MADRID, 6 de noviembre de 2005 (ZENIT.org).- El pasado 28 de octubre, en la sede de la Conferencia Episcopal Espaola (CEE), tuvo lugar el acto conmemorativo de los cuarenta años de la declaración conciliar «Nostra Aetate». El acto fue organizado por la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales de la CEE y la Federación de Comunidades Judías de España para celebrar el aniversario que se cumplió el mismo 28 de octubre.
Se quiso recordar así que, con este documento conciliar, comenzó una nueva etapa de diálogo oficial por parte de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas, y de manera especial con el Judaísmo.
En la celebración se dió lectura al número 4 de la Declaración, dedicado al Judaísmo, se rezó la oración «Sema Israel» y se recitaron algunos salmos en común.
Intervinieron, por parte judía, el presidente de la Federación de Comunidades Judías de España, D. Jacobo Israel Garzón y, por parte católica, el presidente de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales, monseñor Adolfo González Montes.
Junto a Jacobo Israel Garzón y monseñor González Montes, presidieron el secretario de la Federación de Comunidades Judías de España, Jacques Laredo; el embajador de Israel, Víctor Harel; el nuncio apostólico en España, monseñor Manuel Monteiro de Castro, y el secretario general de la CEE, Juan Antonio Martínez Camino.
«Al conmemorar hoy juntos, representantes de las Comunidades israelitas de España y de la Conferencia Episcopal Española, el XL Aniversario de la Declaración «Nostra aetate» sobre las religiones no cristianas, del II Concilio del Vaticano damos gracias a «Dios clemente y
misericordioso, rico en piedad y leal» (Sal 86/85,15), que nos ha concedido conocerle e
invocarle como herederos que somos de una historia de revelación redentora que nos une y que nos coloca ante las naciones como testigos del amor y de la fidelidad de Dios», dijo monseñor González Montes, obispo de Almería.
«La Iglesia ha lamentado los malentendidos del pasado y el sufrimiento injustamente inflingido al pueblo judío; y así, «impulsada por razones no políticas, sino por religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de que han sido objeto los judíos de cualquier tiempo y por parte de cualquier persona», recordó monseñor González Montes.
Trajo a la memoria las palabras de Juan Pablo II, «que tanto hizo en favor del acercamiento de cristianos y judíos»: quien pidió gestos que contribuyan «verdaderamente a cerrar las heridas de la incomprensión e injusticias del pasado».
En particular el anterior Papa apoyó el documento «Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoá» (16 de marzo de 1998) de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo en el que se condena cualquier forma de antisemitismo, se hace memoria de las injusticias padecidas por la comunidad judía a lo largo de los siglos, a las cuales se refería recientemente el Papa Benedicto XVI en su viaje a Colonia y la visita a la sinagoga de la comunidad judía.
«A estas injusticias –recordó el obispo de Almería–, se suma el dolor que los judíos
sefardíes han cargado sobre sí como parte de nuestra historia común, al tener que abandonar la siempre amada tierra de Sefarad».
Pero el presidente de la Comisión Episcopal para las Relaciones Interconfesionales señaló que el documento invita a mirar a un futuro de mutua comprensión al que contribuirán importantes decisiones de la Iglesia Católica.
«Nuestra confianza, pues, en el futuro común se basa en nuestra común herencia religiosa. Para los cristianos no se trata, pues, de una confianza a pesar de las diferencias que introdujo en ella la fe en Jesús como el Mesías prometido en las profecías y acreditado por Dios en su resurrección de entre los muertos. Muy por el contrario, esta fe en Jesús es la que da razón de ser a esta confianza en que nuestro futuro no puede ser otro que el mismo futuro de Israel, porque es confianza en la fidelidad de Dios, que nunca deja de cumplir sus promesas y que un día descubrirá plenamente a las naciones el misterio de esta nuestra esperanza».
Monseñor González Montes mencionó el alcance del significativo documento «Orientaciones sobre una correcta presentación de los judíos y del judaísmo en la predicación y en la catequesis de la Iglesia Católica» de 1985. Es un documento que responde, dijo, «al propósito de demoler de modo definitivo el muro de los prejuicios que separa a muchos cristianos de la comunidad judía. La Iglesia pretende que mediante la instrucción religiosa los cristianos lleguen a un aprecio real y afectivo de la herencia israelita, parte sustancial de la fe cristiana, gracias a un mejor y justo conocimiento del pueblo de la elección divina y protagonista de la historia de la salvación».
Mencionó también la reciente Declaración conjunta sobre «La importancia de las enseñanzas fundamentales contenidas en nuestras Sagradas Escrituras comunes para la sociedad contemporánea y la educación de las futuras generaciones» (3 de diciembre de 2003), elaborada por la Delegación del Gran Rabinato de Israel para las relaciones con la Iglesia Católica y la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con el Judaísmo.
«En esta declaración –dijo el responsable de relaciones interconfesionales de la CEE–, se pone de manifiesto nuestra común visión de la aportación de la Biblia a la conciencia religiosa de la humanidad como fundamento de la educación moral de las futuras generaciones».
«En este sentido –añadió–, la pérdida de la religión en la educación o su obstaculización injustificada por las pretensiones de la Administración pública representa una limitación sustancial del desarrollo integral de la persona y el ocultamiento de su fin trascendente, que se volverá contra la misma sociedad que excluye la religión de su horizonte recluyéndola en la conciencia y asimilándola a la mera libertad de creencias».
Por su parte, el presidente de la Federación de Comunidades Judías de España, Jacobo Israel Garzón, recordó que la Declaración «recuerda a los hombres que todos, sin distinción de raza, color, condición o religión, somos hijos de Dios» y «exhorta a que se promueva la justicia social, la paz y la libertad para los hombres, reprueba cualquier discriminación o vejación, y recomienda fomentar el mutuo conocimiento y aprecio entre judíos y cristianos».
Recordó también que este documento vio la luz «veinte años después de la Shoá. Veinte años después del desplome moral de una Europa que se suponía cristiana».
Explicó que «tuvo una acogida importante en España. Fue un aldabonazo en las conciencias de tantos españoles que creían que el suyo era un mundo justo aunque excluyera a otros muchos»
Pero en su opinión pronto fue olvidada. «Los españoles teníamos multitud de problemas, políticos y económicos. Apenas si se hizo algo para que el conjunto de los españoles de a pie comprendiera el documento… Hoy yo me pregunto: ¿Cómo surge ésta declaración? ¿Por qué después de varios milenios de historia de la Humanidad, y dos milenios después de la separación de Judaísmo y Cristianismo se hizo necesario recordar esto a los hombres? Y me pregunto, también, ¿por qué esta declaración sigue siendo hoy vigente y necesaria? ¿Por qué los hombres siguen siendo discriminados, perseguidos, asesinados? ¿Por qué los judíos siguen siendo despreciados, y en el mejor de los casos considerados hombres a temer? ¿Qué pasa con algunos hombres, que no pueden tolerar las diferencias?».
Y respondió asegurando que «es la ignorancia la que ciega a ciertos hombres: no los deja ver al otro y verse en el otro: Es la ignorancia la que no deja ver que ese otro es, también, un portador de sueños, ilusiones, dificu
ltades, grandezas y pobrezas. La única cura para tal ceguera es el conocimiento. Por eso acercarse, conocerse, apreciarse por las similitudes y respetarse por las diferencias se hace necesario».
Entonces, concluyó, «haremos realidad uno de los preceptos más bellos que la Torá nos ha legado: «Vehaabta lereajá camota», «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y seguir el consejo moral del rabino Hilel: «No hagas a otro lo que no deseas para ti mismo»».