GLENEAGLES, 16 de julio de 2005 (ZENIT.org).- En la preparación al encuentro del Grupo de los Ocho en Escocia se ha vertido mucha tinta sobre cuál es la mejor manera de ayudar a las naciones en desarrollo, especialmente en África, a superar la pobreza. Escribiendo en el periódico Guardian el 8 de junio, el hombre de negocios africano Andrew Rugasira decía que busca lo que todos los empresarios desean: «mercados e igualdad de oportunidades para explotarlos».
Lo que África necesita, explicaba, es creación de riqueza, y la mejor forma de hacerlo es en el sector privado. Pero las barreras comerciales en los países más ricos hacen imposible a los países africanos exportar sus mercancías.
Rugasira sostenía que si las exportaciones del continente pudieran crecer sólo un 1%, esto generaría unos ingresos de más de 40.000 millones de libras (70.000 millones de dólares) al año, un estímulo mayor del que podría esperarse de la promesas de más ayudas, con frecuencia rotas.
En una línea similar, el Guardian del 24 de junio publicaba un comentario de Matthew Lockwood, antiguo cooperante y autor de un nuevo libro sobre África. Defendía que lo que necesita África es imitar el ejemplo de las economías de los tigres asiáticos.
Observaba que en 1981 hubo un llamamiento a doblar las ayudas, y que en los años siguientes subió un 130%. En aquellos años, sin embargo, los ingresos cayeron. En algunos casos, la ayuda trajo desarrollo económico, afirmaba Lockwood. Pero la ayuda sola no es suficiente. Lockwood duda de que confiar en las exportaciones agrícolas genere suficientes ingresos, incluso si se reducen las barreras comerciales.
Lo que necesita hacer África, sostenía, es diversificar sus economías y desarrollar nuevas industrias. Asimismo, es esencial reducir la corrupción y mejorar el funcionamiento de la burocracia gubernamental, haciendo que la ayuda se condicione a estas reformas.
Seguridad y salud
Nancy Soderberg, directora del programa para África del International Crisis Group, ponía de relieve la importancia de mejorar la seguridad. Escribiendo en el Financial Times el 24 de junio, explicaba que la ayuda de emergencia no puede ser entregada si un país está en el caos, o si la población civil vive en constante miedo.
El Congo, por ejemplo, ha recibido sólo de 10 a 20 millones de dólares para establecer y entrenar un ejército nacional. Con el país todavía acosado por los conflictos, es imposible entregar ayuda a la población.
En un artículo publicado en el diario español El País el 2 de julio, Michel Camdessus y Gro Harlem Brundtland ponían énfasis en los temas sanitarios. Los dos, antiguos directores ejecutivos del Fondo Monetario Internacional y de la Organización Mundial de la Salud, respectivamente, apuntaban que cada año millones de africanos mueren de enfermedades que difícilmente matarían a alguien en los países ricos.
Estas muertes, y la pérdida de productividad debida a las personas afectadas por problemas recurrentes, como la malaria, disminuyen gravemente la producción económica. Se han hecho algunos progresos, observaban, con los programas de vacunación, pero queda mucho por hacer.
Reformas
Moeletsi Mbeki, hermano del presidente sudafricano Thabo Mbeki, se mostraba escéptico sobre lo que puede lograrse a través del aumento de la ayuda, si ésta no viene acompañada de reformas políticas. En un artículo publicado en el periódico Scotland el 3 de julio, observaba que, después de uno 400.000 millones de dólares en ayudas durante los últimos 30 años, muchos africanos son más pobres que antes. «¿Doblar las ayudas y canalizarlas por los mismos gobiernos cambiará algo?», preguntaba.
El Plan Marshal para reconstruir Europa tras la Segunda Guerra Mundial se llevó a cabo por el principio de consolidar las instituciones democráticas y los mercados libres, observaba. Pero en África, «Desde la independencia, las élites políticas han suprimido o evitado el desarrollo de instituciones civiles que consoliden la sociedad y proporcionen un equilibrio ante el poder de los gobernantes».
En estas circunstancias, afirmaba Mbeki, «cuanto más consoliden su poder las élites políticas africanas, y más ayuda consigan, más pobres serán los africanos y más se contraerán o, en el mejor de los casos se estancarán, las economías africanas».
