GUADALAJARA, lunes, 14 de noviembre de 2005 (ZENIT.org-El Observador).- El próximo domingo 20 de noviembre serán beatificados en Guadalajara, según las nuevas disposiciones de Benedicto XVI, trece mártires mexicanos asesinados durante la persecución religiosa de los años veinte que provocó la «Guerra Cristera» (1926-1929).

En el grupo, destaca la silueta de quien en vida fuera la figura más conocida de entre ellos: Anacleto González Flores, líder laico muy activo entre 1915 y 1927, año de su martirio a manos del ejército federal, entonces perseguidor acérrimo de los católicos de México, al mando del presidente de la República, Plutarco Elías Calles.

Organizó la Unión Popular, movimiento obrero, femenino, campesino y popular que buscaba fomentar la catequesis y oponerse, activamente, primero al gobierno local y, más tarde, al federal en contra de las medidas de supresión de libertades religiosas.

Por su apuesta a favor del pacifismo y la no violencia, en tiempos en que México enfrentaba un conflicto armado, Anacleto era conocido como el «Gandhi mexicano».

Casado y padre de dos hijos, el «maestro» Cleto --como era conocido-- había nacido en Tepatitlán, Jalisco, en julio de 1888. Sus orígenes son humildísimos. Hijo de un tejedor de rebozos alcohólico, desempeñó los más diversos oficios hasta titularse como abogado en 1921, a los 33 años de edad. Antes había sido seminarista y postulante en el seminario de San Juan de los Lagos y en el de Guadalajara.

Ya en 1914, al ser cerradas todas las Iglesias por mandato del gobernador de Jalisco, José Guadalupe Zuno, organizó la Unión Popular y fundó el periódico «Glaudium», espada en latín, palabra con la que ya soñaba el martirio.

El 22 de julio de 1918 empezaron los enfrentamientos entre el gobierno y los católicos, a lo que respondió Anacleto con la filosofía de la «resistencia pacífica».

En 1919 fue arrestado por sus ideales sociales, políticos y religiosos. En 1922 fue coordinador del primer Congreso Obrero Católico en Guadalajara, organizó la Conferencia Nacional Católica del Trabajo que se extendió por todo el país.

En mayo de 1925 en la Cuidad de México se fundó la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa que favorecía el recurso de las armas, pero Anacleto no estaba de acuerdo, insistía en la sola fuerza moral para ganar la batalla.

En 1926, militantes llegaron de la capital con un «ultimatum» para la Unión Popular, que le obligaron a entrar en la Liga. Al año siguiente comenzó el movimiento armado, que aceptó a con mucho pesar.

El general Jesús Ferreira decidió acabar con la Unión Popular tomando preso al «maestro». El 31 de marzo de 1927 fue arrestado. Su martirio tuvo lugar al día siguiente, viernes 1 de abril: sus verdugos le colgaron de los dedos pulgares y después, a punta de bayoneta, le fueron haciendo heridas para que delatara dónde se encontraba escondido el arzobispo de Guadalajara, monseñor Francisco Orozco y Jiménez, y otros líderes de la revolución cristera.

Finalmente, la hoja de acero penetró el corazón y cayó muerto. Al mismo tiempo, sus compañeros de lucha y de martirio eran fusilados en el patio de la misma prisión.

El «maestro» pidió morir después de sus compañeros, para poder consolarles.

Antes expirar, Anacleto le dijo al general: «perdono a usted de todo corazón; muy pronto nos veremos ante el tribunal divino, el mismo juez que me va a juzgar será su juez; entonces tendrá usted un intercesor en mí con Dios».

Su proceso de beatificación fue abierto de manera oficial y solemne el 15 de octubre de 1994, en el Santuario de Guadalupe, de Guadalajara, donde descansan sus restos mortales.

Lugar al que acuden muchos fieles que, por tradición, han venerado la memoria de este mártir de la fe católica en México.