BONN, domingo, 24 julio 2005 (ZENIT.org).- Una exposición en Alemania vuelve a proponer el testimonio y amistad de los jóvenes estudiantes ortodoxos, protestantes y católicos de Munich, integrantes de la «Rosa Blanca», que pagaron con su vida la defensa de la libertad ante el nazismo.
La labor de más de un año -recogiendo escritos, fotos y testimonios directos de parientes y amigos de los miembros de la «Rosa Blanca»- de un grupo de profesionales y universitarios alemanes de «Comunión y Liberación» (CL) (www.clonline.org) han hecho posible esta muestra.
«Rosa Blanca. Rostros de una amistad» ya ha pasado por varios colegios alemanes, la universidad de Friburgo, la de Munich, llegará a Berlín, a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Colonia, a Viena y al próximo «Meeting» de Rímini (Italia) (www.meetingrimini.org).
El 22 de febrero de 1943, ante la Corte del pueblo de Munich, tras un proceso relámpago, el juez Freisler pronunció una sentencia contra los hermanos Hans y Sophie Scholl junto a su amigo Christoph Probst: estudiantes universitarios de 24, 21 y 23 años respectivamente.
Fueron acusados de propaganda antinazista y condenados a muerte. En los días sucesivos fueron asesinados o encarcelados otros estudiantes bajo la misma acusación.
«Fue el despiadado epílogo de la Rosa Blanca –explica CL–, un grupo de jóvenes que había osado desafiar a Hitler: en nueve meses habían escrito y distribuido seis octavillas contra el régimen» -exhortando al pueblo a que abrieran los ojos- en varias ciudades del sur de Alemania, empujados por la tiranía de aquél y por la experiencia directa de la guerra en el frente oriental.
La «Rosa Blanca» nació por iniciativa de seis amigos de Munich: cinco estudiantes -Alexander Schmorell, Hans y Sophie Scholl, Willi Graf y Christoph Probst- y un profesor universitario, Kurt Huber.
Hace tiempo que monseñor Helmut Moll –de la archidiócesis de Colonia–, consultor teológico en la Congregación para las Causas de los Santos, dijo: «Si tuviera que proponer para la JMJ de Colonia del 2005 un modelo de santidad, elegiría a los jóvenes de la “Rosa Blanca”, estudiantes ortodoxos, protestantes y católicos de Munich que en 1942 lucharon para defender ante el nazismo la dignidad del hombre y de la religión» (Cf. Zenit, 12 diciembre 2003).
Dichos jóvenes -«ricos en fe, con una profunda visión ecuménica»- «habían entendido que [el nazismo] representaba una gran amenaza y en seis octavillas lo denunciaban claramente tomando posiciones contra las deportaciones de los judíos», explicó monseñor Moll, vicepostulador de la causa de canonización de Edith Stein y de Nicolas Gross, ambos ya elevados a los altares.
«Las octavillas –recordó– que difundían en las universidades y en las ciudades alemanas iban firmadas con una “rosa blanca”. Cuando les descubrieron, todos fueron asesinados».
De la historia de la «Rosa Blanca», que «antes aún que un episodio de heroica resistencia, fue una fascinante aventura humana», se encarga la exposición actual.
«Rosa Blanca» -explican los organizadores- «es sobre todo el nombre de una profunda y diaria amistad: las clases en la universidad, los conciertos de música clásica, las veladas leyendo textos de literatura, también aquellos prohibidos por el régimen»; «la historia de estos jóvenes universitarios es una experiencia de amor al hombre, a la verdad, a la belleza que brilla en la oscuridad difundida por la mentira».
«En mi sencilla alegría ante todo lo que es bello se ha introducido con fuerza algo grande y desconocido, esto es, el presentimiento del Creador, que las inocentes criaturas con su belleza alaban –escribía en una carta Sophie Scholl-. (…) En estos días se podría pensar a menudo que el hombre sea capaz de sobrepasar este canto con estruendo de cañones, maldiciones y blasfemias. Sin embargo la pasada primavera algo se ha hecho claro para mí: él no puede hacerlo y yo quiero intentar ponerme de la parte de los vencedores».
Esta es la opción –apunta CL- que empujó a los seis miembros de la «Rosa Blanca» a una resistencia humana aún antes que política, una pasión incondicional por la verdad, la libertad, por «todo lo bello»; dando incluso a esta belleza el nombre de Cristo.
Christoph Probst se bautizó la víspera de su ejecución. En una carta a su madre, escrita el mismo día de ser asesinado, justo después de la sentencia, decía: «Te doy gracias por haberme dado la vida. Si la miro por lo que es, ha sido una única vía hacia Dios».
Willi Graf, tras seis meses de cárcel y teniendo ante sí una sentencia irrevocable, escribió a su familia: «¿No deberíamos tal vez casi ser felices de llevar en este mudo una cruz que a veces parece superar cualquier medida humana? Esta es en cierto sentido literalmente secuela de Cristo. No queremos limitarnos a soportar esta cruz: queremos amarla y buscar vivir cada vez más confiados en el juicio divino. Sólo de esta forma se realiza el significado de este tormento».