CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 30 noviembre 2005 (ZENIT.org).- «Que la búsqueda de Dios y la sed de la verdad lleven a los seres humanos al encuentro con el Señor» es una de las intenciones por las que orará especialmente Benedicto XVI en diciembre.
Así lo anuncia la intención general del Apostolado de la Oración, que el Santo Padre asume como propia para ofrecer sus oraciones y sacrificios junto a miles de laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes y obispos del mundo entero.
Hace dos años, abordando la necesidad que tiene el hombre de Cristo, el cardenal Joseph Ratzinger observaba que «las cosas que proporciona sólo un mundo material o incluso intelectual no responden a la necesidad más profunda, más radical que existe en todo hombre: porque el hombre tiene el deseo –como dicen los Padres— del infinito» (Cf. Zenit, 16 diciembre 2003).
De hecho, consideraba que «precisamente nuestro tiempo, con sus contradicciones, sus desesperaciones (…), manifiesta visiblemente esta sed del infinito, y sólo un amor infinito que sin embargo entra en la finitud, y se convierte directamente en un hombre como yo, es la respuesta», y reconocía como «una paradoja que Dios, el inmenso, haya entrado en el mundo finito como una persona humana».
«Pero es precisamente la respuesta de la que tenemos necesidad: una respuesta infinita que, sin embargo, se hace aceptable y accesible, para mí, “acabando” en una persona humana que, con todo, es el infinito. Es la respuesta de la cual se tiene necesidad: casi se debería inventar si no existiera…», concluía.
«La búsqueda de Dios siempre está presente en lo más profundo del corazón de todo hombre, en cualquier situación en la que se encuentre», reconoce el cardenal Juan Luis Cipriani Thorne –arzobispo de Lima y primado de Perú–, comentando la intención misionera del mes que viene.
«Podemos decir que con la creación Dios sella y deja como una huella en la naturaleza humana que nos atrae a buscar a nuestro Creador», añade en las líneas que ha escrito para la Congregación vaticana para la Evangelización de los pueblos.
«Padre, ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo» (Jn 17,3), dice Jesús «dirigiéndose a Dios Padre, cuando da las últimas instrucciones a sus discípulos», recuerda el purpurado.
«¿Quién es Jesucristo? Es el Verbo encarnado –responde–, el Hijo unigénito del Padre: es Dios y Hombre verdadero. Cristo es la verdad: es el Hombre perfecto, y por eso enseña al hombre quién es el hombre».
«En Cristo la persona humana descubre cuál es su identidad –aclara–: la de un hijo o una hija de Dios. Éste es el misterio de nuestra fe: que Dios tomó cuerpo humano, que Dios quiso hacerse hombre, con un corazón de carne como el nuestro, para salvarnos: para amarnos y para ser amado».
«”El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). El hombre y la mujer contemporáneos tienen sed de verdad en las relaciones humanas –advierte el cardenal Cipriani–, en las relaciones entre países y en general en toda relación en la que trasmitimos nuestras ideas y valores».
Y «esta verdad –subraya– se intuye en el testimonio auténtico de quienes expresan la participación en el «Verbo». La unidad con Cristo, en el Pan y en la Palabra, en la oración y en el sacramento de la Reconciliación, fortalece nuestra participación en la Verdad».
«Jesús nos enseñó que el mandamiento más grande, que resume todos los mandamientos, es amar a Dios y amar al prójimo. Conocer es amar y hacer amar: éste es el desafío del espíritu misionero. No se trata sólo de conocer y de hacer conocer, sino de mucho más: amar y hacer amar», concluye.