A 19 fallecidos –tres enfermeras, el resto pacientes-, que no pudieron abandonar a tiempo el hospital, se eleva ya el balance del siniestro. Más de medio millar de pacientes estaban ingresados en el centro cuando comenzó el fuego.
«Costa Rica está de luto», reconocía el título de la declaración, firmada por monseñor José Francisco Ulloa Rojas –presidente de la Conferencia Episcopal de Costa Rica–.
En nombre de los obispos y de la Iglesia en el país, el prelado manifestó su solidaridad «tanto con los pacientes que han padecido tan dura experiencia, como con el cuerpo médico-administrativo del Hospital».
«Profundamente apenado al conocer esta dolorosa noticia, que ha llenado de luto a muchas familias de nuestro país, quiero ofrecer mi oración por el eterno descanso de los fallecidos y elevar mi súplica para que el Señor conceda alivio y serenidad a quienes lloran la pérdida de sus seres queridos», escribe el presidente de los obispos de Costa Rica.
«En estos momentos de dolor, nos llena de esperanza la entrega y el sacrificio de tantos buenos samaritanos que, poniendo en práctica la Caridad Cristiana, han dado muestras de heroísmo al auxiliar y hasta salvar la vida de sus hermanos», reconoce.
«En esta dura prueba nos corresponde unirnos como nación –exhorta el prelado–, dejando de lado las distancias para expresar nuestra solicitud y cercanía a todos los afectados».
El hospital del Estado, construido en 1943, no contaba con todas las medidas de seguridad para afrontar una emergencia de este tipo. En la nación se decretaron tres días de duelo. Tras el siniestro, las labores de reconstrucción en el hospital podrían ascender a unos 20 millones de dólares.