CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 6 julio 2005 (ZENIT.org).- En medio del calor de un fuerte sol y de más de 20.000 peregrinos, Benedicto XVI dejó espacio este miércoles a las confidencias espirituales en la plaza de San Pedro confesando su emoción al constatar el amor que Dios tiene por cada persona desde la eternidad.
En su semanal audiencia en la plaza de San Pedro, la última antes de salir de vacaciones veraniegas el próximo lunes, el pontífice reflexionó en el cántico que aparece en el primer capítulo de la carta de san Pablo a los Efesios (3-10), «El Dios salvador».
El obispo de Roma recordó, de la mano del cántico, que Dios «nos escoge desde la eternidad para que seamos santos e irreprochables en el amor» y «nos predestina a ser sus hijos».
Por eso, afirmó, se puede decir que, «antes de crear el mundo, en la eternidad de Dios, la gracia divina está dispuesta a entrar en acción».
«Me conmuevo meditando esta verdad: desde la eternidad estamos ante los ojos de Dios y Él ha decidido salvarnos», dijo el Santo Padre improvisando.
«Esta llamada tiene como contenido nuestra «santidad», una gran palabra –añadió sin leer los papeles–. Santidad es participación en la pureza del Ser divino. Y sabemos que Dios es caridad».
«Por tanto –aclaró–, participar en la pureza divina quiere decir participar en la «caridad» de Dios, confórmanos con Dios que es «caridad»».
Y, tras recordar como el apóstol Juan que «Dios es amor», reconoció que «ésta es la verdad consolante que nos permite también comprender que «santidad» no es una realidad alejada de nuestra vida, sino que, en la medida en que podemos convertirnos en personas que aman con Dios, entramos en el misterio de la «santidad»».
Por este motivo, añadió, el creyente puede invocar a Dios como «abbá», «podemos llamarle «padre querido», con un sentido de auténtica familiaridad con Dios, con una relación de espontaneidad y de amor».
«Estamos, por tanto –concluyó–, en presencia de un don inmenso, hecho posible por «pura iniciativa divina y de la «gracia», luminosa expresión del amor que salva».