NYALA/CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 27 enero 2006 (ZENIT.org).- Presente entre los refugiados de Darfur (Sudán) –cuyo drama humano se cuenta entre los peores del planeta--, el prefecto del dicasterio misionero ha querido transmitirles especialmente la solidaridad y la bendición de Benedicto XVI.

De hecho éste ha sido el denominador común de cada encuentro y etapa que ha llevado al cardenal Crescenzio Sepe a Sudán.

Y es que, hace sólo tres meses, Benedicto XVI unió «su voz al grito de los que sufren» y aseguró su compromiso y el de la Santa Sede por las poblaciones de Darfur, a la vez que alentó la reconciliación en Sudán (Cf. Zenit, 28 noviembre 2005).

En su visita a una comunidad cristiana en un campo de refugiados en la región occidental de Darfur –última etapa de su viaje pastoral al país africano--, el purpurado recalcó: «Estoy verdaderamente feliz de traeros la bendición del Santo Padre, Benedicto XVI».

«Quiero aseguraros que el Santo Padre sigue con particular atención todo lo que está sucediendo en Darfur y sigue orando por vuestro país, atormentado por odio, guerra y extremismo religioso –les alentó--. Toda la Iglesia está con vosotros y os sostiene con la fe y la caridad».

«Mi presencia en este campo de refugiados quiere mostrar la solidaridad de la Iglesia con vosotros, exhortando a todas las personas de buena voluntad para que intervengan no sólo ofreciéndoos hospitalidad, escucha, asistencia y protección, sino también apelando a las Naciones y a la Comunidad Internacional para adoptar acciones decisivas a fin de detener esta horrible situación», recalcó, según recoge la agencia «Fides» del dicasterio misionero.

Sangrientos enfrentamientos en Darfur pueden haber causado entre 180 mil y 300 mil muertos, según estiman fuentes humanitarias, y más de 2 millones de desplazados –expuestos por lo general a epidemias y malnutrición--, entre ellos cerca de 200 mil refugiados en el vecino Chad.

Este conflicto se sitúa hacia febrero de 2003: acusando al gobierno sudanés de abandonar esta región porque su población es mayoritariamente negra y de financiar las milicias «janjaweed» --que siembran muerte y destrucción entre la población civil--, dos grupos rebeldes de autodefensa populares --el «Movimiento para la Justicia y la Igualdad» (JEM) y el «Ejército-Movimiento de Liberación de Sudán» (SLA-M)-- se alzaron en armas contra Jartum.

Ello se suma a las consecuencias de dos décadas de guerra civil. En 1983 la población del sur, compuesta principalmente de cristianos y animistas, se defendió contra la islamización promovida desde Jartum (en el norte del país predomina la población árabe-musulmana), sobre todo contra la introducción de la ley islámica («sharia») en sus provincias.

El balance de esos 21 años de choque, del que va saliendo el país, se sitúa en dos millones de muertos y millones de personas desplazadas tanto en el sur como en el norte, además de la huida de medio millón al extranjero. La cifra total de desplazados actualmente se calcula en seis millones de personas.

Sudán tiene unos 33 millones de habitantes, repartidos en 572 tribus. El 82% de la población vive bajo el umbral de pobreza. Las condiciones de vida en el sur y en Darfur son las peores del país, recuerda «Fides».

Por su parte, recientemente la emisora pontifica se hizo eco del llamamiento de la FAO y del «Programa Alimentario Mundial»: aproximadamente 7 millones de personas necesitarán este año ayuda alimentaria en Sudán.

Es el marco en el que, desde el 17 de febrero, el purpurado italiano desarrolló su visita, manteniendo encuentros con obispos, seminaristas, religiosos, catequistas y laicos –y con autoridades civiles-- en Jartum, Jabarona, Juba, Rumbek, Wau y Nyala.

Su primer encuentro en Sudán tuvo lugar en el Seminario Mayor de San Pablo (Jartum). El cardenal Sepe, dirigiéndose a los seminaristas, hizo hincapié en la importancia de profundizar en la llamada que han recibido y en la formación, en la «absoluta necesidad» de la «costumbre de orar», en el «puesto de honor» que deben dar a la Eucaristía, siempre con vistas a una «unión cada vez más personal con Cristo», y en sacramento de la Reconciliación.

Igualmente les recordó que su vocación, lejos de ser «un estado privilegiado», es de «servicio» y de «ejercicio de la caridad», de vida «basada en los consejos evangélicos de pobreza, plena abnegación, obediencia y castidad».

Ante los catequistas de la archidiócesis reconoció que, sin su contribución y participación tan activa, «tal vez la Iglesia en Sudán sería hoy muy distinta», pues no se recogerían «los frutos de las semillas que los misioneros plantaron» en la región.

A los obispos del país africano, acompañados por su presidente –el cardenal Gabriel Wako— y por el nuncio apostólico –el arzobispo Dominique Mamberti--, el prefecto del dicasterio misionero ya les había asegurado, el pasado 18 de febrero, que les llevaba la solidaridad del Papa y la preocupación de la Iglesia por la situación en la que habían tenido que desarrollar su ministerio pastoral.

En la capital sudanesa también tuvo oportunidad de agradecer a sacerdotes, religiosos y laicos su gran contribución «por el crecimiento de la Iglesia» en el país, «a pesar de la larga guerra civil que ha paralizado el progreso en diversos sectores».

Y les exhortó a «dar un nuevo impulso» a su compromiso misionero «en la
Iglesia en Sudán y en la sociedad en su conjunto, donde existe una necesidad urgente de renovación y de reconstrucción».