CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 21 noviembre 2005 (ZENIT.org).- Ante los nuevos interrogantes éticos y espirituales que plantean las ciencias de la vida, las personas más atentas ya no encuentran respuestas satisfactorias en el secularismo, constata Benedicto XVI.

Así lo explicó este sábado en el discurso que dirigió a los participantes en la vigésima Conferencia Internacional promovida en el Vaticano del 17 al 19 de noviembre por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud sobre el tema: «El genoma humano».

En el discurso que dirigió a los científicos, médicos, filósofos y teólogos de todos los continentes, el Papa reconoció que las nuevas aportaciones de la ciencia médica ofrecen hoy a la Iglesia «una ulterior posibilidad de desarrollar una preciosa obra de iluminación de las conciencias».

«El mundo actual está marcado por el proceso de secularización que, a través de complejas vicisitudes culturales y sociales, no sólo ha reivindicado una justa autonomía de la ciencia y de la organización social, sino que con frecuencia ha cancelado el vínculo de las realidades temporales con su Creador», subrayó.

De este modo, se ha llegado «incluso a descuidar la salvaguardia de la dignidad trascendente del ser humano y el respeto de su misma vida», constató el obispo de Roma.

«Hoy, sin embargo, la secularización, en la forma del secularismo radical, no satisface a los espíritus más conscientes y atentos», advirtió.

Esto significa, siguió indicando, que «se abren espacios posibles y quizás nuevos para un diálogo fecundo con la sociedad y no sólo con los fieles, especialmente sobre temas importantes, como los que afectan a la vida».

«Esto es posible porque en las poblaciones de larga tradición cristiana permanecen todavía semillas de humanismo que no han sido tocadas por las disputas de la filosofía nihilista, semillas que tienden a reforzarse en la medida en que los desafíos se hacen más graves», reconoció.

De hecho, el creyente sabe que «el Evangelio está en sintonía intrínseca con los valores inscritos en la naturaleza humana», aclaró.

«La imagen de Dios está tan profundamente impresa en el espíritu del hombre que con gran dificultad la voz de la conciencia puede ser totalmente acallada».

De este modo, se explica el fenómeno de personas que «ya no se reconocen como miembros de la Iglesia o que han perdido incluso la luz de la fe», constató el sucesor de Pedro, pero que «siguen prestando atención a los valores humanos y a las contribuciones positivas que el Evangelio puede ofrecer al bien personal y social».

«Los hombres de nuestro tiempo, sensibilizados por las terribles vicisitudes que han cubierto de luto el siglo XX y el mismo inicio de éste, son capaces de comprender que la dignidad del hombre no se identifica con los genes de su ADN y que no disminuye con la eventual presencia de diversidades físicas o de defectos genéticos», reconoció.

«El análisis sereno de los datos científicos», por otra parte, continuó aclarando, lleva a reconocer la dignidad de la persona humana, imagen de Dios, «en toda fase de la vida humana, comenzando por el primer momento de la fecundación».

«La Iglesia anuncia y propone estas verdades no sólo con la autoridad del Evangelio, sino también con la fuerza que deriva de la razón --aseguró--, y precisamente por este motivo siente el deber de interpelar a cada hombre de buena voluntad con la certeza de que la acogida de estas verdades necesariamente beneficiará a los individuos y a la sociedad».

«Es necesario defenderse de los riesgos de una ciencia y de una tecnología que se consideren completamente autónomas de las normas morales inscritas en la naturaleza del ser humano», concluyó.