GINEBRA, lunes, 14 marzo 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención pronunciada por monseñor Fortunatus Nwachukwu, consejero de la Misión Permanente de la Santa Sede ante la Oficina de las Naciones Unidas de Ginebra, pronunciada durante la reunión del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) celebrada del 8 al 11 de marzo.
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Señor presidente:
La situación de los refugiados en África sigue siendo una profunda herida para toda la familia humana. Las precarias y trágicas condiciones de estos millones de personas, desarraigadas a la fuerza de sus pueblos y tierra constituyen un llamamiento a concretas e inmediatas decisiones para aliviar sus sufrimientos y proteger sus derechos.
La comunidad internacional no debería seguir retrasando una respuesta que ya debería haber tenido lugar. Este retraso podría implicar la aceptación de un doble parámetro de solidaridad a expensas de las personas más marginadas y sin voz.
Algunos signos positivos se dieron en el último año, cuando una repatriación voluntaria y organizada de refugiados comenzó a normalizar la vida de decenas de miles de ellos. Pero todo el proceso queda oscurecido por la insuficiente financiación y por el empeoramiento de la violencia y de los malos tratos que sufren los desplazados de Darfur (Sudán), donde la situación humanitaria es crítica. Los ataques sistemáticos a las poblaciones civiles, la destrucción de infraestructuras y de aldeas enteras y la eliminación del ganado y de los cultivos han llevado a un vasto desplazamiento de la población. Los ataques son brutales y violentos y la violación de los derechos humanos es algo diario. Son particularmente vulnerables las mujeres, víctimas de violaciones y de otras formas de degradación. Se está creando un desastre ambiental y se requerirán años para poner remedio.
Los diferentes informes de la ONU son claros y elocuentes a la hora de describir muchos de estos hechos como crímenes contra la humanidad o/y como crímenes «que no son menos serios y atroces que el genocidio» [1].
Si una persona tiene suerte, se convierte en refugiado al atravesar la frontera y acaba en un campo de refugiados en Chad, donde puede contar con una cierta protección y una seguridad relativa. Si los individuos y las familias se quedan atrás, terminan uniéndose a una de las poblaciones desplazadas internas más grandes del mundo, con frecuencia en situaciones de riesgo, pues no se puede garantizar la seguridad. Las fuerzas militares de la Unión Africana son pocas y les falta el respaldo logístico necesario por lo que les es difícil hacer sentir su presencia. Las autoridades sudanesas no parecen ser capaces de proteger los derechos de su propia gente.
De este modo, se acaba concluyendo que es difícil garantizar la protección necesaria para las personas que se quedan en Darfur, a pesar de la valiente presencia y ayuda del ACNUR y de otras agencias de la ONU, así como de muchas organizaciones no gubernamentales. De este modo, todavía no se tiene acceso a la población maltratada y desplazada.
Señor presidente:
Ante esta situación tan compleja, se hace urgente una guía decidida de las Naciones Unidas, y una coordinación general por parte de un solo organismo de ayuda externa para garantizar la protección de los desplazados internos, tanto en los campos de refugiados como en otros lugares.
Se trata de una responsabilidad internacional que nos interpela directamente a la familia de naciones. La cuestión en toda su amplitud debería plantearse nuevamente: ¿qué institución será estructuralmente responsable de la protección de los desplazados internos? Como comunidad internacional, deberíamos elaborar un sistema fiable que proteja efectivamente a los que están en su propia nación, pero alejados de sus hogares.
La delegación de la Santa Sede alienta un ulterior desarrollo de un sistema más claro de responsabilidad sobre los desplazados internos, si bien comprende que esta implicación en la seguridad y en cuestiones ligadas a los derechos humanos requerirá más recursos humanos y financieros y, ante todo, la voluntad política para actuar, para intervenir, y para arrebatar las armas de las manos de los agresores. Cuanto más se tarde en reaccionar, más grande será el riesgo de que haya personas a quienes se les quiten sus raíces y que sufran abusos, y de que se minen los acuerdos de paz alcanzados con tantas dificultades.
El camino pasa por paralizar el flujo de armas al conflicto, detener a los individuos culpables de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad, actuar ahora y dar una nueva esperanza a África y a todos los refugiados.
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[1] Informe de la Comisión Internacional de Investigación sobre Darfur dirigido al secretario general de las Naciones Unidas, en aplicación de la resolución del Consejo de Seguridad 1564 del 18 de septiembre de 2004; Ginebra , 25 de enero de 2005
[Traducción del original inglés realizada por Zenit]