Lo más bello y lo más difícil para el embajador saliente de EE. UU. ante la Santa Sede

James Nicholson parte hacia un puesto en la administración Bush

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ROMA, jueves, 3 febrero 2005 (ZENIT.org).- El embajador (saliente) de los Estados Unidos ante la Santa Sede, James Nicholson, designado para un cargo en el gobierno de la administración de George W. Bush, confiesa que deja Roma con muchos recuerdos agradables.

«Lo mejor de los momentos notables –reconoce a Zenit– es haber podido estar presente cuando el presidente Bush entregó la Medalla de la Libertad, el más alto honor estadounidense, al Papa en junio de 2004. El premio reconoce el trabajo incansable del pontífice en la defensa de la causa de los pobres, de los débiles, de los hambrientos y de los excluidos. Ha defendido la dignidad única de cada vida».

Nicholson, que ha desempeñado su cargo de embajador desde agosto de 2001, ha trabajado en contacto estrecho con el Vaticano en éstas y otras muchas cuestiones.

«Durante veinte años los Estados Unidos y la Santa Sede han colaborado en las cuestiones fundamentales de cada época –recuerda–: el final del comunismo, la solución de los conflictos regionales en América Latina y en África, el proceso de paz en Oriente Medio, y actualmente las amenazas del terrorismo, del hambre y de las enfermedades».

En vísperas de su marcha, el diplomático afirmó tener grandes esperanzas en la continuación de sus conferencias humanitarias. «Hay aún mucho trabajo que hacer, y eso incluye alimentar a un mundo hambriento, como afirmó el Papa en su discurso anual a los miembros del cuerpo diplomático este año», explicó.

Añadió: «Los Estados Unidos desearían ver un paso adelante del Vaticano con una declaración positiva y de apoyo al uso de la biotecnología para salvar vidas en los países en vías de desarrollo».

«El tráfico de seres humanos es otra cuestión sobre la que hemos trabajado codo a codo –recalcó en declaraciones a Zenit–. Nos gustaría que el Vaticano incluso se implicara más e influyera en sus redes globales de iglesias y trabajadores religiosos para combatir este flagelo».

«Hemos trabajado y seguiremos trabajando por la libertad religiosa en el mundo –prosiguió–. Podemos trabajar juntos donde existen amenazas acercando a los gobiernos y dando a conocer estas amenazas a los medios de comunicación a fin de difundir informaciones y favorecer la toma de conciencia».

James Nicholson prestó juramento como sexto embajador de los Estados Unidos ante la Santa Sede en agosto de 2001. Su actividad le ha llevado a recibir un doctorado Honoris Causa de la John Cabot University de Roma en mayo de 2002 y la «President’s Medal» de la Georgetown University de Washington DC en enero de 2003.

Durante una ceremonia en el Vaticano en octubre de 2003, fue nombrado Caballero de la Gran Cruz de la Orden de Pío IX, la más elevada distinción papal concedida a un laico que no es jefe de Estado.

Para Nicholson, el momento más difícil durante su permanencia en el cargo fue la crisis de Irak, la cual –afirmó– provocó muchos malentendidos sobre las funciones del Vaticano en materias de alto nivel y de importancia política.

«El gobierno de los Estados Unidos y la opinión pública americana a menudo no entendían los muchos y a veces aparentemente contradictorios mensajes y voces que salían del Vaticano sobre esta cuestión», aclaró. «Me encontré en la difícil tarea de explicar que de hecho había muchas voces que no representaban la perspectiva o la voz del Santo Padre».

«Es ésta, por supuesto, la esencia del trabajo diplomático: una tarea de interpretación y análisis sobre una cuestión de gran sensibilidad e impacto en la gente», admitió.

En cualquier caso, el embajador afirma que el trabajo de los Estados Unidos con la Santa Sede en la lucha por la dignidad humana continuará «por mucho, mucho tiempo».

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ZENIT Staff

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