturas humanas».

De lo anterior «el motivo, el modelo, el criterio, el contenido y el objetivo tienen que ser la Palabra de Dios hecha hombre (...). La Buena Nueva es Jesucristo. Él es el punto de partida y de llegada», afirma el purpurado.

«Imitando la encarnación de la Palabra de Dios, la inculturación es y debería ser histórica y trascendente, total e integral --continúa--. Así como "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn1,14) así también la buena nueva, la palabra de Jesucristo proclamada a las naciones, debe poner sus raíces en las condiciones de vida de quienes escuchan la Palabra», porque «la inculturación es precisamente esta inserción del mensaje del Evangelio en las culturas».

No hay que olvidar, según el cardenal Poupard, que «la encarnación del Hijo de Dios (...) fue también una encarnación en una cultura particular»: «Cristo asumió la naturaleza humana y usó el lenguaje humano y el entorno cultural y religioso para revelar la trascendente salvación de Dios y su plan de Amor para la humanidad, elevándola a una dignidad sublime».

«Del mismo modo --prosigue--, la inculturación de Cristo y la evangelización de las culturas no reduce ni la imagen de Cristo ni la plenitud de las culturas, antes bien sanea, eleva y perfecciona las culturas, y las convierte en camino e instrumento de la Palabra de Dios».

Pero es que además «en la encarnación --la primera y más importante inculturación de la fe-- Jesucristo unió en cierto modo a sí mismo con cada hombre, ya que la Palabra de Dios toca la parte más profunda y sensible del corazón humano», así que también «es modelo para un diálogo interpersonal» de forma que «cada uno podrá advertir la presencia de Cristo alrededor y dentro de él»

Así, «cada individuo experimenta la riqueza de la humanidad de Cristo en la realidad concreta de la propia vida y de la propia cultura», y «de una vida de intimidad con Cristo, se convierte en un testigo de la presencia, del compartir y de la solidaridad de Cristo con la propia cultura». Ésta es «la dinámica de la conversión individual y comunitaria», puntualiza el purpurado.

Concluye recordando que «toda evangelización inculturada tiene que reflejar fielmente la actitud de Jesucristo, que se identificó a sí mismo con los pobres (...) y durante su vida terrenal se dio completamente a sí mismo, con especial misericordia, a todos los que tenían una necesidad particular material o espiritual».