Y en cuanto a la economía, Mbeki hacía una lista de factores que paralizan el desarrollo de los países africanos: los obstáculos burocráticos hacen imposible, sin soborno, conseguir una licencia para establecer un negocio; pocos países tienen alguna forma de derechos privados sobre la tierra; la mayoría de los africanos no tienen acceso a instituciones financieras abiertas y estables que les puedan proporcionar préstamos; y hay demasiadas barreras internas al comercio.
«Debería ponerse el acento en África en consolidar las economías nacionales y la práctica democrática liberalizando el sector privado», concluía. Y por su parte, Occidente necesita quitar barreras a las exportaciones africanas.
En un comentario publicado el 5 de julio en el Financial Times, Jagdish Bhagwati, profesor de economía y derecho en la Universidad de Columbia, e Ibrahim Gambari, subsecretario general de las Naciones Unidas y consejero especial para África, subrayaban cinco medidas políticas clave que África necesita. Éstas son:
— Se debe extender la condonación de la deuda a las naciones muy pobres.
— Las nuevas ayudas deben usarse de modo productivo. Las ayudas adicionales deberían ir a países con buenos gobiernos y darse sólo a proyectos y programas cuidadosamente planeados.
— La ayuda a África debe gastarse en programas que sean verdaderamente beneficiosos, como la carencia de trabajadores cualificados y la mejora de la sanidad.
— Las naciones africanas necesitan reducir sus propias barreras comerciales mientras buscan que se retiren los subsidios y las tarifas de los países ricos.
— Son necesarios programas que hagan del sector privado la espina dorsal del desarrollo. Esto incluye establecer instituciones de micro-crédito que permitan al pobre pedir préstamos sin actos colaterales, y establecer claros derechos de propiedad.
Promover el crecimiento
Keith Marsden, antiguo economista del Banco Mundial y de las Naciones Unidas, en un artículo en el Wall Street Journal del 30 de junio, defendía que se favorecieran los préstamos al sector privado. En un estudio realizado por él mientras estaba en el Banco Mundial encontró que el crecimiento de ingresos per cápita estaba fuertemente relacionado con el crecimiento del crédito doméstico al sector privado. En cambio, prestar dinero a los gobiernos no logra elevar los estándares de vida significativamente.
Los proyectos del sector público, comentaba, suelen aprobarse por personas sin un interés personal en su éxito a largo plazo. Sus estudios de casos de países africanos muestran que las economías donde el sector privado tiene un mayor acceso a los créditos crecen más rápidamente, llevando a salarios más altos.
Antes del encuentro del G-8, el Fondo Monetario Internacional advertía de la necesidad de moderación en las afirmaciones sobre los beneficios de aumentar las ayudas. Según un reportaje del 30 de junio en el Financial Times, el FMI hizo públicos dos documentos de investigación que sugieren que los flujos de ayuda a los países pobres no han conducido a tasas de crecimiento más altas. Esta conclusión, sin embargo, está en conflicto con un estudio del Banco Mundial, publicado hace cinco años, que encontró que las ayudas dispararon el crecimiento en países con buen ambiente político.
«El mensaje básico es que es bueno que la gente hable sobre aumentar las ayudas pero tenemos que encontrar la forma de hacerlas más efectivas», decía Raghuram Rajan, director económico d
el FMI y co-autor de los informes.
Un comentario publicado el 6 de julio en el Financial Times también subrayaba la importancia de no esperar milagros al aumentar las ayudas. Sirviéndose de su experiencia de 10 años en el Banco Mundial, Martín Wolf observaba que es importante no simplificar excesivamente. No hay una fórmula mágica, decía, y no deberíamos pensar que una sola medida, como la condonación de la deuda, las ayudas, o la confianza en el mercado solucionarán todo.
Más bien, concluía, lo que se necesita es un paquete de medidas que implique reformas sobre cómo se gobiernan los países y se gestionan sus economías; aumento de las ayudas; mejoras en la agricultura y la sanidad; y estimular el sector privado. Un signo positivo del intenso debate sobre temas de desarrollo es que, al menos hasta el momento, el destino de los países más pobres está atrayendo el interés tanto de los líderes mundiales como de la opinión pública.