NUEVA DELHI, jueves, 7 julio 2005 (ZENIT.org).- Del estado de alerta en que está la India se hizo eco el miércoles la Conferencia de los obispos católicos del país, en cuyo extenso territorio se ha reforzado la seguridad tras el atentado que la víspera sufrió el templo provisional hindú de la ciudad de Ayodhya, en el Estado septentrional de Uttar Pradesh.
El martes, tras dos horas de tiroteo, la policía india dio muerte a seis hombres armados que intentaron asaltar este templo dedicado al dios hindú Ram. El emplazamiento es fuertemente disputado por hindúes y musulmanes y ha dado origen a gravísimos choques interreligiosos en el pasado.
En Ayodhya fundamentalistas hindúes destruyeron el 6 de diciembre de 1992 la mezquita de Babri Masjid, del siglo XVI, porque según decían se levantaba sobre un santuario de su divinidad Ram, y construyeron un templo provisional. Se desató una masacre que se cobró más de tres mil vidas en todo el país.
En 2002 un millar de musulmanes fueran asesinados en el Estado de Gujarat en enfrentamientos interreligiosos con los extremistas hindúes; entonces, las autoridades civiles del BJP –«Bharatiya Janata Party» (BJP), partido nacionalista que respalda una visión fundamentalista del hinduismo y es el mayor en la oposición en el país— fueron acusadas de no haber hecho lo suficiente para frenar esta matanza.
Esta violencia en Gujarat se produjo a raíz de la terrible tragedia que tuvo lugar en Godhra, cuando 59 hindúes que volvían de Ayodhya a bordo de un tren fueron quemados vivos. Este atentado fue atribuido a activistas musulmanes.
Tras los sucesos del martes, el primer ministro indio –del Partido del Congreso-, Manmohan Singh, ha llamado a la calma y ha pedido a todos los líderes políticos que ayuden a mantener la paz pública y la armonía común.
Constatando que todo el país está impactado por el ataque terrorista, añadió: «Nunca transigiremos con el terrorismo», y afirmó que la agresión se orientaba a desestabilizar la sociedad y la política del país.
«El gobierno ve el incidente como grave y todos los Estados han sido alertados para adoptar las precauciones adecuadas para proteger monumentos, instalaciones de seguridad y sitios religiosos», añadió en una declaración.
Al día siguiente del ataque el BJP convocaba por su parte huelgas y manifestaciones en todo el país –las violentas protestas se están dejando sentir- y apremiaba al gobierno a implantar una ley que permita a los grupos hindúes iniciar la construcción del templo a Ram.
Con todo, aún no ha sido reivindicado el ataque del martes a Ayodhya, lugar sagrado para hindúes y musulmanes, y fuente constante de choques religiosos desde hace siglos.
La Iglesia católica local ha condenado el ataque y ha recordado la tradición de armonía y respeto entre las comunidades religiosas del país.
El obispo de Vasai –al norte de Bombay-, monseñor Thomas Dabre, reconoció a «AsiaNews.it» su «profunda tristeza» por el atentado. «Toda acción contra lugares religiosos debe ser condenada, ya sean éstos mezquitas, templos o iglesias», recalca.
Según el prelado, el episodio del martes entra en un «círculo vicioso de venganzas perpetradas por fanáticos».
«Violencia llama violencia -alerta-. Debemos actuar de forma que paz y armonía se conviertan en nuestro objetivo común».
Al respecto el obispo católico recuerda la tradición de «pacífica y respetuosa convivencia entre las religiones en la India» y confirma su experiencia en un reciente encuentro interreligioso en Nueva Delhi: «Estaban presentes representantes de la comunidad sij, parsis, hindúes y musulmanes: entre todos era visible un gran respeto y admiración recíproca».