ROMA, martes, 1 marzo 2005 (ZENIT.org).- El cardenal Joseph Ratzinger, quien este martes habló con Juan Pablo «en alemán e italiano» considera que el sufrimiento de estos días de Juan Pablo II es otra manera de predicar.
Para el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe su mensaje –el dolor vivido con Cristo y con los que sufren–, es decisivo para la Iglesia y para un mundo que trata de cancelar el sufrimiento sin lograrlo.
«El ejemplo de un Papa que sufre es muy importante y lo hemos visto en los últimos años: sufrir es una manea especial de predicar», ha explicado en declaraciones al programa alemán de «Radio Vaticano».
«Por las muchas cartas que me han enviado así como por numerosos testimonios directos, he visto que muchas personas que sufren ahora se sienten finalmente aceptadas», añade el decano del Colegio cardenalicio.
«La Asociación para los enfermos de Parkinson me ha escrito para dar las gracias al Papa, pues ayuda a los enfermos a rehabilitar por así decir su imagen, pues el Santo Padre tiene el valor para aparecer en público como una persona que sufre y que sigue trabajando», subraya.
«A través de su sufrimiento, Juan Pablo II nos ha comunicado muchas cosas: que el sufrimiento es una fase en el camino de la vida y que participa en la Pasión de Jesucristo», reconoce.
De este modo, puede ser «fecundo cuando lo compartimos con el Señor y lo vivimos junto a todos los que sufren en el mundo».
«El sufrimiento asume un gran valor y puede ser algo positivo –insiste el cardenal–. Si tomamos en cuenta la actividad y la vida del Papa vemos que este es un mensaje importante, especialmente en un mundo que tiende a esconder o a cancelar el dolor, que no se puede eliminar».
Según el cardenal Ratzinger, el último libro que acaba de publicar Juan Pablo II, «Memoria e identidad», revela de manera particular cómo entiende el sentido del mal y del dolor.
El Papa considera, en particular tras el atentado del 13 de mayo de 1981, que la joven religiosa polaca Faustina Kowalska (1905-1938), mensajera de la Divina Misericordia, ofreció un avance teológico en la respuesta a los motivos por los que Dios permite el mal.
Dios, explica el purpurado, «no se opone al mal con la violencia; lo limita a través de su compasión, no comete el mal, sino que acoge y acepta a los seres humanos y al mundo en su sufrimiento».