CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 4 julio 2005 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI a los dos mil peregrinos de la archidiócesis de Madrid que, acompañados de su arzobispo, el cardenal Antonio María Rouco Varela, peregrinaron a Roma, al concluir el Sínodo diocesano.
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Queridos hermanos y hermanas:
Os doy mi más cordial bienvenida a este encuentro, en primer lugar al señor cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, a sus obispos auxiliares y demás miembros de la asamblea sinodal, acompañados de tantos fieles laicos que han participado en los grupos de oración y reflexión sobre el gran tema y objetivo del Sínodo: «La transmisión de la fe, vivida y realizada en la comunión de la Iglesia».
En la solemnidad de Pentecostés de este Año dedicado a la Eucaristía se ha clausurado el tercer Sínodo Diocesano, que se ha propuesto renovar la fe y la comunión entre los miembros de la Iglesia en Madrid. La comunidad eclesial ha tomado conciencia de ser «familia en la fe», una familia unida por un vínculo profundo y misterioso que congrega a las más diversas realidades y se convierte, por la presencia de Dios en ella, en signo de unidad para toda la sociedad. Es una comunidad católica, y católica quiere decir precisamente que es una asamblea abierta, depositaria de un mensaje con vocación universal, destinado a todo ser humano. Es una comunidad que armoniza y hace concordes a personas de distintas proveniencias y formas de vida. Y esta comunidad católica peregrina hoy a Roma como signo de comunión con el sucesor de Pedro y, por tanto, con la Iglesia universal.
Como en un nuevo Pentecostés, el Espíritu Santo ha infundido en los corazones un nuevo ardor misionero, una intensa solicitud por quienes hoy viven en vuestra comunidad diocesana; personas con nombres y apellidos, con sus inquietudes y esperanzas, sus sufrimientos y dificultades. A partir de la experiencia sinodal, habéis sido enviados para «dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista» (Lc 4, 18). En una sociedad sedienta de auténticos valores humanos y que sufre tantas divisiones y fracturas, la comunidad de los creyentes ha de ser portadora de la luz del Evangelio, con la certeza de que la caridad es ante todo comunicación de la verdad.
Con este fin, la Iglesia en Madrid quiere estar presente en todos los campos de la vida cotidiana, y también a través de los medios de comunicación social. Es un aspecto importante porque el Espíritu nos impulsa a hacer llegar a cada hombre y cada mujer el Amor que Dios Padre mostró en Jesucristo. Este amor es solícito, generoso, incondicional, y se ofrece no sólo a los que escuchan al mensajero, sino también a los que lo ignoran o rechazan. Cada uno de los fieles tiene que sentirse llamado para ir, como enviado de Cristo, en busca de quienes se han alejado de la comunidad, como aquellos discípulos de Emaús que habían cedido al desencanto (cf. Lc 24,13-35). Hay que ir hasta los confines de la sociedad para llevar a todos la luz del mensaje de Cristo sobre el sentido de la vida, de la familia y de la sociedad, llegando a las personas que viven en el desierto del abandono y de la pobreza, y amándoles con el Amor de Cristo Resucitado. En todo apostolado, y en el anuncio del Evangelio, como dice San Pablo, «si no tengo amor, nada soy» (1 Cor 13,2).
Queridos hermanos y hermanas, siguiendo las pautas del Sínodo, procurad alimentaros espiritualmente con la oración y con una intensa vida sacramental; profundizad en el conocimiento personal de Cristo y caminad con todas vuestras fuerzas hacia la santidad, el «alto grado de vida cristiana», como decía el querido Juan Pablo II.
Que María santísima obtenga como don para todos los miembros de la archidiócesis de Madrid la fidelidad total a Cristo y a su Iglesia, y que ella os guíe siempre en vuestro camino postsinodal. Por mi parte, os acompaño en la oración, a la vez que con afecto os imparto la Bendición Apostólica, que hago extensiva a toda la comunidad diocesana.
[Texto original en español]